La finalización del Antiguo Testamento no dio por finalizada la obra que el Espíritu Santo había emprendido para toda la Iglesia. Las Escrituras pueden ser el instrumento a través del cual se puede actuar sobre la conciencia del pecador, y abrir sus ojos a la belleza de la vida divina; pero no pueden transmitir esa vida a la Iglesia. De ahí, que esa primera obra del Espíritu Santo sea seguida por otra que proviene de Él mismo, la cual es la preparación del cuerpo de Cristo. Las conocidas palabras del Sal 40:6-7 Sacrificio y ofrenda no te agrada; Has abierto mis oídos; Holocausto y expiación no has demandado. Entonces dije: He aquí, vengo; En el rollo del libro está escrito de mí; son traducidas por San Pablo: Heb 10:5-7 Por lo cual, entrando en el mundo dice: Sacrificio y ofrenda no quisiste; Mas me preparaste cuerpo. Holocaustos y expiaciones por el pecado no te agradaron.Entonces dije: He aquí que vengo, oh Dios, para
hacer tu voluntad, Como en el rollo del libro está escrito de mí.
No discutiremos de qué manera las palabras “Has abierto mis oídos,” pueden, así mismo, significar “Mas me preparaste cuerpo.” Para el propósito que nos concierne, es irrelevante si se dice como Junius: “El oído es un miembro del cuerpo; la audición se vuelve posible mediante la perforación del oído; y el cuerpo se vuelve un instrumento de obediencia sólo mediante la audición,” o como algún otro diría: “Tal como el cuerpo del esclavo se convirtió en un instrumento de obediencia mediante la perforación de su oído, así mismo el cuerpo de Cristo se convirtió en un instrumento de obediencia mediante la concepción del Espíritu Santo,” o, finalmente: “Tal como el israelita se convirtió en un servidor por haber traspasado su oído, así también el Hijo Eterno ha adoptado la forma de siervo, mediante el llegar a hacerse partícipe de nuestra carne y nuestra sangre.” La perfecta exposición del Salmo realizada por San Pablo, no plantea objeción grave alguna a ninguna de estas interpretaciones. Para el propósito que nos concierne, sería suficiente si sólo se reconociera que, de acuerdo con Heb. 10:5, la Iglesia debe confesar que hubo una preparación del cuerpo de Cristo.
Habiendo aceptado esto, y considerándolo en conexión con lo que el Evangelio relata acerca de la concepción, no se puede negar que en la preparación del cuerpo del Señor, se produce una obra singular del Espíritu Santo. Pues el ángel dijo a María: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios” (Lc. 1: 35). Y nuevamente: “José, hijo de David, no temas recibir a María tu mujer, porque lo que en ella es engendrado, del Espíritu Santo es” (Mt. 1:20). Es evidente que ambos pasajes, adicionalmente a sus respectivos significados, buscan producir la impresión de que tanto la concepción como el nacimiento de Jesús, son extraordinarios; que no ocurrieron por causa de la voluntad del hombre, sino como resultado de una acción del Espíritu Santo.
Como todas las otras obras que provienen de Dios, la preparación del cuerpo de Cristo es una obra divina que es común a las tres Personas. Es incorrecto decir que el Espíritu Santo es el Creador del cuerpo de Jesús, o, como algunos lo han expresado, “Que el Espíritu Santo fue el Padre de Cristo, conforme a Su naturaleza humana.” Tales descripciones deben ser rechazadas, dado que destruyen la confesión de la Santísima Trinidad. Cuando alguna de las obras que proviene de Dios se describe como si no fuera común a las tres Personas, esta confesión no puede mantenerse. Por lo tanto, queremos destacar que fue el Dios Trino, y no sólo el Espíritu Santo, quien preparó el cuerpo del Mediador. En este acto divino, no sólo colaboró el Padre, sino también el Hijo.
Sin embargo, en esta cooperación, el trabajo de cada Persona lleva su propia marca distintiva; tal como lo hemos visto en la Creación y en la Providencia. Del Padre, de quien provienen todas las cosas, es de quien provino la materia del cuerpo de Cristo, la creación del alma humana y de todos Sus dones y poderes, junto al plan completo de la Encarnación. Del Hijo, quien es la sabiduría del Padre, disponiendo y ordenando todas las cosas en la Creación, provino la santa disposición y el ordenamiento en relación a la Encarnación. Y tal como en la Creación y la Providencia, los actos interrelacionados del Padre y del Hijo reciben vida y perfección a través del Espíritu Santo; así mismo, existe un singular acto del Espíritu Santo en la Encarnación, a través del cual, los actos del Padre y del Hijo en este misterio, reciben consumación y manifestación. Por tanto, en Heb. 10:5 se dice respecto del Dios Trino: “Mas me preparaste cuerpo,” mientras que también se declara que lo que es concebido en María, es del Espíritu Santo.
Sin embargo, esto no puede ser explicado en el sentido usual. Podría decirse que no hay nada asombroso en ello, pues Job declara (Job 33:4) “…el soplo del Omnipotente me dio vida,” y de Cristo leemos que nació de María, habiendo sido concebido por el Espíritu Santo. Ambos ejemplos cubren el mismo terreno. Ambos conectan el nacimiento de un niño, con un acto del Espíritu Santo. Si bien, en lo que respecta al nacimiento de Cristo, no negamos este acto común del Espíritu Santo, el cual es esencial para la activación de todas las formas de vida y en especial la de un ser humano; aun así, negamos que la concepción mediante el Espíritu Santo fuera el acto normal. La antigua confesión, “Creo en Jesucristo, Su Unigénito Hijo nuestro Señor, quien fue concebido por el Espíritu Santo,” se refiere a un milagro divino y a un profundo misterio, en el cual la obra del Espíritu Santo debe ser glorificada
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Extracto del libro: “La Obra del Espíritu Santo”, de Abraham Kuyper