Si tomas en serio la forma en que la palabra de Dios compara los hombres de este mundo con «langostas», con «menos que nada» y como «cosa vana» (vea Isa.4:12-25), entonces esto te ayudará a mantenerte humilde. Un espíritu verdaderamente humillado te ayudará mucho en tus esfuerzos para mortificar el pecado. Cuanto más medites sobre la grandeza de Dios, más sentirás la vileza de tus deseos pecaminosos.
Una cosa que te ayudará a meditar sobre la grandeza de Dios, es sencillamente reconociendo lo poco que sabemos de Él. Puedes saber lo suficiente de Dios para mantenerte humilde, pero cuando haces un recuento, resulta que sabes todavía muy poco acerca de Él. Esto es lo que le hizo a Agur (el «autor humano» de Prov.30: 1-4) darse cuenta cuán «ignorante» era de Dios. Cuanto más te percates de lo poco que conoces a Dios, más humillado estará tu orgulloso corazón.
Comienza pensando acerca de tu ignorancia de Dios, fijándote en cuán ignorantes son aún los hombres más piadosos en su conocimiento de Él. Piensa acerca de Moisés quien rogaba a Dios que le «mostrará su gloria» (Ex.33:18). Dios le mostró algunas de las cosas más gloriosas acerca de sí mismo (vea EX.34:5-7), pero estas cosas eran tan solo «la espalda» de Él y Dios le dijo: «No podrás ver mi rostro; porque no me verá hombre y vivirá.» (Ex.33:20) Algunas personas pudieran pensar que desde que Cristo Jesús vino, nuestro conocimiento de Dios ha crecido mucho más que el que tuvo Moisés. Hay algo de verdad en esto, pero es igualmente cierto, que a pesar de la revelación de Dios en Cristo Jesús, los creyentes más piadosos solamente ven «la espalda» de Dios.
El apóstol Pablo, quien probablemente vio la gloria de Dios más claramente que ninguno (2 Cor.3: 18), solamente pudo ver a través de un espejo (l Cor.13: 12). Pablo compara todo su conocimiento de aquel instante, con el tipo de conocimiento que tenía cuando era un niño. Tu puedes amar, honrar, creer y obedecer a tu Padre celestial y El aceptará tus pensamientos infantiles; porque esto es lo que son, pensamientos infantiles. No importa cuánto hayamos aprendido de El, aún todavía conocemos muy poco. Algún día conoceremos mucho más de lo que podríamos conocer ahora, pero en el presente, aún aquellos que ven más claramente la gloria de Dios, solamente ven en forma borrosa aquella gloria.
Cuando la reina de Saba, quien había escuchado mucho acerca de la grandeza del rey Salomón, por fin vio esta grandeza con sus propios ojos, se vio obligada a confesar: «Ni aún se me dijo la mitad.» (1 Rey. 10:7) Quizá imaginemos que nuestro conocimiento de Dios es bueno, pero cuando seamos llevados a su presencia, entonces clamaremos: «Nunca le conocimos tal como es, ni siquiera una milésima parte de su gloria, perfección y bienaventuranza habían entrado en nuestros corazones.»
Muchas de las cosas que creemos acerca de Dios son ciertas; el problema es que no podemos entenderlas completamente. No podemos comprender del todo a un Dios «invisible». Por ejemplo, ¿Quién puede entender la descripción que nos es dada en 1 Tim.6:16, «el único que tiene inmortalidad, que habita en luz inaccesible; a quien ninguno de los hombres ha visto ni puede ver»? La gloria de Dios es tan grande que ninguna criatura puede mirarla y vivir. Dios se describe a sí mismo de estas maneras para ayudamos a ver cuán diferente es de nosotros, y para mostrarnos lo poco que conocemos acerca de Él cómo realmente es.
Piensa en la eternidad de Dios: Un Dios que no tuvo principio y que no tendrá fin. Podemos creer esto pero ¿quién puede realmente entender la eternidad? Lo mismo es cierto en cuanto al misterio de la Trinidad. ¿Cómo puede Dios ser uno y a la vez tres; un solo Dios y sin embargo tres personas distintas en la misma esencia? Nadie puede entender esto. Esta es la razón por la cual muchos rehúsan creerla. Por la fe podemos creer el misterio de la Trinidad, pero ningún creyente realmente lo entiende. No solamente entendemos muy poco acerca del ser de Dios, sino también entendemos muy poco de sus caminos. Dios dice: «Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos.» (Isaías 55:8-9) El apóstol Pablo escribe algo muy parecido en Romanos: «¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán incomprensibles son sus juicios, e inescrutables sus caminos!» (Romanos 11:33) Aunque en ocasiones el Señor nos enseña las razones de las cosas que Él hace, hay muchas otras ocasiones cuando simplemente no podemos entender sus caminos.
Al enfatizar cuán poco conoce de Dios el creyente, no estamos sugiriendo que sea imposible conocerlo. Tampoco estamos subestimando la revelación tremenda que Dios ha dado a través de su Hijo. En muchas diferentes maneras Dios ha revelado muchísimo acerca de sí mismo. El punto que estamos enfatizando es simplemente que somos incapaces de entender plenamente aún lo que Dios ha revelado. Debemos estar agradecidos por todo lo que sabemos de Dios, pero cuanto más sabemos, más nos sentimos humillados por lo poco que realmente conocemos.
Hay dos cosas que nunca debemos olvidar:
Primero, nunca debemos olvidar el propósito que Dios tiene de revelarse a sí mismo. No es para descubrir su gloria esencial de modo que le veamos tal como es. Más bien, Él simplemente revela suficiente conocimiento de sí mismo para que tengamos fe en Él y para que confiemos, le amemos y le obedezcamos. Este es todo el conocimiento necesario y suficiente para nosotros en este estado presente. Sin embargo, en el estado futuro Él hará una revelación nueva de sí mismo y entonces, todo lo que sabemos ahora nos parecerá como la sombra de aquella nueva revelación.
Segundo, nunca debemos olvidar cuán insensibles y lentos de corazón somos para recibir todo lo que la palabra de Dios quiere enseñamos acerca de Él. A pesar de la clara revelación que Dios nos ha dado, todavía sabemos muy poco de ella.
Mientras que pienses acerca de la grandeza de Dios y cuán poco conoces de Él, ora para que éste sea un medio para humillarte. Quiera Dios llenar continuamente tu alma con un santo temor de Él, para que los deseos pecaminosos nunca puedan prosperar y florecer en su alma.
Extracto del libro: la mortificación del pecado, por John Owen