Al decir que los judíos del período del Antiguo Testamento eran salvos por la selectiva gracia de Dios, del mismo modo que los gentiles son salvos hoy en día, sólo estamos presentando una faceta de todo el cuadro. Si bien la elección es la causa que inicia el proceso de salvación, es únicamente eso. Todavía quedan pendientes otras interrogantes: ¿En qué se basa Dios para salvar a los infieles? ¿Cómo puede Dios perdonar el pecado? ¿Puede Dios justificar a los infieles y todavía seguir siendo justo? La importancia de estas preguntas nos conduce a la importancia que la muerte de Cristo tenía incluso para las figuras del Antiguo Testamento. El apóstol Pablo se refiere a este punto al menos en dos oportunidades.
En su primera afirmación del evangelio, Pablo habla de la manifestación de la justicia de Dios por medio de Cristo. Primero, la justicia es «para todos los que creen en él» (Ro. 3:22). Las palabras sugieren el ser revestidos con esa justicia, o el que esa justicia ha sido depositada en nuestra cuenta, como en un banco.
En segundo lugar, el argumento de Pablo es que la justicia de Dios se ha manifestado por la muerte de Cristo. Antes de los tiempos de Cristo, Dios había salvado a numerosas figuras del Antiguo Testamento por su elección. Pero todavía eran pecadores, entonces, parecía como si Dios estuviera pasando por alto su pecado, lo que no estaba bien. Podríamos simpatizar con la decisión de Dios de perdonar, pero nuestra simpatía no hacía que estuviera bien. ¿Qué ocurre con la justicia? ¿Qué ocurre con el pecado? Estas interrogantes se dilucidan por la manifestación de la justicia de Dios por medio de Jesucristo. Es sobre la base de la muerte de Cristo por lo que Dios había estado perdonando los pecados durante todo ese tiempo, si bien esta muerte todavía no había tenido lugar. Cuando ocurrió, el misterio quedó solucionado y se pudo apreciar que Dios era justo.
Pablo expresa esto cuando escribe sobre aquellos que habían sido «justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados, con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús» (Ro. 3:24-26). La causa que inicia la salvación es la gracia gratuita de Dios pero la causa formal es, y siempre ha sido, la muerte del mediador.
El segundo pasaje importante en el que Pablo escribe sobre este asunto es Gálatas 3, donde Pablo se basa en Abraham para mostrar que la salvación es por gracia por medio de la fe en el Señor Jesucristo. En este pasaje, Pablo menciona tres cosas: que Abraham fue salvo por creer en Dios (vs. 6); que lo fundamental de su creencia era que Dios enviaría un Salvador, que era Jesucristo (vs. 16); y, que la obra de Cristo sería una obra de redención (vs. 13-14).
Algunos pueden decir: «¿Esto realmente quiere decir que las figuras del Antiguo Testamento estaban anticipando la futura venida de Cristo y eran salvas por la fe en Él, de la misma manera que en la actualidad nosotros miramos hacia la venida de Cristo en el pasado y somos salvos cuando creemos en Él como nuestro Salvador? ¿Cómo podían creer en Él? Todavía no había venido. Las profecías sobre su venida eran vagas, no eran muy claras. Incluso los propios discípulos de Cristo tenían una idea errónea de su ministerio —creían que era un Mesías político (Hch. 1:6) — ¿cómo es posible esperar que la mayoría de las personas tuviera una idea correcta? ¿Cómo es posible que alguien pudiera ser salvo mediante la fe en un redentor que había de venir?
Una respuesta posible a estas preguntas es que evidentemente muchos no esperaban la venida de Cristo y por lo tanto no fueron salvos. Resulta evidente que de las muchas personas que se encontraron con Cristo cara a cara más adelante, la mayoría no fueron salvas. Un día sus enseñanzas atraían a las masas y estas lo alababan, pero al día siguiente estaban gritando que lo crucificaran. En los tiempos de Cristo, como en todos los períodos de la historia del Antiguo Testamento, los que fueron salvos constituyeron un remanente.
Una segunda respuesta es que evidentemente había distintos grados de comprensión. El fundamento de la fe de los que tenían alguna clase de entendimiento era que se reconocían como pecadores necesitados y se volvían a Dios en busca de salvación. Todos los que sinceramente se presentaban con un sacrificio por su pecado estaban confesando eso.
Una respuesta completa a estas preguntas, sin embargo, va más allá de cualquiera de éstas. Sobre la base de la más completa evidencia bíblica podemos decir que muchos creyeron. Y, además, que sin duda comprendían mucho más de lo que nosotros creemos que comprendían.
Hay evidencia de esto a lo largo de todas las Escrituras. Cuando Adán y Eva pecaron en el huerto de Edén, Dios se les acercó para convencerlos de su pecado y conducirlos al arrepentimiento. Cuando los cubrió con las pieles de unos animales, que sin duda él había matado, ya estaba anticipando la futura muerte de Cristo, quien había de ser muerto por el Padre para que todos los pecadores pudieran vestirse con su justicia. Dios prometió enviar un redentor, diciéndole a Satanás: «Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar» (Gn. 3:15). Resulta claro que estas palabras no se referían simplemente al temor generalizado que los humanos sienten por las serpientes, como algunos teólogos modernos podrían interpretarlas, sino que se están refiriendo a la venida del Mesías que vencería a Satanás y destruiría su poderío. Sobre esta venida es sobre lo que se basaba la salvación de la maldición del pecado. Esto fue lo que entendieron Adán y Eva. Cuando nació su primer hijo, lo llamaron Caín, que significa «Aquí está» o «Adquirido», dando así testimonio de su fe (aunque equivocada) en que el prometido había venido.
Ya hemos visto el caso de Abraham con respecto a su elección para la salvación por parte de Dios y su propia fe personal en el redentor que habría de venir. Pero todavía no hemos considerado el versículo que posiblemente sea el más importante sobre este tema. En Juan 8:56, Jesús dice: «Abraham vuestro padre se gozó de que había de ver mi día; y lo vio, y se gozó».
Una manera de entender este versículo, de difícil interpretación, es suponer que Jesús quería decir que Abraham en ese tiempo estaba vivo en el cielo (o en el Paraíso), regocijándose en el ministerio de Cristo. La dificultad con esta interpretación es que lo que se está discutiendo en Juan 8 no es la continuidad de la conciencia de Abraham después de la muerte, sino la preexistencia de Cristo. El versículo 58 dice: «Antes que Abraham fuese, yo soy». Si Cristo hubiera querido decir que Abraham todavía estaba vivo y se gozaba con el nacimiento y el ministerio de Cristo, hubiera resultado más natural usar la forma verbal presente para estos verbos («Abraham se goza al ver mi día; lo ve, y se goza»). Parecería más apropiado referir este versículo al entendimiento que Abraham tenía en sus días en lugar de referirlo a algo contemporáneo con el ministerio de Cristo.
Pero colocar la visión en los tiempos de Abraham no resuelve por sí el problema. Esto es lo que hacían muchos rabinos —es decir, hablaban sobre una visión del Mesías que se suponía que Abraham había tenido— aunque no estaban de acuerdo sobre cómo había tenido lugar.
La visión que Abraham tuvo del día de Cristo bien puede encontrarse en el relato del sacrificio casi consumado de Isaac en la tierra de Moriah. Aquí Abraham aprendió una nueva forma de cómo «Dios proveería». Dios vino a Abraham y le dijo que tomara a su hijo, al heredero de la promesa, y lo sacrificara en un monte a unos tres días de viaje. Debe haber sido una lucha interior terrible para Abraham mientras luchaba con el mandato de Dios. Sabía que tenía que obedecer a Dios, pero también sabía que Dios era un Dios de palabra que se había comprometido a crear una nación a partir de Isaac. Isaac todavía no tenía descendencia. Entonces, si Dios le estaba diciendo a Abraham que matara a Isaac, el Dios que había hecho un milagro en el nacimiento de Isaac tendría que hacer otro milagro en su muerte. Tendría que haber una resurrección.
El relato nos indica que Abraham esperaba descender del monte con Isaac después de que el sacrificio hubiera tenido lugar (Gn. 22:5). Y el autor de la epístola a los Hebreos lo afirma explícitamente: «Por la fe Abraham cuando fue probado, ofreció a Isaac; y el que había recibido las promesas ofrecía su unigénito, habiéndosele dicho: En Isaac te será llamada descendencia; pensando que Dios es poderoso para levantar aun de entre los muertos, de donde, en sentido figurado, también le volvió a recibir» (He. 11:17-19).
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Extracto del libro «Fundamentos de la fe cristiana» de James Montgomery Boice