En ARTÍCULOS

Podríamos hablar de la fe en su sentido más general, la cual consiste en la ausencia de toda vacilación, duda u obstáculo para recibir en nosotros el obrar inmediato y directo de la santa majestad de Dios y de la majestad de Su verdad, de una manera tan penetrante, que de forma espontánea creemos que la Palabra y el Ser de Dios son la base y el fundamento de todas las cosas. En este sentido general, San Pablo dice, “Pero sin fe es imposible agradar a Dios” (Hb. 11: 6) …

Presentaré a nuestros lectores la bella exposición de Comrie sobre el conocimiento salvador de la fe, y en la que habla de forma tan incisiva como sigue:

Enumeraremos de forma breve los objetos de este conocimiento de fe:

“En primer lugar, este conocimiento es una luz divina del Espíritu Santo, a través de la Palabra, mediante la cual me familiarizo, en cierta medida, con el contenido del Evangelio de la salvación que hasta ahora era para mí un libro sellado; el cual, a pesar de que lo entendía en su letra y en sus conexiones, no podía aplicar a mí mismo para dirigir y apoyar a mi alma en la gran aflicción, conflicto y angustia que el conocimiento de Dios y de mí mismo habían traído sobre mí. Pero, ahora se ha vuelto claro y entendible para mí. Ahora aprendo, por la iluminación interna del Espíritu Santo, el contenido del Evangelio, para que pueda tratarlo y comunicarme con él. Y de este modo puedo tomar el consuelo de la leche pura, racional y no adulterada de la imperecedera Palabra de Dios. En realidad, las almas que son realmente humilladas por la fe impartida ya no obtienen ningún beneficio de sus propias ideas y opiniones respecto de la verdad del Evangelio; por el contrario, estas tienden a llenarlas de consternación, debido a que su conocimiento que es tan grande, no tiene ninguna utilidad para ellas. He conocido a hombres con excelente conocimiento de la letra, quienes por causa de su entendimiento natural de la verdad y en su temor a la ley, casi exclamaron en las mismas palabras de los demonios: “¿Has venido acá para atormentarnos antes de tiempo?” Sólo recuerde a de Spira y otros. Creo que el conocimiento de la letra del Evangelio, que fue despreciado aquí, será un verdadero infierno en el infierno. Pues si no se cuida este entendimiento de la letra, el cual es sólo un asentimiento a la verdad en sí misma, a menudo ocurre que hace pensar al alma: ‘Esto no es para mí, sino para otros.’ Dios sabe cuántas pobres almas se hunden en esta profundidad, y se mantienen ahí por causa de otras personas que hablan con jactancia. Sin embargo, cuando el Espíritu Santo hace que el divino Evangelio brille en la oscura prisión del alma, para iluminar los ojos de la fe obrada en el interior con una luz celestial y divina, el alma recibe el Evangelio como buenas noticias, y como una palabra de instrucción, aliento y dirección; y es guiada por él, paso a paso, como un niño que a partir de su abecedario aprende a escribir correctamente y a leer. Ahora dice: ‘¡He aquí, veo que aparece un camino!’ Y luego: ‘¡Grandes pecadores han sido salvados, por cierto que debe haber esperanza para mí!’ En la distancia, las puertas de la Ciudad de Refugio se ven abiertas de par en par, y Jesús está esperando detrás de esos muros—sí, Su gloria se ve brillar a través de las puertas. Y de esta manera, por medio de la luz celestial que se vierte sobre la fe que es obrada en el interior, el alma obtiene conocimiento del secreto del Señor en Cristo, quien es revelado a ella. Las veces que este conocimiento hace que el alma sea motivada por santos deseos, no necesitamos decirlo. Muchos parecen haber alcanzado con un solo paso o salto el más alto grado; pero, tal como una maravilla noble y exótica, la verdadera fe crece despacio, paso a paso, desde las previas profundidades de la humillación, hasta que se perfecciona en el trabajo y el ejercicio verdaderos.

En segundo lugar, este conocimiento es una luz divina del Espíritu Santo en, desde y a través del Evangelio, mediante el cual conozco a Cristo, quien es su Alfa y Omega, como la gloriosa, preciosa y excelente Perla que regocija el alma y el Tesoro escondido en este campo. Aunque conociera todas las cosas, si no conociera a Jesús por la luz del Espíritu, mi alma sería un almacén lleno de miserias; un sepulcro que parece hermoso en el exterior, pero que por dentro se encuentra lleno de huesos de cadáveres. Y este conocimiento de Cristo, impartido en el alma por la iluminación interior de la luz divina a través del Evangelio, nunca puede por sí mismo dar luz al alma, mientras que no vaya acompañado de la obra interior e inmediata y la iluminación del Espíritu Santo. Porque no es la letra la que está efectivamente operando en el alma, sino el obrar directo del Espíritu Santo por medio de la letra.

“Y ahora puedes preguntar, ¿En qué aspectos tengo que conocer a Jesús? Nosotros nos limitaremos a los siguientes asuntos: Este conocimiento de la fe, cuyo objeto en el Evangelio es Cristo, es un conocimiento por el cual recibo convicción, a través de la luz divina del Espíritu Santo, de mi necesidad absoluta de Cristo. Veo que debo diez mil talentos, y que no tengo ni un céntimo para pagar; y que necesito tener una garantía para pagar mis deudas. Veo que soy un pecador perdido que necesita de un Salvador. Veo que estoy muerto y que soy impotente por mí mismo y que Lo necesito a Él, quien es capaz de vivificarme y salvarme. Veo que no puedo presentarme ante Dios, y que necesito a Jesús como un intermediario. Veo que voy por mal camino y que Él debe estar buscándome. ¡Oh, mientras más me oprime esta necesidad de Cristo, por causa de este verdadero conocimiento de la fe, las expresiones de mi alma provenientes de la fe que ha sido forjada en mi interior, se vuelven más serias e intensas, derriten el corazón y se vuelven más perseverantes, y acompañadas de mayores conflictos! Muchos no las aprecian porque no las tienen, pero, siendo los efectos del Espíritu Santo y los resultados de la fe que ha sido forjada interiormente, ellas son agradables a Dios, a quien son dirigidas. Habrá considerado la oración de los desvalidos, Y no habrá desechado el ruego de ellos—Sal. 102:17.

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Extracto del libro: “La Obra del Espíritu Santo”, de Abraham Kuyper

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