Si la obra del Espíritu Santo respecto a la consagración es evidente y está claramente indicada en la Sagrada Escritura, el hecho de que la influencia oficial del Espíritu Santo acompañara al Mediador a través de toda la administración de Su oficio no está establecido de forma menos clara. Esto se desprende de los hechos inmediatamente posteriores al Bautismo. San Lucas relata que Jesús, estando lleno del Espíritu Santo, fue llevado por el Espíritu al desierto. San Mateo añade: “para ser tentado por el diablo.” Se dice que el Espíritu tomó a Elías, Ezequiel y algunos otros, y los trasladó a otro lugar. Esto se presenta en evidente conexión con respecto de lo que hemos leído aquí de Jesús, pero con la siguiente diferencia, y es que mientras que en aquellos casos la fuerza impulsora vino a ellos desde fuera, Jesús, siendo lleno del Espíritu Santo, sintió la presión de esa fuerza en las profundidades de Su propia alma. Y, sin embargo, a pesar de que esta acción del Espíritu Santo estaba activa en Su alma, no fue lo mismo que los impulsos de la naturaleza humana de Cristo. Jesús no habría ido al desierto por Sí mismo; Su ida a ese lugar fue el resultado del Espíritu Santo dirigiéndolo.
Esta es la única manera en que este pasaje puede recibir su explicación completa.
En San Lucas se muestra que la dirección del Espíritu Santo no se limitó a este único acto. San Lucas relata (cap. 4:14) que después de la tentación, Jesús a Galilea en el poder del Espíritu Santo, entrando entonces al ministerio público de Su oficio profético.
Evidentemente, el propósito de las Escrituras es destacar la incapacidad de la naturaleza humana que Cristo había adoptado para cumplir con la obra del Mesías; esta sólo pudo ser lograda mediante la constante acción y la poderosa dirección del Espíritu Santo, por medio del cual, Su naturaleza humana fue de tal manera fortalecida, que pudo ser el instrumento del Hijo de Dios para la realización de Su extraordinaria obra.
Jesús era consciente de esto, y lo indicó expresamente al comienzo de Su ministerio. En la sinagoga, se dirigió a Isaías 61:1 y leyó para los presentes: “El Espíritu de Jehová el Señor está sobre mí, porque me ungió Jehová”; y luego agregó: “Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros.”
El Espíritu Santo no sólo apoyó Su naturaleza humana en el momento de la tentación y del inicio del ministerio, sino en todas Sus poderosas acciones; como Cristo mismo declaró: “Pero si yo por el Espíritu de Dios echo fuera los demonios, ciertamente ha llegado a vosotros el reino de Dios” (Mt. 12:28). Más aun, San Pablo enseña que los dones de sanidad y milagros proceden del Espíritu Santo; y esto, en relación a la afirmación de que estos poderes operaron en Jesús (Mr. 6:14), nos convence de que estos fueron los poderes del Espíritu Santo mismo. Otra vez, con frecuencia se dice que Él se regocijó en el Espíritu, o que estaba turbado en el Espíritu; lo que puede interpretarse como un regocijo o una turbación frente a dificultades que se generan en Su propio espíritu; pero esto no es una explicación completa. Cuando se refiere a Su propio espíritu, se puede leer: “Y gimiendo en su espíritu” (Mr. 8:12). Pero en los otros casos interpretamos las expresiones como apuntando a emociones que son más profundas y más gloriosas, de las cuales nuestra naturaleza humana es susceptible sólo cuando permanece en el Espíritu Santo. Pues, aunque San Juan afirma que Jesús gimió en Sí mismo (cap. 11:38), esto no es contradictorio, especialmente en relación con Jesús. Si el Espíritu Santo siempre moró en Él, la misma emoción se puede atribuir tanto a Él como al Espíritu Santo.
Sin embargo, exceptuando estos pasajes y sus interpretaciones, se ha dicho lo suficiente como para demostrar que esa parte de la obra de mediación de Cristo, comenzando con Su Bautismo y concluyendo en el aposento alto, fue caracterizada por la acción, la influencia y el apoyo del Espíritu Santo.
De acuerdo al divino consejo, en la creación, la naturaleza humana se ha adaptado a la obra interior del Espíritu Santo, sin la cual no puede desplegarse a sí misma más de lo que el capullo de una rosa puede hacerlo sin la luz y la influencia del sol. Como el oído no puede escuchar sin sonido, y el ojo no puede ver sin luz; así es nuestra naturaleza humana sin la luz y la morada interior del Espíritu Santo, incompleta. Por tanto, cuando el Hijo asumió la naturaleza humana, la tomó tal como es; es decir, incapaz de realizar cualquier acción santa sin el poder del Espíritu Santo. Por lo tanto, el Espíritu Santo concibió que desde un principio la naturaleza humana de Cristo estuviera ricamente dotada de poderes. El Espíritu Santo desarrolló estos poderes, y Cristo fue consagrado a Su oficio mediante la comunicación de los dones Mesiánicos a Su naturaleza humana; mediante los cuales Él todavía intercede por nosotros como nuestro Sumo Sacerdote y nos gobierna como nuestro Rey. Y por esta razón, Él fue guiado, impulsado, animado y apoyado por el Espíritu Santo en cada etapa de Su ministerio Mesiánico.
Existen tres diferencias entre la comunicación que ocurre entre el Espíritu Santo y la naturaleza humana de Jesús, y aquella que ocurre con nosotros:
En primer lugar, el Espíritu Santo se encuentra siempre en nuestros corazones con la resistencia propia del mal. El corazón de Jesús no tenía pecado ni maldad. Por lo tanto, en Su naturaleza humana, el Espíritu Santo no encontró resistencia.
En segundo lugar, la acción, la influencia, el apoyo y la dirección del Espíritu Santo en nuestra naturaleza humana es siempre personal; es decir, en parte imperfecta; en la naturaleza humana de Jesús fue vital, perfecta, no dejó vacío alguno.
En tercer lugar, el Espíritu Santo se encuentra con un ego en nuestra naturaleza que, en unión a ella, se opone a Dios; mientras que en Cristo, la Persona que encontró participando de la naturaleza divina en Su naturaleza humana, era absolutamente santa. Pues el Hijo, habiendo adoptado la naturaleza humana en unión con Su Persona, estaba cooperando con el Espíritu Santo.
—
Extracto del libro: “La Obra del Espíritu Santo”, de Abraham Kuyper