En BOLETÍN SEMANAL

Una prueba contundente y concluyente de que las promesas del A.T pertenecen a los creyentes actuales se encuentra en Hebreos 13:5, donde nuevamente se hace un uso práctico de igual forma. Allí, los cristianos son exhortados, “Sean vuestras costumbres sin avaricia, contentos con lo que tenéis ahora.” Tal exhortación es reforzada por esta graciosa (de gracia abundante) consideración: “porque él dijo: No te desampararé, ni te dejaré.” Dado que el Dios viviente es tu porción, tu corazón debe de regocijarse en Él, y toda ansiedad concerniente a cubrir cada necesidad debe ser para siempre removida. Pero ahora estamos particularmente más interesados en la promesa aquí citada: “porque él dijo: No te desampararé, ni te dejaré,” etc. ¿Y a quien fue dada la promesa en primer lugar? A quien estaba a punto de guiar a Israel hacia la tierra de Canaán, como una referencia a Josué 1:5 muestra. Así, fue hecha a una persona en particular en una ocasión especial, a un general que iba a procesar una gran guerra bajo el mandato inmediato de Dios. Afrontando esa exigente situación, Josué recibe la garantía de Dios de que Su presencia siempre estaría consigo.

Pero si el creyente da lugar a la incredulidad, el diablo actuará muy pronto para decirle que la promesa no le pertenece. no eres el capitán del ejército, comisionado por Dios para derrotar las fuerzas de un enemigo; el poder de esa promesa cesó cuando Canaán fue conquistada y murió aquel a quien esa misma promesa le fue hecha. En lugar de eso, como señaló Owen  en su comentario sobre Hebreos 13:5, 

“A fin de manifestar la semejanza de amor que existe en todas las promesas – con su fundamento en el único Mediador, y el interés general de los creyentes en cada una de ellas, independientemente de cómo y en qué ocasión le hayan sido dadas a alguien – esta promesa a Josué está aquí aplicada a la condición de los más débiles, insignificantes, y pobres de entre los santos: a todos y a cada uno de ellos, sea cual fuere su caso y condición. E indudablemente, los creyentes son no poco deficientes en sí mismos y en sus propias consolaciones, por lo que están particularmente más cerca a estas palabras de verdad, gracia y fidelidad, que en diversas ocasiones y en períodos distinto habían sido dadas a los santos de antaño – incluso Abraham, Isaac, Jacob, David, y demás de ellos, quienes caminaron con Dios en sus generaciones. Estas cosas, de manera especial, están registradas para nuestra consolación.”

Observemos ahora cuidadosamente el uso que el Apóstol hace de esta antigua pero sin embargo eterna promesa, “No te dejaré ni te desampararé.”

Primero, se vale de la misma a fin de hacer cumplir su exhortación a los cristianos en cuanto a los deberes de la mortificación y la santificación. Segundo, traza una inferencia lógica y práctica desde la misma, declarando, “de manera que podemos decir confiadamente: el Señor es mi ayudador; no temeré lo que me pueda hacer el hombre” (Heb 13:6). Así pues, se llega a una doble conclusión: tal promesa es para inspirar a todos los creyentes en su confianza en el socorro y la asistencia de Dios, y en audacia y valentía ante los hombres – mostrándonos con qué propósito nos debemos aplicar las promesas divinas. Tales conclusiones están basadas en el carácter de quien promete: porque Dios es infinitamente bueno, fiel, y poderoso, y porque no cambia, puedo declarar en plena confianza junto con Abraham “Dios proveerá” (Gén 22:8); con Jonatán, “el Señor no está limitado” (1 Sam 14:6); con Josafat, “no hay quien te resista” (2 Crón 20:6); con Pablo, “Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?” (Rom 8:31). La presencia permanente del Señor todo suficiente trae por certeza ayuda (auxilio), y por lo tanto cualquier alarma (sobresalto) en enemistad del hombre debe ser removida de nuestros corazones. Mi peor enemigo no puede hacer nada contra mí sin el permiso de mi Salvador.

“De manera que [nosotros] podemos decir confiadamente: el Señor es mi ayudador; no temeré lo que me pueda hacer el hombre” (Heb 13:6). Nótese atentamente el cambio que hace del plural al singular, y aprendase de ahí que los principios generales habremos de apropiárnoslos de manera particular, como igualmente hemos de tomar a modo personal los preceptos generales. El Señor Jesús dijo: “No tentaréis a Jehová vuestro Dios” de Deuteronomio 6:16, cuando fue asaltado por Satanás, diciendo, “Escrito está también: No tentarás al Señor tu Dios” (Mat 4:7). Es solamente por medio de aplicar las promesas y los preceptos divinos a nosotros mismos personalmente  cuando podemos “mixturar la fe” con las mismas, o hacer un uso apropiado y provechosa de ellas.

 También habrá de notarse cuidadosamente que una vez más el Apóstol confirma su argumentación mediante un testimonio divino, por cuanto las palabras “el Señor es mi ayudador; no temeré lo que me pueda hacer el hombre” no son palabras suyas, sino una cita de las palabras utilizadas por David en el Salmo 118:6. De esta manera, otra vez somos enseñados de que el lenguaje del A.T está exactamente adecuado a los casos y circunstancias de los cristianos hoy día, y que es derecho y privilegio de ellos el apropiarse libremente del mismo.

   “Podemos decir confiadamente” (Heb 13:6) con exactitud lo que el salmista hizo cuando estaba presionado en gran manera (Sal 118:6). Fue durante una temporada de profunda aflicción cuando David expresó su confianza en el Dios viviente, en un tiempo en que parecía que sus enemigos estaban a punto de devorarlo; pero viendo la omnipotencia de Jehová y contrastando Su poder con la flaqueza de las criaturas, su corazón fue fortalecido y animado. Pero dejad que el lector perciba con claridad lo que ello implicaba. Significa que David volvió su vista de lo visible a lo invisible. Significa que fue conducido por la fe, en lugar de serlo por la vista, sentimientos, o razonamientos. Significa que su corazón estaba ocupado en el Todopoderoso. Pero significa mucho más: estaba ocupado (dedicado) en la relación de aquel Único Omnipotente para con él. Significa que reconoció y percibió la unión espiritual que había entre ellos, de modo que podía justamente y verdaderamente declarar con toda certeza, “el Señor es mi ayudador.” Si Él es mi Dios, mi Redentor, mi Padre, entonces puedo contar con Él sabiendo que se encarga de mí cuando estoy grandemente oprimido, o cuando mis enemigos amenazan con devorarme, o cuando mi tinaja de harina está casi vacía. Ese “mi” es el lenguaje de la fe, y la conclusión es que la seguridad (garantía) de la fe se basa en la promesa infalible de Aquel que no puede mentir.

    —

Extracto del libro: “La aplicación de las Escrituras”,  de A.W. Pink


Al continuar utilizando nuestro sitio web, usted acepta el uso de cookies. Más información

Uso de cookies

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra POLÍTICA DE COOKIES, pinche el enlace para mayor información. Además puede consultar nuestro AVISO LEGAL y nuestra página de POLÍTICA DE PRIVACIDAD.

Cerrar