“Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron.” — Rom. 5:12
El pecado y la culpa van juntos, pero no deben confundirse ni considerarse sinónimos, tal como tampoco debe confundirse la santificación con la justificación. Es verdad que la culpa está presente en cada pecado, y en cada pecado hay culpa, pero los dos deben mantenerse como conceptos distintos. Hay una diferencia entre las llamas y la mancha oscura que ellas dejan en la pared; mucho después de que la llama se apaga, la mancha aún permanece. Lo mismo sucede con el pecado y la culpa. La llama roja del pecado ennegrece el alma. Pero mucho después de que el pecado ha sido dejado atrás, la mancha negra en el alma aún permanece.
Por tanto, es de primordial importancia que la diferencia entre ambos sea claramente entendida, especialmente debido a que confundir el pecado con la culpa nos llevará a también confundir la justificación con la santificación, lo que afecta al fervor de la vida cristiana. Si hubiera sólo un hombre en la tierra, él podría pecar en contra de sí mismo, pero no podría estar en deuda con otros. Y si, de acuerdo con la teología moderna, no existiese un Dios vivo, sino sólo un concepto de bien, este hombre podría pecar contra la idea del bien, y ser una persona extremadamente perversa, pero no estaría en deuda con Dios.
Sin embargo, los hombres están en deuda con Dios porque Él vive, existe, nunca abandona, permanece para siempre y porque momento tras momento, el hombre debe tratar con Él. Con los hombres podemos iniciar cuantos negocios queramos, y estaremos en deuda con las instituciones con las que lo hagamos, pero nunca lo estaremos respecto de aquellas instituciones con las cuales nunca negociemos. Muchos aplican esto mismo a Dios bajo la noción errada que si ellos no tratan con Dios, no pueden deberle nada ni tener nada que ver con Él. Para ellos, Dios es inexistente— ¿Cómo, entonces, podrían estar en deuda con Él?
Pero la verdad es que Él sí existe. No es que se nos deja a nuestra voluntad tener que tratar con Él o no. No. En todos nuestros asuntos, en todo tiempo y bajo toda circunstancia, debemos tratar y, de hecho, tratamos con Él. No hay ninguna transacción de la cual Él esté excluido. En todas las cosas, hagamos lo que hagamos, Él es el más interesado. En todos nuestros asuntos y empresas, Él es el Acreedor Preferente y Socio Principal con quien debemos ajustar las cuentas al final. Podemos enterrarnos en el Sahara, o hundirnos en las profundidades del océano, pero nuestra obligación para con Él nunca se extingue. Nunca nos podemos alejar de Él. En todas nuestras acciones, sea que obremos con la cabeza, corazón o manos, abrimos una cuenta con Dios. Podemos engañar a otros compañeros, y no revelar parte de nuestras deudas ante ellos, pero no podemos hacer lo mismo con Dios. Él es omnisciente. Él conoce los asuntos más secretos. Él lleva cuenta de la más mínima fracción, cobrándonosla. Antes que hayamos comenzado nuestros cálculos, Él ya tiene la cuenta terminada y la pone ante nosotros.
Al considerar esto, nos damos cuenta de lo que significa ser deudores de Dios, ya que, aunque en cada momento, bajo toda circunstancia y en todas nuestras transacciones estamos obligados a pagarle todas las utilidades, nunca lo hacemos, o por lo menos no completamente. Por tanto, en cada acto de nuestra mente, corazón y manos, se crea un nuevo punto de deuda, la que no pagamos por no tener la voluntad de hacerlo, o no poder hacerlo.
Si Dios no existiese, o no tuviéramos relación con Él, seríamos pecadores, pero no deudores. Si hace algunos años atrás las inundaciones en Krakatoa hubieran arrasado con todo Java, como se temía, ¿no habría esto cancelado todas nuestras deudas con las instituciones en Java? O supongamos que el Partido Patriótico en China volviese al poder, y el Emperador decretara cerrar el imperio hacia todas las naciones de modo tal que durante toda una vida fuera imposible pagar nuestras obligaciones a instituciones Chinas, ¿no cancelaría esto todas nuestras deudas para con China? Asimismo, si Dios dejase de ser, o se eliminase cada lazo que nos vincula con Él, todas nuestras deudas serían canceladas inmediatamente. Pero esto es imposible. Ese vínculo que nos une a Él no puede ser roto. Nuestra deuda para con Él permanece. No podemos cancelarla, y aunque nosotros creamos que podemos pagarlo, esa creencia no altera este hecho.
.-.-.-.-
Extracto del libro: “La Obra del Espíritu Santo”, de Abraham Kuyper