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La parte principal de la debilidad de cada hombre consiste de una vana confianza en su propia fuerza. La confianza de Pedro en sí mismo fue, sin lugar a dudas su debilidad. (Mat.26:33). La mayoría de personas son iguales. Cualquier cosa que pensemos que somos capaces de hacer, nunca lo haremos tal como deberíamos hacerlo. Lo que es peor, los deseos pecaminosos, como un traidor en nuestros corazones, están dispuestos a entregarnos al enemigo. Esta es la razón por la cual nunca debemos halagarnos a nosotros mismos pensando que tenemos fuerza suficiente para estar firmes en la hora de la tentación. Hay concupiscencias secretas que se esconden en nuestros corazones que tan pronto como se presenta la tentación, se levantan alborotan, gritan, nos inquietan y nos seducen y no se dan por vencidas en tanto no sean o muertas o satisfechas. Podemos pensar orgullosamente que hay ciertas cosas que jamás haríamos. Pero nos olvidamos que el corazón nunca es el mismo bajo la tentación como lo fue antes de que entráramos en ella. Pedro no se imaginó que negaría a su Señor tan pronto como alguien le cuestionara. Cuando la hora de la tentación llegó, todas sus buenas resoluciones fueron olvidadas; todo su amor para Cristo fue temporalmente sepultado, y la tentación se unió con el temor y fue vencido por completo.

Confiar en nuestra propia fuerza es un error tan común que sería prudente examinarlo un poco más de cerca. ¿En qué estamos confiando?

  1. En general: Estamos confiando en nuestros propios corazones. Muchos incrédulos se engañan a sí mismos creyendo que tienen un corazón bueno. Pero la Biblia dice: «El corazón de los impíos es como nada.» (Prov.10:20) Es contra el «corazón” que la tentación pelea. ¿Cómo puede un corazón que no vale nada mantenerse en pie ante una tentación fuerte? El creyente verdadero que confía en su propio corazón no es mejor que el incrédulo, porque la Biblia dice: «El que confía en su propio corazón es necio» (Prov.28:26). Pedro era un creyente verdadero, pero resultó ser un necio cuando confió en su propio corazón. La Biblia dice también: «Engañoso es el corazón más que todas las cosas…» Jer.17:9) ¿Acaso nos atreveremos a confiar en aquello que es engañoso más que todas las cosas?
  2. Más específicamente: Estamos confiando en nuestro corazón pensando que tenemos una motivación suficientemente fuerte como para no ser vencido por la tentación. ¿Pueden ser realmente suficientes estos motivos? Pensemos en unos pocos ejemplos:

a. Amor al prestigio y al honor. La reputación y la estima que un hombre ha ganado a través de años de un testimonio y una vida cristiana fiel son importantes. Algunas personas piensan que esto es un motivo suficientemente poderoso para mantenernos firmes en la hora de la tentación. Estas personas piensan que preferirían morir mil muertes, antes que sacrificar la reputación que han ganado en la Iglesia de Dios. ¡Ay! Esto no es un motivo suficientemente fuerte para guardar a una persona de caer en el pecado. Esto no pudo guardar a Judas, Himeneo ni a Fileto. (2 Tim. 2: 17) Tampoco guardará a ningún otro de caer en la hora de la tentación.

b. El temor de la vergüenza, la pérdida o el reproche. Algunas personas confían en que el mero temor de que puedan traer vergüenza y reproche sobre sí mismos o sobre la causa de Cristo es un incentivo suficientemente fuerte para estar firmes en la hora de la tentación. Pero esto solamente puede tener aplicación a las tentaciones que incluyen pecados abiertos y visibles, pero no tiene poder para frenar los pecados ocultos. Aquellos que dependen de esta motivación en el día de la tentación descubrirán que no tiene el poder que ellos se imaginaban.

c. El temor de una conciencia inquieta y el temor del infierno: Esto son pensamientos que nos ayudarían si fuéramos a considerarlos frecuentemente. Sin embargo, estos temores en sí mismos no son ninguna garantía de que estaremos firmes en la hora de la tentación. Hay cuando menos tres razones por las cuales estas consideraciones fallan en preservarnos.

i. Algunas veces, la paz de conciencia que una persona quiere conservar no es más que una falsa paz. Después que David hubo pecado con Betsabé y antes de que el profeta Natán viniera, David estaba en paz. Esta era una falsa paz. Aún peor, muchos incrédulos piensan que tienen la paz con Dios, pero esta es igualmente una falsa paz. Tal como la falsa paz resultará inútil para el día del juicio, igualmente es inútil para el día de la tentación.
ii. Una paz verdadera de conciencia es de mucho valor. No obstante, por sí misma, no será suficiente para preservar a una persona en la hora de la tentación. La causa de esto es que un corazón engañoso es capaz de producir una variedad de fuertes razones para justificar la pérdida de la paz de conciencia. Aquí tenemos algunas de ellas: «Otros creyentes han caído y no obstante, han recuperado su paz.» «Si pierdo mi paz la puedo recuperar.» «Esta maldad es pequeña (no es nada) y no me puede traer consecuencias graves.» Cuando la hora de la tentación llega, estos y otros argumentos semejantes muy pronto cansarán al alma hasta que esté dispuesta a perder su paz.
iii. Pensar que el deseo de conservar nuestra paz de conciencia es suficiente para preservarnos en la hora de la tentación, es como un soldado que piensa que mientras tenga puesto su casco, no será herido en la batalla. La paz de la conciencia es una parte de la armadura necesaria para vencer la tentación; no obstante, es sólo una parte de la armadura necesaria. Pronto la tentación encontrará un blanco no protegido.

d. La maldad de pecar contra Dios. Puedes tener una conciencia sensible de la maldad de pecar contra Dios. Esto parece ser una fuerte protección contra la hora de la tentación. ¿Cómo puedo pecar contra el Dios de mi salvación? ¿Cómo puedo herir a mi Salvador quien murió por mí? Nuevamente tenemos que decir que esta protección en sí misma no es suficiente para preservarnos en la hora de la tentación. Cada día produce la evidencia triste de que esta consideración por sí sola fallará. Cada vez que un hijo de Dios cae en pecado, la tentación ha vencido esta protección.


Extracto del libro: “La tentación” de John Owen

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