En ARTÍCULOS

“Estabais muertos en vuestros delitos y pecados.”—Efesios 2:1
Nos corresponde tratar el tema de la muerte. Por una parte está el pecado, el cual es una desviación de la ley y una resistencia en contra de ella. Luego está la culpa, que consiste en no darle a Dios, retener, aquello que se le debe como el Dador y Sustentador de la ley. Pero también está el castigo, que es el acto del Dador de la ley mediante el cual hace cumplir Su ley en contra del transgresor de la misma. La Sagrada Escritura llama a este castigo “muerte.”

A fin de entender qué es la muerte, debemos primero hacernos la pregunta: “¿Qué es la vida?” La respuesta en su forma más general es “Una cosa vive si se mueve desde adentro.” Si viéramos a un hombre en la calle apoyado sobre una pared, completamente inmóvil, supondríamos que está muerto. Pero si moviera su cabeza o su mano, sabríamos que está vivo. El movimiento es siempre una señal de vida, aunque sea casi imperceptible y tan débil que requiera de los dedos expertos de un médico para detectarlo. Puede ser que los músculos estén paralizados y los tendones y nervios rígidos, pero mientras haya un pulso, el corazón palpite y los pulmones inhalen aire, la vida no se ha extinguido. Aun en los casos más extremos como ahogo, trance o parálisis, una vez que observamos movimiento, toda duda se elimina. Por tanto, podemos decir con toda seguridad que un cuerpo vive si se mueve desde adentro.

No podemos decir lo mismo de un reloj, ya que su mecanismo carece de movimiento inherentemente propio. Al darle cuerda, puede almacenar energía en su mecanismo principal, pero cuando se gasta, el reloj se detiene. Pero la vida no es una fuerza que ha sido añadida mecánica y temporalmente a un organismo preparado, sino que es una energía inherente en él como un principio orgánico.

Por lo tanto, es evidente que el cuerpo humano no tiene en sí mismo un principio vital inherente, sino que lo recibe de su alma. Un brazo permanece inmóvil hasta que el alma lo mueve. Incluso las funciones de la circulación, la respiración y la digestión son animadas por el alma. Así, cuando el alma abandona el cuerpo, todas estas funciones se detienen. Un cuerpo sin alma es un cadáver. De la misma manera en que la vida física depende de la unión del cuerpo con el alma, así también la muerte física es el resultado de la disolución de ese lazo. De la misma manera en que Dios en el principio formó el cuerpo humano del polvo de la tierra y sopló en su nariz aliento de vida para que fuera un ser viviente, así también la disolución de ese vínculo, que es la muerte del cuerpo, es un acto de Dios. La muerte, por tanto, es la remoción de ese don maravilloso, el vínculo de la vida. Dios quita aquella bendición de la cual se ha perdido el derecho de posesión, y el alma se separa del cuerpo abandonando así la carne. El cuerpo, mientras tanto, es entregado a la corrupción.

Pero esto no pone fin al proceso de la muerte. La vida y la muerte son extremos opuestos que abarcan el alma y el cuerpo. “En la muerte habréis de morir” es la sentencia divina, lo que incluye a la persona entera y no sólo su cuerpo. Aquello que posee la vida de la criatura también puede morir como criatura. Por lo tanto, el alma, siendo una criatura, puede también ser despojada de su vida de criatura. Sabemos que en otro sentido el alma es inmortal, pero a fin de evitar confusiones, rogamos al lector dejar a un lado por un momento este hecho. Volveremos a él enseguida.

Si aplicamos nuestra definición de vida al alma como criatura viviente, llegamos a la conclusión de que el alma vive solamente cuando se mueve, cuando las acciones proceden de ella y las energías obran en ella. Pero su principio vital no es inherente al cuerpo, sino que proviene de afuera. Originalmente no existía en sí mismo, sino que Dios le dio un principio vital interno y un poder de movimiento que Él sustentó y calificó para obrar de momento en momento. En este punto, Adán fue distinto a nosotros. Es verdad que en el alma de la persona regenerada hay un principio vital, pero su fuente de energía viene de afuera de nosotros, de Cristo. Hay morada pero no permeación interna. El habitante y la morada son distintos. Por lo tanto, en el hombre regenerado la vida es extrínseca, el soporte no está en sí mismo. Pero esto no fue así en la vida de Adán. Aunque el principio vital que le dio energía al alma provino de Dios, fue sin embargo depositada en Adán mismo.

Obtener gasolina de una gasolinera es una cosa. Elaborarla con los costes que supone para tu propio bolsillo y venderla en tu propio establecimiento, es otra totalmente distinta. El hijo de Dios que ha sido regenerado recibe la vida directamente de Cristo, quien está fuera de él a la diestra de Dios, a través de los canales de la fe. Pero Adán tuvo el principio vital dentro de sí mismo directamente desde la Fuente de todo Bien. El Espíritu Santo la había colocado en su alma y la mantuvo en operación activa, no como algo extrínseco, sino inherente y peculiar de su naturaleza.

Si la vida de Adán hubiera tenido su origen en la unión que Dios había establecido entre su alma y el principio vital del Espíritu Santo, concluiríamos que la muerte de Adán vino como resultado del acto de Dios de disolver esa unión de modo tal que su alma se convirtió en un cadáver. Pero esto no es así. Cuando el cuerpo muere, no desaparece, el proceso de la muerte no se detiene ahí. Visto como una unidad, el cuerpo se vuelve incapaz de producir acción orgánica alguna, pero sus partes constituyentes son capaces de producir efectos terribles y corruptibles. Si se deja sin enterrar un cadáver, los gases venenosos de la putrefacción producen fiebres malignas y causan la muerte a los habitantes de la comunidad. Después de esta disolución de carne y sangre, que no puede heredar el Reino de Dios, el cuerpo como tal continúa existiendo con la posibilidad de ser vivificado y rediseñado en un cuerpo más glorioso, y en un ser reunido con el alma.

Todo esto puede casi literalmente aplicarse al alma. Cuando un alma muere, es decir, cuando es cortada de su principio vital que es el Espíritu Santo, se vuelve completamente inmóvil e incapaz de realizar cualquier buena obra. Algunas cosas permanecen, como por ejemplo la compasión ante la muerte. Sin embargo, aquella compasión es inútil y sin provecho. De la misma manera que un cuerpo muerto no puede realizar ninguna obra y está inclinada a toda disolución, así también un alma muerta es incapaz de producir bondad alguna e inclinada a toda maldad.

Pero esto no significa que el alma muerta carezca de toda actividad; al contrario, en esto es similar a un cuerpo muerto. De la misma manera que este contiene sangre, carbón y calcio, también aquella posee sentimientos, inteligencia e imaginación. Estos elementos en el alma muerta se vuelven igualmente activos y con efectos aun más terribles, a veces demasiado horribles como para mirarlos. Pero de la forma que un cuerpo muerto con todas sus actividades no puede nunca producir algo para restaurar su organismo, asimismo el alma muerta no puede lograr nada para restaurar mediante sus obras su posición ante Dios. Todas sus obras son pecaminosas, de la misma manera en que el cuerpo muerto sólo emite olores fétidos.

Así es, podemos continuar con este paralelismo. Se puede embalsamar un cadáver, llenarlo de hierbas aromáticas y cubrirlo como una momia. En este caso su corrupción es invisible, toda su fealdad ha sido cuidadosamente ocultada. Así también muchas personas embalsaman el alma muerta, la llenan con hierbas fragantes y la envuelven como si fuera una momia en una mortaja de justicia propia, de tal manera que la corrupción interna apenas se ve. Pero de la misma manera que los egipcios no podían devolverle la vida a sus muertos a través del embalsamamiento, así tampoco pueden estas momias del alma, a través de todas sus artes egipcias, echar chispa alguna de vida a sus almas muertas.

Un alma muerta no está aniquilada, sino que continúa existiendo y, por la gracia divina, puede ser resucitada a una vida nueva. Continúa existiendo incluso más poderosamente que el cuerpo. Este es divisible, pero el alma no lo es. Debido a que es una unidad, no puede ser dividida. Por lo tanto, a la muerte del alma no sigue la disolución del alma. Es la obra venenosa de los elementos del alma después de la muerte la que produce una presión terrible en el alma indivisible, haciendo nacer en ella un deseo vehemente para ser disuelta.

Hay fricción y confusión de elementos que claman por tener armonía y paz; hay una excitación violenta que despierta fuegos profanos, pero no hay disolución. Por lo tanto el alma es inmortal, es decir, no puede ser dividida o aniquilada. Se vuelve un cadáver, no susceptible de disolución, en el cual los gases venenosos continuarán para siempre su obra pestilente en el infierno.

Pero el alma también es susceptible a un nuevo avivamiento y reanimación; estando muerta en sus delitos y pecados, cortada del principio vital, su organismo inmóvil, incapaz y sin ganancia alguna, corrupta y deshecha, con todo, sigue siendo un alma humana. Y Dios, el cual es misericordioso y lleno de gracia, puede restablecer aquel vínculo roto. La comunión interrumpida con el Espíritu Santo puede ser restaurada, como la comunión rota del cuerpo y alma. Este reavivamiento del alma muerta es la regeneración.

Cerramos esta sección con una observación más. La rotura del vínculo que causa la muerte no siempre es repentino. La muerte por parálisis es casi instantánea, pero la muerte por tuberculosis es lenta. Cuando Adán pecó, la muerte vino enseguida. Pero en cuanto a su cuerpo, su separación completa con el alma requirió más de novecientos años. Pero el espíritu murió en seguida, repentinamente. El vínculo con el Espíritu Santo fue cortado, y sólo quedan unas pocas fibras activas en los sentimientos de vergüenza.
Cuando decimos que la muerte del alma puede ser menos pronunciada en uno u otro caso, no estamos insinuando que en el uno esté muerta y en el otro sólo esté muriendo. No, en ambos está muerta. El alma en cada caso es un cadáver, sólo que en uno está embalsamado como una momia, y en el otro está en proceso de disolverse. También puede ser que las obras conflictivas, venenosas y destructivas del alma sólo hayan comenzado en un caso, mientras que en el otro ya han sido estimuladas y desarrolladas por medio de la educación u otros agentes. Estas diferencias entre distintas personas dependen de la gracia divina. La disolución de un cuerpo en el Polo Norte es lenta, mientras que en un cuerpo al sur del Ecuador es bastante rápida. Asimismo, las almas muertas son colocadas en distintas atmósferas, y de ahí surgen sus diferencias.

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Extracto del libro: “La Obra del Espíritu Santo”, de Abraham Kuyper

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