Por mandato divino tenemos una relación legal, como descendientes de Adán. Tratar de buscar en la voluntad de Dios otros motivos que Él no ha revelado para explicar esto, es caminar en el filo de la navaja, rallando en la curiosidad y la blasfemia (Deut.29:29).
De la misma manera, estamos unidos a Cristo por una relación legal. La unión con Cristo es por un decreto soberano de Dios. Es interesante notar que a veces, los mismos que niegan la imputación del pecado y la culpa de Adán, se confortan a sí mismos con la esperanza de la imputación de la justicia de Cristo. ¿Acaso no se dan cuenta de que, sí ellos no están «en Adán», entonces tampoco necesitan estar «en Cristo»? ¡Cuán insensato es el corazón no regenerado del hombre!
Nuestra relación con Adán es también una relación orgánica. En él estuvo la suma total de la humanidad. De esta manera todo hombre está relacionado orgánicamente con Adán por su nacimiento físico. Estamos relacionados orgánicamente con Cristo porque Él fue el primer hombre de la humanidad nueva. Así como todo hombre fue hecho en la imagen de Adán (Gen 5:3), así también la humanidad nueva, los elegidos de Dios de todas las edades, están siendo conformados a la imagen de Cristo (Rom 8:29). Esta conformidad es primero moral y espiritual (Ef.4:24) y luego en la resurrección, será corporal. «Mas nuestra vivienda es en los cielos; de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo; El cual transformará el cuerpo de nuestra bajeza, para ser semejante al cuerpo de su gloria, por la operación con la cual puede también sujetar así todas las cosas.» (Filipenses 3:20-21)
Así pues, por una relación legal y orgánica, Adán fue señalado por Dios para actuar por nosotros, como nuestro representante. Él nos representó en el jardín del Edén. De esta manera, cuando él cayó en pecado y culpa delante de Dios, nosotros caímos con él.
Por ejemplo: cuando el Congreso o el Parlamento de un país declara la guerra a otro, estos cuerpos representativos hablan en nombre de sus ciudadanos. Aunque uno como ciudadano individual no declare la guerra, de todas maneras uno de sus representantes lo hace, y esto resulta en un estado de guerra, le guste o no.
Adán pecó y de esta manera comenzó la guerra entre Dios y el hombre. La ira de Dios, la separación y la depravación total del hombre son el resultado directo de la caída de Adán en el pecado y la culpa delante de Dios.
Por otro lado, Cristo Jesús es el representante de los elegidos de Dios. Él tomó el castigo que ellos merecían debido a la caída de Adán y a nuestro propio pecado (Luc.22:19-20; Jn.17:19). Como representante del pueblo de Dios, Jesucristo
Vivir una vida perfecta de obediencia, para cumplir toda justicia divina en nuestro lugar. De esta manera, su vida y su muerte son nuestra salvación, porque son vistas como siendo hechas en nuestro lugar, por nuestro representante ordenado divinamente.
Adán no solo actuó como nuestro representante, sino también como nuestro sustituto. Su pecado fue contado por Dios como nuestro pecado. Nosotros pecamos en Adán, tanto como Adán pecó por nosotros (Rom 5:12). Somos culpables porque pecamos contra Dios en Adán.
Igualmente, Cristo es explícitamente nuestro sustituto (Mal. 20:28, Jn.1:29, etc.). Cuando Él fue crucificado, nosotros fuimos crucificados con Él (Gál.2:20). Cuando Él murió, nosotros morimos. Cuando Él resucitó, nosotros fuimos resucitados con Él (Rom.6:3-14). Nosotros obedecimos a Dios por treinta y tres años y medio, fuimos abandonados y castigados por Dios en la crucifixión, porque estábamos en Cristo.
Nuestra relación legal, sustitutiva y representativa con Adán debe ser entendida también en términos del «pacto adánico». Dios siempre trata con el hombre por medio de pactos. Adán no fue distinto. Mientras que la terminología tradicional es la de un «pacto de obras» sería mejor retitularlo como un «pacto de vida». Porque para Adán, las obras no fueron el asunto central sino la promesa de vida. Si él hubiera obedecido a Dios, el mundo habría entrado en la vida eterna y habría reposado de sus obras, como Dios reposó de sus obras. Pero Adán abandonó la bendición del pacto y recibió a cambio la maldición del pacto, es decir, la muerte (Gén.2:17).
A través de la relación legal, representativa y sustitutiva ya menciona, Adán fue nuestro representante en el pacto. Cuando la condición del pacto cayó sobre él, ésta pasó a toda la humanidad y esa es la razón por la que todos morimos en Adán (l Cor.15:21-22). Cristo Jesús vino en el contexto del Nuevo Pacto (Jer.31:31-37; Mat.26:28;.Heb.8:1-11). Su obra salvadora es referida en Heb.13:20 como: «La sangre del pacto eterno’
Adán, Noé, Abraham y Moisés son todos cabezas representativas y tipos de aquel representante y cabeza del pacto que había de venir. Cristo Jesús es el representante de todos aquellos que pertenecen a este Nuevo Pacto. De esta manera, nosotros estamos «en Cristo» por el pacto, legalmente, por representación y por sustitución.
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Extracto tomado del libro: Unión con Cristo, de Albert N. Martin