La doctrina de la soberanía de Dios no es un mero dogma filosófico carente de valor práctico. Más bien es la doctrina que le da significado y sustancia a todas las demás doctrinas. Es el cimiento de la teología cristiana... el centro de gravedad del sistema de la verdad cristiana -el sol alrededor del cual giran el resto de los astros-.

Hay algunos atributos de Dios que nunca alcanzaremos a comprender. Podemos hablar de la auto existencia de Dios, de su autosuficiencia, de su eternidad y de su naturaleza trinitaria. Sin embargo, siempre debemos reconocer que no las comprendemos completamente, porque no nos asemejamos a Dios en ninguno de estos atributos. Sencillamente, debemos confesar que Él es Dios y nosotros somos Sus criaturas. El infinito trasciende nuestro entendimiento. Por otro lado, existen otros atributos de Dios que sí podemos comprender, porque en menor grado nosotros también los compartimos. Esto es cierto en el caso de varios atributos de Dios: su sabiduría, su verdad, su misericordia, su gracia, su justicia, su ira, su bondad, su fidelidad, y otros más. De estos atributos nos ocuparemos ahora.

Vamos a comenzar con la soberanía de Dios. Él tiene el gobierno y la autoridad absoluta sobre su creación. Para ser soberano, Dios también debe ser omnisciente, omnipotente y completamente libre. Si Dios tuviera alguna de estas áreas restringidas, entonces no sería completamente soberano. No obstante, la soberanía de Dios es mayor que cualquiera de los atributos contenidos en ella. Puede ser que alguno de estos atributos nos resulte más importante -el amor, por ejemplo. Pero si hacemos el ejercicio de detenernos a pensar un poco más, veremos cómo cualquiera de estos atributos es posible sólo por la soberanía de Dios. Dios podría ser amor, por ejemplo, pero si no fuera soberano, las circunstancias podrían coartar su amor de manera que nos resultara inservible. Lo mismo con respecto a su justicia. Dios podría querer instaurar la justicia entre todos los seres humanos, pero si no fuera soberano, la justicia se frustraría y la injusticia prevalecería.

Por lo tanto, la doctrina de la soberanía de Dios no es un mero dogma filosófico carente de valor práctico. Más bien es la doctrina que le da significado y sustancia a todas las demás doctrinas. Como observa Arthur Pink, es «el cimiento de la teología cristiana… el centro de gravedad del sistema de la verdad cristiana -el sol alrededor del cual giran el resto de los astros». Y como también veremos, es la fortaleza del cristiano y su consolación en medio de los avatares de esta vida.

Sin duda que surgen varias interrogantes al afirmar el gobierno de Dios con relación a un mundo que evidentemente ha seguido su propio curso. Podemos aceptar que Dios gobierna en el cielo. Pero la tierra es un lugar sin Dios. Aquí la autoridad de Dios no ha sido acatada y el pecado es lo que prevalece. ¿Podemos decir realmente que Dios es soberano en medio de un mundo como este? La respuesta, si miramos al mundo solamente, es obviamente que no. Pero si comenzamos por las Escrituras, que es lo que debemos hacer si deseamos conocer a Dios, entonces sí podemos hacer tal afirmación; porque la Biblia declara en varias oportunidades que Dios es soberano. Puede suceder que no entendamos esta doctrina. Puede suceder que todavía no entendamos por qué Dios tolera el pecado. Pero nunca dudaremos sobre esta doctrina ni nos apartaremos de sus consecuencias.

En las Escrituras la soberanía de Dios es un concepto tan importante y abarca tantas cosas, que resulta imposible estudiarlo en su totalidad. Algunos pasajes, sin embargo, pueden servir para aclarar esta doctrina. «Tuya es, oh Jehová, la magnificencia y el poder, la gloria, la victoria y el honor; porque todas las cosas que están en los cielos y en la tierra son tuyas. Tuyo, oh Jehová, es el reino, y Tú eres excelso sobre todos… y Tú dominas sobre todo» (1 Cr. 29:11-12). La misma enseñanza la encontramos en el libro de los Salmos. «De Jehová es la tierra y su plenitud; el mundo, y los que en él habitan» (Sal. 24:1). «Estad quietos, y conoced que Yo soy Dios; seré exaltado entre las naciones; enaltecido seré en la tierra» (Sal. 46:10). «Dios es el Rey de toda la tierra» (Sal. 47:7). La doctrina de la soberanía de Dios descansa en la base de todas las exhortaciones a confiar en Él, a alabarle y a encomendar nuestro camino a Él.

Además de estos pasajes que ya hemos mencionado y de muchísimos otros, hay ejemplos del gobierno de Dios sobre el orden material. El mundo de los objetos y de la materia está sujeto a las normas que Dios les ha impuesto. Son las leyes de la naturaleza y las leyes científicas. Pero no debemos creer, sin embargo, que estas leyes, porque así se les llama, son absolutas y que por lo tanto controlan a Dios y lo limitan; ya que en ocasiones Dios actúa de manera impredecible para hacer lo que llamamos milagros.

Dios mostró su soberanía sobre la naturaleza cuando dividió el Mar Rojo para que los hijos de Israel pudieran salir de Egipto, y luego hizo que las aguas descendieran sobre los perseguidores egipcios para así destruirlos. Mostró su soberanía cuando envió el maná del cielo para alimentar al pueblo mientras estaba en el desierto. En otra ocasión, les envió codornices al campamento para que tuvieran carne. Dios dividió las aguas del Río Jordán para que el pueblo entrara en la tierra de Canaán. Hizo que las murallas de Jericó se derrumbaran. Hizo que el sol se detuviera en los días de Josué en Gabaón para que Israel pudiera obtener una victoria sobre sus enemigos en retirada. En los días de Jesús, la soberanía de Dios se manifestó en la alimentación de los cuatro mil y los cinco mil por medio de unos pocos panes y unos peces, manifestándose en las curaciones de los enfermos y la resurrección de los muertos. Y por último, se manifestó en los acontecimientos que rodearon la crucifixión de Cristo y su resurrección.

Otros pasajes nos muestran cómo la soberanía de Dios alcanza la voluntad humana y por lo tanto las acciones humanas también. Así fue que Dios endureció el corazón de Faraón para que no dejara ir al pueblo de Israel. Pero, por el otro lado, enternece los corazones de los individuos para que respondan a su amor y le obedezcan.

Puede argumentarse, como ya lo hemos señalado, que algunos hombres y mujeres, a pesar de todo, desafían a Dios y le desobedecen. Pero esta observación no es suficiente para derribar las enseñanzas de la Biblia concernientes al gobierno de Dios sobre su creación; si así fuera, la Biblia caería en una contradicción. Esta supuesta contradicción se explica fácilmente por la rebelión humana, que, si bien está en abierta oposición a los mandamientos explícitos de Dios, permanece dentro de sus propósitos eternos u ocultos. Es decir, Dios tiene sus razones para tolerar el pecado; sabe de antemano que el pecado será juzgado en el día de su ira, y que mientras tanto no sobrepasará los límites que Él ha prefijado. Desde nuestra perspectiva hay muchas cosas que parecen obrar en contra de la soberanía de Dios. Pero desde la perspectiva de Dios, sus mandatos siempre son implementados. Como los describe el Catecismo Menor de Westminster, son «su eterno propósito, según el consejo de su propia voluntad, en vir-tud del cual ha preordenado, para su propia gloría, todo lo que sucede».

Extracto del libro «Fundamentos de la fe cristiana» de James Montgomery Boice.

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