En BOLETÍN SEMANAL

“Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él”. —Proverbios 22:6

Me imagino que la mayoría de los cristianos que profesan su fe, conocen el texto citado. Su sonido seguramente es familiar a sus oídos, como lo es una vieja tonada. Es probable que lo hayan oído, lo hayan leído, hayan hablado de él y lo hayan citado muchas veces. ¿Acaso no es así? Pero, aun con todo eso, ¡cuán poco se tiene en cuenta la sustancia de este texto! Parecería que mayormente se desconoce la doctrina que contiene; parecería que muy pocas veces se pone en práctica el compromiso que nos presenta.  

No se puede decir que el tema es nuevo. El mundo es viejo y contamos con la experiencia de casi seis mil años para ayudarnos. Vivimos en una época cuando hay una gran dedicación a la educación en todas las áreas. Oímos que por todas partes surgen nuevas escuelas. Nos cuentan de sistemas nuevos y libros nuevos de todo tipo para niños y jóvenes. Aun con todo esto, la gran mayoría de los niños no recibe formación sobre el camino que debe tomar porque cuando llegan a su madurez, no caminan con Dios.

Ahora bien, ¿por qué están así las cosas? La pura verdad es que el mandato del Señor en nuestro texto no es tenido en cuenta. Por lo tanto, la promesa del Señor que el mismo texto contiene, no se cumple.

Lector, esta situación debería generar un profundo análisis del corazón. Recibe pues, una palabra de exhortación de un pastor acerca de la educación correcta de los niños. Créeme, el tema es tal que debería conmover a cada conciencia y hacer que cada uno se pregunte: “En esta cuestión, ¿estoy haciendo todo lo que puedo?”.

Es un tema que concierne a casi todos. Pocos son los hogares a los cuales no se aplica. Padres de familia, niñeras, maestros, padrinos, madrinas, tíos, tías, hermanos, hermanas, todos están involucrados. Son pocos, creo yo, los que no influyan sobre algún padre en el manejo de su familia o afecte la educación de algún hijo por sus sugerencias o consejos. Sospecho que todos podemos hacer algo en este sentido, ya sea directa o indirectamente, y quiero mover a todos a recordarlo…

  1. Instrúyelos en el camino que deben andar.

Primero, entonces, si vas a instruir correctamente a tus hijos, instrúyelos en el camino que deben andar y no en el camino que a ellos les gustaría andar. Recuerda que los niños nacen con una predisposición decidida hacia el mal. Por lo tanto, si los dejas escoger por sí mismos, es seguro que escogerán el mal.

La madre no puede saber lo que su tierno infante será cuando sea adulto —alto o bajo, débil o fuerte, sabio o necio. Puede o no ser uno de estos—, todo es incierto. Pero una cosa puede la madre decir con certeza: Tendrá un corazón corrupto. Es natural para nosotros hacer lo malo. Dice Salomón: “La necedad está ligada al corazón del muchacho” (Pr. 22:15). “El muchacho consentido avergonzará a su madre” (Pr. 29:15). Nuestro corazón es como la tierra en que caminamos: Dejada a su suerte, es seguro que producirá malezas.

Entonces, para tratar con sabiduría a tu hijo, no debes dejar que se guíe según su propia voluntad. Piensa por él, juzga por él, actúa por él, tal como lo harías por alguien débil y ciego. Por favor no lo entregues a sus propios gustos e inclinaciones erradas. No son sus gustos y deseos lo que tienes que consultar. El niño no sabe todavía lo que es bueno para su mente y su alma del mismo modo como no sabe lo que es bueno para su cuerpo. No lo dejes decidir lo que va a comer, lo que va a tomar y la ropa que va a vestir. Se consecuente y trata su mente de la misma manera. Instrúyelo en el camino que es bíblico y bueno y no en el camino que a él se le ocurra.

Si no se decides tu en cuanto a este primer principio de formación cristiana, es inútil que sigas leyendo. La obstinación es lo primero que aparece en la mente del niño. Resistirla debe ser el primer paso que debes dar.

2. Instruye a tu hijo con toda ternura, afecto y paciencia.

No quiero decir que debes consentirlo, lo que sí quiero decir es que debes hacer que vea que tu lo amas. El amor debe ser el hilo de plata de toda su conducta. La bondad, dulzura, mansedumbre, tolerancia, paciencia, comprensión, una disposición de identificarse con los problemas del niño, la disposición de participar en las alegrías infantiles —estas son las cuerdas por las cuales el niño puede ser guiado con mayor facilidad—, estas son las pistas que debes seguir para encontrar tu camino hacia el corazón de él…

Ahora bien, la mente de los niños ha sido fundida en el mismo molde que la nuestra. La dureza y severidad de nuestro comportamiento los dejará fríos y los apartará de nosotros. Esto cierra el corazón de ellos y te cansaras de tratar de encontrar la puerta de su corazón. Pero hazle ver que sientes cariño por ellos —que realmente quiere hacerlos felices y hacerles bien— que si los castiga, es para el propio beneficio de ellos y que, como el pelicano, tu darías tu sangre para alimentar el alma de ellos. Deja que vean eso, y pronto serán todos tuyos. Pero tienen que ser atraídos con bondad, si es que quieres que te presten atención… El cariño es un gran secreto de la formación exitosa. La ira y la dureza pueden dar miedo, pero no convencerán al niño de que tienes razón. Si notan con frecuencia que pierdes la paciencia, pronto dejarán de respetarte. Un padre que le habla a su hijo como lo hizo Saúl a Jonatán (1 S. 20:30), no puede pretender que conservará su influencia sobre la mente de ese hijo.

Esfuérzate mucho por conservar el cariño de tu hijo. Es peligroso hacer que te tema. Casi cualquier cosa es mejor que el silencio y la manipulación entre su hijo y tu, y esto aparecerá con el temor. El temor da fin a la posibilidad de que tu hijo sienta la confianza de poder hablar contigo. El temor lleva a la ocultación y al fingimiento —el temor siembra la semilla de mucha hipocresía y produce muchas mentiras—. Hay mucha verdad en las palabras del Apóstol en Colosenses: “Padres, no exasperéis a vuestros hijos, para que no se desalienten” (Col. 3:21). No desatiendas este consejo.

3. El alma es lo primero que debes considerar

Instruye con el siguiente pensamiento continuamente en mente: Que el alma de tu hijo es lo primero que debes considerar. Preciosos, sin duda, son los pequeños a tus ojos, pero si los amas, piensa con frecuencia en el alma de ellos. No debes sentir la responsabilidad de otros intereses, tanto como la de los intereses eternos de ellos. Ninguna parte de ellos debiera ser tan querida por ti como esa parte que nunca morirá. El mundo con toda su gloria pasará, los montes se derretirán, los cielos se envolverán como un rollo, el sol dejará de brillar. Pero el espíritu que mora en esas pequeñas criaturas, a quienes tanto amas, sobrevivirá a todo eso, y en los momentos felices, al igual que en los de sufrimiento (hablando como un hombre), dependerán de ti.

Éste es el pensamiento que debe ser el principal en tu mente en todo lo que haces por tus hijos. En cada paso que tomas en relación con ellos, en cada plan, proyecto y trato que los afecta, no dejes de considerar esa poderosa pregunta: “¿Cómo afectará eso a su alma?”.

El amor al alma es el alma de todo amor. Mimar, consentir y malcriar a tu hijo, como si este mundo fuera lo único que tiene y esta vida la única oportunidad de ser feliz; hacer esto no es verdadero amor, sino crueldad. Es tratarlo como una bestia del campo que no tiene más que un mundo que tener en cuenta y nada después de la muerte. Es esconder de él esa gran verdad que debe ser obligado a aprender desde su misma infancia: El fin principal de su vida es la salvación de su alma.

El cristiano verdadero no debe ser esclavo de las costumbres si quiere instruir a sus hijos para el cielo. No debe contentarse con hacer las cosas meramente porque son la costumbre del mundo; ni enseñarles e instruirles en cierta forma, meramente porque es la práctica; ni dejarles leer libros de contenido cuestionable, meramente porque todos los leen; ni dejarles formar hábitos con tendencias dudosas, meramente porque son los hábitos de la época. Debe instruir a sus hijos con su vista en el alma de ellos. No debe avergonzarse de saber que su instrucción es llamada peculiar y extraña. ¿Y qué, si lo es? El tiempo es breve; las costumbres de este mundo pasarán. El padre que ha instruido a sus hijos para el cielo en lugar de la tierra —para Dios, en lugar de para el hombre— es el que al final será llamado sabio.

4. Instrúyelo en el conocimiento de la Biblia

No puedes obligar a tus hijos a amar la Biblia. Nadie que no sea el Espíritu Santo nos puede dar un corazón que disfrute de su Palabra. Pero puedes familiarizar a tus hijos con la Biblia. Ten por seguro que nunca conocerán la Biblia demasiado pronto ni demasiado bien.

Un conocimiento profundo de la Biblia es el fundamento de toda opinión clara acerca de la fe cristiana. El que está bien fundamentado en ella, por lo general, no será indeciso, llevado de aquí y para allá por cualquier doctrina nueva. Cualquier sistema de enseñanza que no haga del conocimiento de las Escrituras una prioridad, es inseguro e inestable.

Tienes que prestar atención a este punto ahora mismo porque el diablo anda suelto y el error abunda. Hay entre nosotros algunos que le dan a la Iglesia el honor que le corresponde a Jesucristo. Hay quienes hacen de los sacramentos sus salvadores y su pasaporte a la vida eterna. Y también hay los que honran un catecismo más que a la Biblia y llenan la mente de sus hijos con patéticos libritos de cuentos, en lugar de las Escrituras de la verdad. Pero si amas a tus hijos, permite que la Biblia sea, sencillamente, todo en la formación de sus almas y haz que todos los demás libros sean secundarios.

No te preocupes tanto porque sean versados en el catecismo, sino que sean versados en las Escrituras. Créeme, esta es la enseñanza que Dios honra. El salmista dice del Señor: “Has engrandecido tu Nombre, y tu palabra sobre todas las cosas” (Sal. 138:2). Pienso que el Señor da una bendición especial a todos los que engrandecen su palabra entre los hombres.

Ocúpate de que tus hijos lean la Biblia con reverencia. Instrúyeles a considerarla, no como la palabra de los hombres, sino lo que verdaderamente es: La Palabra de Dios, escrita por el Espíritu Santo mismo; toda verdad es  beneficiosa y capaz de hacernos sabios para la salvación por medio de la fe que es en Cristo Jesús.

Ocúpate de que la lean regularmente. Instrúyeles de modo que la consideren como el alimento diario del alma, como algo esencial a la salud cotidiana del alma. Sé bien que no puede hacer que esto sea otra cosa que una práctica, pero quién sabe la cantidad de pecados que una mera práctica puede indirectamente frenar.

Ocúpate de que la lean toda. No dejes de hacerles conocer toda doctrina. No supongas que las doctrinas principales del cristianismo son cosas que los niños no pueden comprender. Los niños comprenden mucho más acerca de la Biblia de lo que, por lo general, suponemos.

Háblales del pecado… su culpa, sus consecuencias, su poder, su vileza. Descubrirás que pueden comprender algo de esto.

Háblales del Señor Jesucristo y de su obra a favor de nuestra salvación… la expiación, la cruz, la sangre, el sacrificio, la intercesión. Descubrirás que hay algo en todo esto que no escapa a su entendimiento.

Háblales de la obra del Espíritu Santo en el corazón del hombre, cómo lo cambia, renueva, santifica y purifica. Pronto comprobará que pueden, en cierta medida, seguir lo que le está enseñando. En suma, sospecho que no tenemos ni idea de cuánto puede un niñito entender acerca del alcance y la amplitud del glorioso evangelio. Captan mucho más de lo que suponemos acerca de estas cosas.

Llena su mente con las Escrituras. Permita que la Palabra more ricamente en tus hijos. Dales la Biblia, toda la Biblia, aun cuando sean pequeños.

5. Instrúyelos en el hábito de orar.

  La oración es el aliento mismo de vida de la verdadera religión. Es una de las primeras evidencias que el hombre ha nacido de nuevo. Dijo el Señor acerca de Saulo el día que le envió a Ananías, “he aquí, él ora” (Hch. 9:11). Había empezado a orar y eso era prueba suficiente.

La oración era la marca que distinguía al pueblo del Señor el día que comenzó una separación entre ellos y el mundo. “Entonces los hombres comenzaron a invocar el nombre de Jehová” (Gn. 4:26).

La oración es ahora la característica de todos los verdaderos cristianos. Oran porque le cuentan a Dios sus necesidades, sus sentimientos, sus anhelos, sus temores y lo que dicen es sincero. El cristiano nominal puede recitar oraciones,  incluso buenas oraciones, pero no va más allá.

La oración es el momento decisivo en el alma del hombre. Nuestro ministerio es estéril y nuestra labor en vano mientras no caigamos de rodillas. Hasta entonces, no tenemos esperanza.

La oración es un gran secreto de la prosperidad espiritual. Cuando hay mucha comunión privada con Dios, el alma crece como la hierba después de la lluvia. Cuando hay poco, estará detenida, apenas podrá mantener su alma con vida. Muéstrame un cristiano que crece, un cristiano que marcha adelante, un cristiano fuerte, un cristiano triunfante, y estoy seguro de que es alguien que habla frecuentemente con su Señor. Le pide mucho y tiene mucho. Le cuenta todo al Señor, por lo que siempre sabe cómo actuar.

La oración es el motor más poderoso que Dios ha puesto en nuestras manos. Es la mejor arma para usar en cualquier dificultad y el remedio más seguro para todo problema. Es la llave que abre el tesoro de promesas y la mano que genera gracia y ayuda en el tiempo de la adversidad. Es la trompeta de plata que Dios nos ordena que hagamos sonar en todos nuestros momentos de necesidad y es el clamor que ha prometido escuchar siempre, tal como una madre cariñosa responde a la voz de su hijo.

La oración es el modo más sencillo que el hombre puede usar para acudir a Dios. Está dentro del alcance de todos —de los enfermos, los ancianos, los débiles, los paralíticos, los ciegos, los pobres, los iletrados— todos pueden orar. De nada te sirve excusarse porque no tienes memoria, porque no tienes educación, porque no tienes libros o porque no tienes erudición en este sentido. Mientras tengas una lengua para explicar el estado de tu alma, puedes y debe orar. Esas palabras: “No tenéis lo que deseáis, porque no pedís” (Stg. 4:2) será la temible condenación para muchos en el Día del Juicio.

Padres, si amáis a vuestros hijos, haced todo lo que está en vuestro poder para instruirlos de modo que hagáis un hábito de la oración. Muéstrales cómo comenzar. Indícales qué decir. Anímalos a perseverar. Recuérdales que lo hagan si la descuidan. Al menos, que no sea culpa tuya el que nunca oren al Señor.

Éste, recuerda, es el primer paso espiritual que puede tomar el niño. Mucho antes de que pueda leer, puede enseñarle a arrodillarse junto a su madre y decir las palabras sencillas de oración y alabanza que ella le sugiere. Y como, en cualquier empresa, los primeros pasos son siempre los más importantes, también lo son en el modo como sus hijos oran sus oraciones —un punto que merece su máxima atención. Pocos son los que parecen saber cuánto depende de esto. Necesitas tener cuidado, no sea que se acostumbren a orar de un modo apurado, descuidado e irreverente. Ten cuidado… de confiar demasiado en que tus hijos lo harán cuando les dejas que lo hagan por sí mismos. No puedo elogiar a aquella madre que nunca cuida ella misma la parte más importante de la vida diaria de su hijo. Sin duda alguna, si existe un hábito que su propia mano y sus ojos deben ayudar a formar, es el hábito de la oración. Créeme, si nunca escuchas orar a tus hijos, eres tu quien tiene la culpa.

La oración es, entre todos los hábitos, el que recordamos por más tiempo. Muchos que ya peinan canas podrían contarle cómo su madre los hacía orar cuando eran pequeños. Quizá han olvidado otras cosas. La congregación donde eran llevados al culto, el pastor que oían predicar, los compañeros que jugaban con ellos, todo esto probablemente se ha borrado de su memoria sin dejar una marca. Pero encontrarás con frecuencia que es muy diferente cuando se trata de sus primeras oraciones. Con frecuencia te podrán decir dónde se arrodillaban, qué les enseñaba su madre para decir y, aun, describir el aspecto de su madre en esas ocasiones. Lo recordarán como si hubiera sido ayer. Lector, si amas a tus hijos, te insto a que no dejes pasar el tiempo de siembra sin mejorar el hábito de orar, instrúyelos en el hábito de orar.

Tomado de Deberes de los padres, impreso y distribuido por Chapel Library.

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J. C. Ryle (1816-1900): Obispo de la Iglesia Anglicana; admirado autor de Holiness, Knots Untied, Old Paths, Expository Thoughts on the Gospels (Santidad, Nudos desatados, Sendas antiguas, Pensamientos expositivos de los Evangelios) y muchos otros, nacido en Macclesfield, Condado de Cheshire, Inglaterra.

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