En BOLETÍN SEMANAL
Ojo por ojo: ​El objetivo de esta ley no fue incitar al hombre a que tomara por sí mismo el ojo por ojo y diente por diente, y a que reclamara que siempre fuera así. Simplemente se trataba de evitar los excesos, limitar el terrible espíritu de venganza y de exigir compensación; el propósito fue controlar y limitar esta conducta.

​Oísteis que fue dicho: Ojo por ojo, y diente por diente. Pero yo os digo: No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra; y al que quiera ponerte a pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa; y a cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, ve con él dos. Al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo rehúses.

En los versículos 38-42 tenemos la quinta ilustración que nuestro Señor ofrece sobre el modo en que su interpretación de la ley mosaica se opone a la perversión de la misma por parte de los escribas y fariseos. Teniendo en cuenta esto, quizá el mejor procedimiento que se pueda adoptar sea también la triple división que hemos utilizado en el examen de algunas de las ilustraciones previas. Lo primero, por tanto, es considerar la intención del estatuto mosaico.

La frase ‘ojo por ojo y diente por diente’ se encuentra en Éxodo 21:24. La usó Moisés dirigiéndose a los hijos de Israel y lo que importa ahora es determinar por qué lo hizo. Se aplica el mismo principio que en el asunto del adulterio,  del divorcio, y del jurar. La intención primordial de la legislación mosaica fue controlar los excesos. En este caso, lo que se quiso controlar fue la ira, la violencia y el deseo de venganza. No hace falta extenderse en esto, porque todos sabemos por desgracia de qué se trata. Todos somos culpables de ello. Si alguien nos perjudica, el instinto natural inmediato es que hay que devolverle lo mismo, y aún más. Esto hacían en aquel tiempo, y esto se hace ahora. Una pequeña ofensa, y de inmediato la venganza, incluso el daño corporal, sin excluir el homicidio. Esta tendencia general a la ira y a la violencia, a la represalia, está en lo más profundo de la naturaleza humana. Veamos, por ejemplo, lo que hacen los niños. Desde la edad más temprana tenemos este deseo de venganza; es una de las consecuencias más odiosas y feas de la caída del hombre y del pecado original.

Esta tendencia se manifestaba también entre los hijos de Israel y hay ejemplos de ello en el Antiguo Testamento. El objetivo, por consiguiente, de la legislación mosaica fue controlar y aminorar esta situación totalmente caótica. Esto, como hemos visto, es un principio fundamental. Dios, Autor de la Salvación, Autor del modo por el que el hombre puede librarse de la esclavitud y tiranía del pecado, también ha ordenado que se controle el pecado. El Dios de la gracia es también el Dios de la Ley, y esta es una de las ilustraciones de la ley. Dios no sólo destruirá en el fin de los tiempos el pecado y todas sus obras de una manera total. Mientras tanto también lo controla y lo quiere encadenar hoy. Vemos cómo se realiza esto en el libro de Job, donde ni siquiera el diablo puede hacer ciertas cosas hasta que Dios no le da permiso. Está  bajo el control de Dios, y una de las manifestaciones de ese control es que Dios da leyes. Dio esta ley concreta que insiste en que en esos asuntos prevalezca un cierto principio de igualdad y equidad. Así pues, si alguien le saca un ojo a otro, no hay que matarlo por eso — ‘ojo por ojo.’ O si le saca un diente, la víctima sólo tiene derecho a sacarle uno de los suyos. El castigo debe ser proporcional a la trasgresión y no excederla.

Este es el propósito de la ley mosaica. El principio de justicia debe estar presente, y la justicia nunca se excede en sus exigencias. Hay una correspondencia entre la ofensa y el castigo, entre lo hecho y lo que hay que hacer. El objetivo de esa ley no fue incitar al hombre a que se tomara ojo por ojo y diente por diente, y a que insistiera siempre en ello. Fue simplemente tratar de evitar los excesos, a limitar el terrible espíritu de venganza y de exigir compensación; para eso hay que controlarlo y limitarlo.

Pero quizá lo más importante es que esta norma no se dio para el individuo, sino más bien a los jueces quienes eran responsables de la ley y el orden entre las personas. El sistema judicial fue establecido en el pueblo de Israel, y cuando se suscitaban disputas y conflictos entre ellos tenían que presentarlos ante estas autoridades competentes para juzgar. Los jueces tenían que procurar que no se excediera el ojo por ojo y diente por diente. La legislación fue dada para ellos, no para los individuos, como  así ocurre con la ley de nuestro país hoy. La ley la aplica el juez o magistrado, el que ha sido nombrado para hacerlo. Ese era el principio; y es la idea adecuada de la legislación mosaica. Su objetivo principal fue introducir este elemento de justicia en una situación caótica y quitarle al hombre el derecho de que se tomara la justicia por su mano.

Respecto a la enseñanza de los escribas y fariseos, su principal problema era que tendían a hacer caso omiso del hecho de que esta enseñanza era sólo para los jueces. La convirtieron en un asunto de aplicación personal. No sólo esto, la consideraban, con su típico estilo legalista, como un asunto de derecho y deber el tomarse ‘ojo por ojo y diente por diente.’ Para ellos era algo en lo que había que insistir y no algo que había que limitar. Era una idea legalista que pensaba sólo en sus derechos. Eran, pues, culpables de dos errores principales en este asunto. Convertían un mandato negativo en positivo y, además, lo interpretaban y llevaban a cabo ellos mismos, y enseñaban a otros que lo hicieran también, en lugar de ver que era algo que debían aplicar sólo los jueces quienes eran responsables por la ley y el orden. A la luz de estos antecedentes se da la enseñanza de nuestro Señor, ‘Pero yo os digo; no resistáis al que es malo,’ junto con las afirmaciones que siguen.

Es evidente que estamos frente a un tema que se ha discutido a menudo, que se ha entendido mal muchas veces, y que ha sido siempre causa de confusión. Es posible que no haya otro pasaje bíblico que haya producido tantas discusiones acaloradas como esta enseñanza que nos dice que no resistamos a los que son malos y que seamos generosos perdonando. El pacifismo es causa de muchas guerras de palabras y a menudo conduce a un espíritu que está lo más lejos que uno pueda imaginar de lo que aquí enseña e inculca nuestro Señor. Es desde luego uno de esos pasajes a los que la gente acude de inmediato en cuanto se menciona el Sermón del Monte. No cabe duda de que mucha gente ha estado esperando que llegáramos a este punto y aquí lo tenemos, aunque nada es más importante que hayamos tardado tanto en llegar a él, porque, como hemos visto en lo expuesto, esta clase de mandato sólo se puede entender de verdad si se interpreta en su contexto y marco.

Vimos al comienzo que hay ciertos principios de interpretación que deben observarse si se quiere saber la verdad respecto a estos asuntos. En estos momentos deberíamos recordar algunos:

 Primero, nunca debemos considerar el Sermón del Monte como un código ético, o como un conjunto de reglas que abarca nuestra conducta en todos sus detalles. No debemos verlo como una nueva clase de ley que sustituye a la antigua ley mosaica; es más bien cuestión de enfatizar el espíritu de la ley. Por esto no debemos, si tenemos problemas en cuanto a un punto concreto, acudir al Sermón del Monte y buscar un pasaje concreto. El Nuevo Testamento no ofrece esto. ¿No resulta trágico que los que estamos bajo la gracia parece que deseemos estar bajo la ley? Nos preguntamos unos a otros, ‘¿Cuál es la enseñanza precisa respecto a esto?’ y si no se nos puede dar como respuesta un ‘sí’ o un ‘no’, decimos, ‘Es todo tan vago e impreciso….’

En segundo lugar, nunca hay que aplicar estas enseñanzas de una forma mecánica, como una especie de norma mecánica. Cuenta el espíritu más que la letra. No es que despreciemos la letra, sino que hay que enfatizar el espíritu.

Tercero, si nuestra interpretación hace que la enseñanza parezca ridícula o conduzca a una situación ridícula, es sin duda falsa. Y hay quienes son reos de esto.

El siguiente principio es éste: Si nuestra interpretación hace que la enseñanza resulte imposible de aplicar, también es errónea. Nada de lo que nuestro Señor enseñó es imposible. Hay quienes interpretan ciertos puntos del Sermón del Monte de esa forma, pero esa interpretación es sin duda falsa. La enseñanza del mismo Señor fue para la vida diaria.

Finalmente, debemos recordar que si nuestra interpretación de cualquiera de estas cosas contradice la enseñanza evidente y clara de la Biblia en otro pasaje, es obvio que nuestra interpretación anda errada. La Biblia ha de compararse con la Biblia. No hay contradicción en la enseñanza bíblica.

Extracto del libro: «El sermón del monte» del Dr. Martyn Lloyd-Jones

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