Se allegan a Dios cada día, pero solamente como a un Señor, no como a un padre; por lo cual no es extraño que esperen poco de sus oraciones; su esperanza nunca va más allá de la que pondrían en un negocio cualquiera. Si cumplo con una ordenanza como deber solamente, allí acabó todo y no tengo que esperar nada más. Si un hombre predica sólo por lucro impuro, cumple con su obligación y luego busca su paga, mas no busca otro efecto de sus sermones. Así ocurre con el que ora por obligación. Si queréis hallar remedio para esto, es preciso que veáis dos cosas en la oración: primeramente, un mandamiento de Dios; y en segundo lugar, la promesa de Dios; es decir, habréis de considerarla como deber ante el mandamiento, y como medio de obtener bendición de Dios ante sus promesas. Por lo cual, en la oración ha de haber un acto de obediencia y un acto de fe: «Pida en fe, no dudando nada» (Santiago 1:6). La mayoría lo hace solamente como acto de obediencia, y por tanto no pasan de tal acto e intento; mas si un hombre ora en fe, orará mirando a las promesas, y considerará la oración como un medio para obtener, en el futuro, tal o cual beneficio de manos de Dios; y si es así, no se dará por satisfecho hasta tener respuesta a sus oraciones, y esperará hasta entonces, como dice que la iglesia: «esperó hasta que se le hizo justicia».
Otra causa de desaliento que tiene carácter pecaminoso es volver a pecar después de orar. Cuando un hombre ha orado pidiendo alguna misericordia, y se levanta lleno de gran confianza en que sus oraciones han sido oídas, pero después cae en pecado, ese pecado echa por tierra todas sus esperanzas, deshace sus oraciones, según le parece, y las devuelve a su origen. Sale, por decirlo así, al encuentro de la respuesta, que es mensajero de Dios, y lo hace volver al cielo de nuevo. ¡Cuántas veces, después de haber concedido Dios una petición, y cuando el decreto iba a publicarse, la concesión a inscribirse, y el sello iba a ser puesto, un acto de traición se interpone, lo detiene, lo borra todo, tanto oración como respuesta! Esto deja en el espíritu una experiencia de culpabilidad que extingue nuestras esperanzas, y hace que dejemos de esperar la respuesta a nuestras oraciones, especialmente si al pecar, nos vino el siguiente pensamiento (que a menudo nos detiene): «¿Acaso no dependes de Dios y esperas en Él para recibir tal beneficio, y has orado pidiéndolo, y estás preparado para ello?» «¿Cómo pues osas hacer esto, pecando contra Él?» Si el corazón prosigue de este modo, toda la oración queda borrada, llenando al hombre de desaliento; pues la conciencia dice: ¿Oirá Dios a los pecadores?
Y en este sentido es cierto que pecar de tal manera interrumpe e impide la obtención de lo que habíamos pedido; esto es comprensible, pues al obrar así desandamos nuestras oraciones. Como era de esperar, descubrimos que, en el camino que nos lleva a la consecución de nuestras peticiones, se alzan barreras y dificultades; si nosotros ponemos obstáculos para que Dios no venga a nosotros, Él pone los suyos para que nosotros no vayamos a Él; por lo cual, cuando creemos que un asunto va viento en popa y, esperarnos llevarlo a buen término, sobreviene un accidente a última hora que lo deshace todo. Cuando habíamos orado, y estábamos más animados y llenos de esperanza, lo hemos estropeado todo por causa de algún pecado, desapareciendo entonces nuestra expectación. Sin embargo, tened en cuenta una cosa: así como al fin la oración suele vencer al pecado en los hijos de Dios, así también Dios al fin vence las dificultades, y lleva el asunto a buen término. Sabed que no son tanto los pecados pasados los que estorban las oraciones del pueblo de Dios, sino la actual ineptitud y la poca disposición de sus corazones para recibir la respuesta.