La clave para la doctrina cristiana del conocimiento de Dios está en la combinación de esta revelación, escrita y objetiva, con la interpretación subjetiva que el Espíritu Santo realiza en una persona. Esta combinación nos evita caer en dos errores.
El primer error es sobreespiritualizar la revelación. Este fue el error que enredó a los «entusiastas» anabaptistas en los días de Calvino y que ha continuado atrapando a muchos de sus seguidores. Estos entusiastas justificaban sus decisiones y conductas apelando a las revelaciones privadas, dadas por el Espíritu. Pero estas revelaciones fueron varias veces contrarias a la enseñanza expresa de la Palabra de Dios, como, por ejemplo, cuando decidían ocasionalmente dejar de trabajar para reunirse para la venida anticipada del Señor. Sin la revelación objetiva no había manera de juzgar dichas «revelaciones» o mantener a los individuos libres de ser atrapados en este error. Calvino escribió con referencia a este dilema diciendo:
«El Espíritu Santo es tan inherente a su verdad, como la expresa en la Escritura, que sólo cuando la Palabra recibe la reverencia y dignidad debida, puede el Espíritu Santo mostrar su poder… Los hijos de Dios… sin el Espíritu Santo, se ven a sí mismos, dejados sin la iluminación de la verdad; y por lo tanto, saben que la Palabra es el instrumento por el cual el Señor ilumina con su Espíritu a los fieles. Porque ellos saben que no hay otro Espíritu que aquel que moró y habló por los apóstoles, y cuyo oráculo constantemente les recuerda escuchar la Palabra».
Por otro lado, la combinación de una Escritura objetiva y la aplicación subjetiva de esa Palabra por medio del Espíritu Santo nos libra del error de sobre intelectualizar la verdad divina. Este error era evidente en los hábitos diligentes de estudio bíblico de los escribas y fariseos durante el tiempo de Jesús. Los escribas y los fariseos no eran estudiantes perezosos. Eran meticulosos cuando perseguían el conocimiento bíblico, hasta el punto de contar cada una de las letras de los libros de la Biblia. Sin embargo, Jesús les reprendió, diciéndoles: «Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí» (Jn. 5:39).
Para conocer a Dios, el Espíritu Santo nos tiene que enseñar por medio de la Biblia. Sólo entonces tendremos una conciencia plena de la naturaleza de la Biblia y tendremos la certeza de su autoridad en nuestras mentes y corazones; y nosotros nos encontraremos afirmando con resolución esa revelación tan apreciada.
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Extracto del libro «Fundamentos de la fe cristiana» de James Montgomery Boice