En BOLETÍN SEMANAL
​Para darnos vida: Todos necesitamos nacer de nuevo, una nueva naturaleza y una nueva vida. No podemos vivir una vida así tal como somos por naturaleza; debemos ser renovados. Y lo que dice en este Sermón es que ha venido para darnos esta nueva vida. Ha venido no sólo para presentar la enseñanza. Ha venido para hacer posible vivirla.

Y cuando terminó Jesús estas palabras, la gente se admiraba de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas. (Mateo 7:28,29).

¿Por qué vino, por qué predicó el Sermón? No ha venido exactamente para promulgar otra ley. No se limitó a decirle al pueblo cómo había de vivir, porque el Sermón del Monte (y lo decimos con reverencia) es infinitamente más imposible de practicar que incluso la ley de Moisés y ya hemos visto que no hubo ni un solo ser humano que hubiera sido capaz de guardarla. ¿Cuál es, pues, el mensaje? Debe ser éste. En este Sermón, nuestro Señor condena de una vez por todas toda confianza en el esfuerzo humano, en la capacidad humana en el ámbito de la salvación. Nos dice, en otras palabras, que todos hemos quedado lejos de la gloria de Dios y que por grandes que sean nuestros esfuerzos desde ahora hasta la muerte, nunca nos justificarán, ni nos harán dignos de presentarnos ante Dios. Dice que los fariseos habían reducido el significado genuino de la ley, pero que la ley misma era espiritual. Dice lo que Pablo llegó a ver y decir más tarde: “Y yo sin la ley vivía en un tiempo; pero venido el mandamiento, el pecado revivió y yo morí” (Ro. 7:9). En otras palabras, dice que todos somos pecadores condenados delante de Dios, y que no nos podemos salvar a nosotros mismos.

Luego prosigue diciendo que todos necesitamos nacer de nuevo, una nueva naturaleza y una nueva vida. No podemos vivir una vida así tal como somos por naturaleza; debemos ser renovados. Y lo que dice en este Sermón es que ha venido para darnos esta nueva vida. Si estamos en relación con Él, nos convertimos en sal de la tierra y luz del mundo. Ha venido no sólo para presentar la enseñanza. Ha venido para hacer posible vivirla. En este Sermón, comenzando con las Bienaventuranzas, ha descrito a su pueblo. Ha expuesto cómo serán en general y ha descrito más en detalle cómo vivirán. El Sermón no es una descripción del hombre natural que trata de justificarse delante de Dios, sino de Dios renovando a su pueblo. Nos ha comunicado el don del Espíritu Santo, la promesa hecha a Abraham, “la promesa del Padre” y, habiendo recibido esta promesa, resultamos capaces de conformarnos a dicha norma. Las Bienaventuranzas son verdad en el caso de todos los que viven del Sermón del Monte, de todos los que son cristianos. Esto no quiere decir que seamos impecables o perfectos; significa que si consideramos el tenor general de nuestra vida, está conforme con esto, o como Juan lo dice en su primera Carta: “Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado:’ Esta es la diferencia. Consideramos la vida de un hombre, en general. Al contemplar a un creyente, vemos que se conforma al Sermón del Monte. Desea vivirlo y se esfuerza por conseguirlo. Se da cuenta de sus fallas, pero pide la plenitud del Espíritu; tiene hambre y sed de justicia, y posee la experiencia bendita de que las promesas se cumplan en su vida cotidiana.

Esta es la reacción genuina ante el Sermón del Monte. Nos damos cuenta de que habló el Hijo mismo de Dios y que en el Sermón ha dicho que vino para comenzar una humanidad nueva. Es el ‘primogénito entre muchos hermanos’; es el ‘último Adán’; es el Hombre nuevo de Dios y todos los que le pertenecen serán como Él. Es una doctrina sorprendente, es una doctrina asombrosa; pero, gracias a Dios, sabemos que es la verdad. Sabemos que murió por nuestros pecados, que nuestros pecados son perdonados; “sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos”; sabemos que le pertenecemos, porque sí tenemos hambre y sed de justicia. Somos conscientes del hecho de que se ocupa de nosotros, de que su Espíritu actúa dentro de nosotros, revelándonos nuestras faltas e imperfecciones, produciendo dentro de nosotros anhelos y aspiraciones, “produce… el querer como el hacer, por su buena voluntad”. Sobre todo, en medio de la vida, con todas sus pruebas y problemas, incluso en medio de todas las incertidumbres de esta ‘era atómica’ y del hecho cierto de la muerte y del juicio final, podemos decir con el apóstol Pablo, “Por lo cual asimismo padezco esto; pero no me avergüenzo, porque yo sé a quién he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día” (2 Ti.1:12).

“Mi esperanza firme está en la justicia de Jesús;
Y mi pecado borrará el sacrificio de la cruz.
La tempestad jamás podrá su dulce faz de mí ocultar;
Su luz gloriosa en mi alma está, en Él confío sin cesar.
Jesús será mi protección, la Roca de mi salvación”.

“Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo” (1 Co.3:11). “Pero el fundamento de Dios está firme, teniendo este sello: Conoce el Señor a los que son suyos”; y “Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo” (2 Ti.2:19).

Fin

Extracto del libro: «El sermón del monte» del Dr. Martyn Lloyd-Jones

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