En BOLETÍN SEMANAL

“Las ancianas asimismo sean reverentes en su porte; no calumniadoras, no esclavas del vino, maestras del bien; que enseñen a las mujeres jóvenes a amar a sus maridos y a sus hijos, a ser prudentes, castas, cuidadosas de su casa, buenas, sujetas a sus maridos, para que la palabra de Dios no sea blasfemada”. —Tito 2:3-5

  • 4. El afecto: La llave

No olvides lo que ya he dicho: El afecto es la llave de oro habilitada por Dios para abrir los cerrojos de cada corazón humano; al aplicarlo, los pestillos que ninguna otra cosa podían mover se desplazarán a toda prisa y se abrirán con facilidad. La severidad está fuera de lugar en cualquiera, pero sobre todo en las mujeres. Sin embargo, ten cuidado y no permitas que el afecto degenere en una permisividad ingenua y necia… Aunque se exige afecto, no se debe permitir que la autoridad se vea perjudicada. Los padres no deben ser unos tiranos, pero tampoco deben ser esclavos de sus hijos. Para los padres, es un espectáculo doloroso y desdichado ver a su familia como un estado donde la rebelión reina flagrante, el padre ha sido depuesto, el cetro quebrado y los hijos insurgentes ostentan el reinado soberano. A la madre, como al padre, se le debe obedecer y cuando ella no lo consigue es culpa suya. Un sistema de gobierno perseverante, donde la mano de amor sujeta con firmeza las riendas, acabará produciendo la sumisión sin lugar a duda. Sin embargo, debe ser una mezcla de bondad, sabiduría y autoridad. El niño debe sentir la sumisión como un deber que se rinde a la autoridad y no una mera conformidad ganada por el afecto. La autoridad no debe ser rígida y convertirse en severidad ni el amor puede degenerar en coacción. Las órdenes, no sólo deberían ser obedecidas porque es agradable hacerlo, sino porque es lo correcto.

Una madre sensata ejercerá un trato diferenciado y lo adaptará al carácter de sus hijos. Existen tantas variedades de temperamento en algunas familias como hijos… Uno es atrevido y arrogante, y debería ser controlado y reprendido; otro es tímido y reservado, y necesita ser alentado e incentivado. Uno se puede motivar con mayor facilidad apelando a su esperanza, otros por medio de razonamientos dirigidos a su temor. Uno es demasiado callado y reservado, y necesita que se aliente su franqueza y su comunicación; otro es demasiado abierto e ingenuo, y se le debería enseñar la precaución y el dominio propio. Cada niño debería ser estudiado aparte. La charlatanería debería prohibirse de la educación, así como de la medicina. El mismo tratamiento no convendrá a todas las mentes, de la misma manera que un único medicamento o tipo de alimento tampoco es adecuado para todos los cuerpos…

  • 5. Los sacrificios y privaciones

La mujer que desea cumplir con los deberes de su relación debe rendirse a su misión y conformarse con hacer algunos sacrificios y soportar algunas privaciones. ¿Quién puede dar testimonio de la paciente sumisión de la madre pájaro a su soledad y su abnegación durante el período de incubación, sin admirar la tranquila y voluntaria rendición de su libertad habitual y sus disfrutes, que el instinto le enseña a efectuar? Por amor a sus hijos, la mujer debería estar dispuesta a hacer, bajo la influencia de la razón y la fe cristiana, lo que el pájaro hace guiado por los impulsos poco inteligentes de la naturaleza. Sus hijos son una responsabilidad por la que ella debe renunciar a algunos de los disfrutes de la vida social y hasta a algunos de los placeres sociales de su fe cristiana.

La que quiera tener poder maternal sobre sus hijos debe darles su compañía… No digo que una madre debe estar encarcelada en su propia casa, que nunca salga ni tenga compañía. La que está dedicada a las necesidades de su familia necesita una relajación ocasional en medio de los placeres de la sociedad y, en especial, los compromisos estimulantes de la adoración pública. Algunas madres son absolutas esclavas de sus hijos, hasta el punto que rara vez salen de su hogar y hasta dejan de ir a la casa de Dios. Esto es un error extremo que se podría evitar… también están las que se van al extremo opuesto y que no renuncian a una fiesta social o a una reunión pública ni por el bien de sus hijos. La mujer que no está preparada para hacer muchos sacrificios de este tipo, por amor a sus hijos, su hogar y su esposo, no debería pensar nunca en entrar en la vida matrimonial.

  • 6. Sé ingeniosa

Sé ingeniosa, estudiosa y ten inventiva. Es el mejor método de ganar la atención y formar la mente de tus hijos mientras son pequeños. Son demasiadas las que imaginan que la educación y, en especial la educación en la fe, consiste en limitarse a escuchar un capítulo leído, un catecismo enseñado o un himno repetido y que cuando estos se terminan, todo se acabó. La memoria es la única facultad que cultivan; el intelecto, los afectos y la conciencia se descuidan por completo. Una madre cristiana debería ponerse a inventar el mejor modo de ganar la atención y conservarla; no debería agotarla ni mantenerla tanto tiempo que pierda su efecto.

Sé natural en tu instrucción en la fe. La libertad de la conversación incidental, en lugar de la formalidad de las lecciones fijadas y establecidas; la introducción de los temas de la fe cristiana en la vida diaria, en lugar del anuncio serio e intimidante del cambio de los asuntos seculares a los sagrados, y la costumbre de referirle todas las cosas a Dios y comparar las verdades y las máximas de la Biblia con los acontecimientos de cada hora, en lugar de limitarse a encender una lámpara de Sabbat y forzar todas las cosas fuera de su canal cuando vuelve el tiempo de la devoción, son los medios para abrir las vías que llevan al corazón joven y que convierten la fe cristiana, junto con su gran autor, en el objeto de reverencia mezclada con amor, en vez de aversión o terror o, tan solo un homenaje frío y distante. “Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes” (Dt. 6:6-7).

Madre, investida como estás de tal influencia, reflexiona a menudo en tu responsabilidad. Con tanto poder que Dios te ha conferido, eres responsable ante tus propios hijos… Eres responsable ante tu marido. Él te confía la educación de sus hijos… Eres responsable ante la Iglesia de Dios porque la educación familiar es -o debería ser-, en las familias de los piadosos, el medio principal de conversión. Para los padres cristianos es un error fatal recurrir a los ministros de la fe para la conversión de sus hijos. Desafortunadamente, es el error del día. Se mira al púlpito para estos beneficios, que deberían fluir de la cátedra de los padres…

  • 7. Empezar bien

En todas las cosas, es importante empezar bien. El comienzo suele determinar el progreso y el final. Los errores, tanto en la teoría como en la práctica, por mucho que se persista en ellos durante tiempo y de forma obstinada, pueden corregirse con inteligencia, determinación y la bendición de Dios. De otro modo, la reforma sería imposible. Sin embargo, ¡cuánto mejor y más fácil es evitar las faltas que tener que enmendarlas! Muchas madres han visto sus equivocaciones cuando era demasiado tarde para corregirlas. Sus hijos han crecido bajo la influencia de un sistema erróneo de gobierno familiar y de dirección maternal, y han adquirido la fijación del mal hábito que ni la sabiduría, ni la firmeza, ni la severidad, ni el afecto, posteriores pudieron subsanar. Y los padres han tenido que derramar sus amargos pesares por no haber iniciado la vida con estos criterios sobre sus deberes con los que la acaban.

Si una madre empieza bien, lo más probable es que siga bien, y esto es también así cuando comienza mal. Su conducta hacia su primer hijo determinará, probablemente, su conducta respecto a todos los siguientes. ¡Qué trascendental es, pues, en esta etapa de su historia familiar, sopesar bien, con solemnidad y mucha oración, su situación de responsabilidad! De hecho, queda bastante claro que ninguna esposa debería excluir este tema hasta convertirse en madre. La posibilidad misma debería conducir a la debida preparación para los nuevos deberes que se esperan… Nos corresponde a nosotros prepararnos para cualquier situación en la que tengamos la expectativa confiada de entrar en breve. Al hombre se le proporciona la previsión con el propósito de cumplir con propiedad la situación y los deberes que esperamos. No es muy probable que la mujer que nunca estudia las responsabilidades y los deberes maternales, hasta que llega el momento de llevarlos a cabo, se acredite como es debido para esa relación tan importante… Tristemente, la joven esposa que tiene en perspectiva dar a luz un hijo, se encuentra en algunos casos tan agobiada por la atención innecesaria hacia su propia seguridad y, en otras, tan absorbida por los preparativos que han de hacerse para el bienestar físico y la ropa elegante de su deseado bebé, que olvida prepararse para los deberes más importantes que recaen sobre ella en relación con la mente, el corazón y la conciencia del niño.

La madre que desea cumplir sus deberes para con sus hijos debería esforzarse de manera especial y educarse para esas funciones tan trascendentales. Debería leer y acumular conocimiento en su mente. Debería reflexionar, observar y obtener información útil de todas partes. Debería asegurar sus principios, establecer sus planes y formar sus propósitos. Debe cultivar todos los hábitos y cualidades que la prepararán para enseñar y gobernar. Debe procurar adquirir seriedad, una vigilancia cuidadosa, una observación rápida y discreción en diversas formas. Los hábitos de la actividad, la resolución, el orden y la regularidad son indispensables para ella; así es el ejercicio de todos los sentimientos buenos y benevolentes. Ella debe unir la amabilidad con la firmeza y alcanzar la paciencia y el dominio completo de su carácter. Es de suma importancia también que tenga un conocimiento correcto de la naturaleza humana y de la forma de tratar con el corazón humano. Y, por encima de todo, que recuerde que la piedad es el espíritu vivificador de toda excelencia y que el ejemplo es el medio más poderoso para imponerla. No debería permitirse olvidar jamás que los niños tienen ojos y oídos para prestar atención a la conducta de su madre. No satisfecha con prepararse de antemano para sus funciones importantes, debería seguir adelante con su educación y la de sus hijos de manera simultánea. Existen pocas situaciones que requieran una preparación más imperativa, y muy pocas a las que se dedique menos.

¡Una vez más, vemos con frecuencia tanta solicitud en la madre respecto a la salud y la comodidad de su bebé! También se percibe una atención tan absorbente a todos los asuntos, en lo tocante a su bienestar físico, junto con un deleite tan exuberante en el hijo como tal; un orgullo de madre tal y una alegría en su niño, que su mente se distrae con esas circunstancias de todos los pensamientos serios y las reflexiones solemnes que debería despertar con la consideración de que una criatura racional, inmortal y caída está encomendada a su cargo para que la forme para ambos mundos. Así, su atención está absorbida mes tras mes, mientras que todas las facultades de su bebé se están desarrollando. Su juicio, su voluntad, su afecto y su conciencia, se están abriendo, al menos en sus capacidades, pero son descuidados, y su tendencia natural hacia el mal crece inadvertida y descontrolada. El momento mismo en que se podría ejercer con mayor ventaja un cuidado juicioso sobre la formación del carácter, se deja pasar sin mejoras; se permite que la pasión aumente de modo desenfrenado y que la voluntad propia alcance un grado de determinación que se endurece hasta convertirse en obstinación. Y la madre descuidada que, alguna vez pretendió iniciar un sistema de formación moral (diciéndose siempre a sí misma que todavía había bastante tiempo para ello), cuando comienza de verdad se asombra al ver que el sujeto de su disciplina es demasiado difícil de manejar. Entonces descubre que ha descuidado tanto su propia preparación para acometer sus deberes que no sabe cómo empezar ni lo que tiene que hacer en realidad. El niño mal educado sigue creciendo, no sólo en estatura y fuerza, sino en su caprichoso carácter y su obstinada voluntad propia; la pobre madre no tiene control. En cuanto al padre, está demasiado ocupado con las preocupaciones del trabajo como para ayudar a su compañera imperfecta; así se manifiesta la escena descrita por Salomón, del muchacho consentido (Pr. 29:15)…

Madre joven, empieza bien. Dirige a ese primer hijo con juicio; echa mano de toda tu destreza, de todo tu afecto, de toda tu diligencia y tu dedicación a la hora de formarlo; una vez adquirida la costumbre, todo será comparativamente más fácil con los que vengan después. Es probable que la novedad de ese primer hijo, los nuevos afectos que provoca y el nuevo interés que crea (si no tienes cuidado) te sorprendan con la guardia baja y distraigan tu atención de la gran obra de formación moral. El primer hijo es el que hace que una mujer sea una buena madre o una imprudente.

Y así como es de gran importancia que inicies tu excelencia maternal con el primer hijo, también es de igual importancia, como he dicho anteriormente, para él y para todo aquel que se vaya añadiendo, que empieces pronto. Como hemos observado, la educación no comienza con el abecedario, sino con la mirada de la madre; con el gesto de aprobación del padre o con una señal de reprobación; con la suave presión de una hermana sobre la mano o con el noble acto de paciencia de un hermano; con un puñado de flores en un verde valle, en las colinas o en un prado de margaritas; con hormigas que se arrastran, casi imperceptibles; con abejas que zumban y colmenas de cristal; con agradables paseos por caminos sombreados y con pensamientos dirigidos con afecto, tonos y palabras cariñosas a la naturaleza, a la belleza, a la práctica de la benevolencia y al recuerdo de Aquel que es la fuente de todo lo bueno. Sí y, antes de que se pueda hacer todo esto, antes de que se puedan enseñar lecciones de instrucción al niño a partir de las flores, los insectos y los pájaros, la formación moral puede empezar: La mirada de su madre, su gesto de aprobación o su señal de reprobación.

Una de las mayores equivocaciones en la que caen las madres es la de suponer que los dos o tres primeros años de la vida del niño no tienen importancia en lo que respecta a su educación. La verdad es que la formación del carácter es lo más importante de todo. Se ha dicho y, con razón, que el carácter del niño puede cobrar forma, para ahora y para la eternidad, a partir de las impresiones, de los principios implantados y de los hábitos formados durante esos años. Es perfectamente evidente que, antes de poder hablar, el niño es capaz de recibir una formación moral. Una mujer sabia puede desarrollar pronto la conciencia o el sentido moral, después de que el niño haya pasado su primer cumpleaños o antes. De modo que él puede aprender a distinguir desde muy temprana edad entre lo que su madre considera bueno o malo, entre lo que le agradará o le desagradará. ¡Vamos, las criaturas animales lo hacen! Y si a ellos se les puede enseñar esto, ¿no lo aprenderán los niños pequeños? Se admite que hay más razón en muchos animales que en los niños muy pequeños. Los animales pueden ser enseñados para saber lo que pueden y lo que no pueden hacer aun siendo muy pequeños, y los niños también. A menudo, escucho decir a algunas madres que sus hijos son demasiado pequeños como para enseñarles a obedecer. La madre que actúa sobre la máxima de que los niños pueden tener su propia forma de ser durante un cierto número de años o, incluso meses, descubrirá a sus expensas que no olvidarán esa lección rápidamente. La formación moral puede y debe preceder a la formación intelectual. Cultivar los afectos y la conciencia debería ser el principio y el fundamento de la educación, y facilitará cualquier esfuerzo sucesivo ya sea del niño o de aquellos que lo entrenan o lo enseñan… ¡Madre temerosa, tímida y angustiada, no te asustes! La oración traerá la ayuda de Dios y su bendición.

La permisividad imprudente es la más común, como también es el peligro más perjudicial en el que una madre joven puede caer. Sé amable; deberías serlo. Una madre que no sea amorosa, que tenga el corazón duro, impone un doble desprestigio sobre su feminidad y sus relaciones. El amor es su poder, su instrumento… No puede hacer nada, y menos que nada, sin él. En ese caso, su amor debe ser como el del Padre divino que dijo: “Yo reprendo y castigo a todos los que amo” (Ap. 3:19). ¿Puedes decirle que no a un niño cuando, con encantadoras sonrisas, voz suplicante u ojos llorosos, te pide aquello que no le conviene recibir? ¿Puedes quitarle algo que, probablemente, sea perjudicial para él, pero a lo que le causará dolor renunciar? ¿Puedes corregirle por sus defectos cuando tu corazón se levanta en oposición a tu juicio? ¿Puedes soltarlo de entre tus brazos, en el momento adecuado para hacerlo, cuando él sigue aferrándose a tu cuello y llora por seguir allí? ¿Puedes exigir obediencia en lo que a él le resulta difícil, pero para ti es una orden necesaria? ¿Puedes oponerte a sus lágrimas, ser firme en tu propósito, inflexible en tu exigencia y vencer primero a tu propio corazón resistiéndote rotundamente, para poder conquistar el suyo? ¿O te permites ser subyugada para poner fin a la disputa y, suavizando sus sufrimientos, fomentar el mal genio que debería ser erradicado cueste lo que cueste? Quien no pueda responder a todas estas preguntas de manera afirmativa no está preparada para ser madre. En una familia debe haber disciplina. Hay que obedecer a los padres. Date por vencida en esto y estarás educando a tus hijos para el mal y no para el bien. Aquí advierto de nuevo: Empieza pronto. Coloca rápido el yugo suave y fácil. El caballo se entrena cuando es un potrillo. Las bestias salvajes se doman mientras todavía son jóvenes. Tanto los humanos como los animales crecen pronto y superan el poder de la disciplina… Si consideras a tus hijos como seres inmortales destinados a la eternidad y competentes para los disfrutes del cielo, te esforzarás desde su más tierna infancia para impregnar su mente de ideas piadosas. Es la inmortalidad que rescata de la pequeñez y la insignificancia todo lo que está relacionado con ella y, por tanto, levanta en un grado considerable la exaltada honra de la madre.

Ella ha dado a luz, por la ordenación soberana del Todopoderoso, a un ser que no tiene una existencia meramente pasajera, ni cuya vida perecerá como la de la bestia del campo, sino a uno que es inmortal. El bebé que amamanta, por débil e indefenso que pueda parecer, posee en su interior un alma racional, un poder intelectual, un espíritu que el tiempo que todo lo devora no puede destruir y que nunca morirá, sino que sobrevivirá a los esplendores del glorioso sol y al ardiente resplandor de toda la parte material del cielo. A lo largo de los siglos infinitos de la eternidad, cuando todos estos hayan servido su propósito y respondido al fin benéfico de su creación y hayan sido borrados de su posición en las inmensas regiones del espacio, el alma del niño más humilde brillará y mejorará ante el trono eterno, llena de santo deleite y amor divino, y siempre activa en las alabanzas de su bendito Creador. Madre, tal es tu dignidad, tu exaltado honor. Siente y valora tu rica distinción al haber sido llamada a educar a los hijos e hijas del Señor Dios Todopoderoso, y a preparar a la santa familia que morará en aquellas muchas mansiones de la casa de su Padre, que el Señor Jesús ha ido a preparar. Entrégate a ese glorioso trabajo. Pero sé juiciosa en todo lo que haces, no sea que produzcas prejuicio contra la fe verdadera, en lugar de influir en la mente en su favor. Usa tu más cálido afecto, tu mayor alegría, tus sonrisas más encantadoras cuando enseñes la fe a tus hijos. Acércate tanto como te sea posible a una forma angelical. Representa la fe cristiana en toda su belleza, hermosura, santidad e inefable dulzura. Que lo vean en tu carácter, a la vez que lo oigan de tus labios.

Tomado de “To Young Mothers” (A las madres jóvenes) en Female Piety (La piedad femenina), reeditado por Soli Deo Gloria.

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John Angell James (1785-1859): Predicador y autor congregacionalista inglés; nació en Blandford Forum, Dorset, Inglaterra.

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