Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá. ¿Qué hombre hay de vosotros, que si su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide un pescado, le dará una serpiente? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan? (Mateo 7:7-11).
No puedo imaginar una afirmación mejor, más alentadora o más consoladora, con la que poder enfrentarse a todas las incertidumbres y azares de nuestra vida en este mundo, que la contenida en los versículos 7-11. Es una de esas promesas comprensivas y llenas de gracia que sólo se encuentran en la Biblia. No hay nada que pueda ser más alentador que esas promesas al enfrentarnos con la vida y todas sus incertidumbres y posibilidades, y con nuestro futuro desconocido. En una situación así, ésta es la esencia del mensaje bíblico desde el principio hasta el fin, ésta es la promesa que se nos hace: “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá”. Para que estemos completamente seguros de ello, nuestro Señor lo repite, y lo pone en una forma todavía más vigorosa, cuando dice: “Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá”. No caben dudas acerca de ello, es cierto; es una promesa absoluta. Lo que es más, es una promesa que hace el Hijo de Dios mismo, hablando con toda plenitud y autoridad de su Padre.
La Biblia nos enseña a cada paso que ésta es la única cosa que importa en la vida. La visión bíblica de la vida, en contraposición con la visión mundana, es que la vida es un viaje, un viaje lleno de perplejidades, problemas e incertidumbres. Siendo así, pone de relieve que lo que en realidad importa en la vida no es tanto las distintas cosas que nos ocurren, y de las que tenemos que ocuparnos, sino nuestra disposición para enfrentarnos con ellas. La enseñanza bíblica total respecto a la vida está sintetizada en cierto sentido en Abraham, de quien se nos dice, “salió sin saber a dónde iba”. Sin embargo, fue perfectamente feliz, vivió en paz y tranquilidad. No tuvo miedo. ¿Por qué? Un antiguo puritano que vivió hace 300 años respondió a esta pregunta por nosotros: “Abraham salió sin saber a dónde iba; pero sabía con quién iba”. Esto es lo que importa, sabía que había salido a ese viaje con Alguien. No estaba solo, había Alguien con él que le había dicho que nunca le dejaría ni abandonaría: y aunque no estaba seguro de los sucesos en los que se iba a encontrar, y de los problemas que se suscitarían, estaba perfectamente feliz, porque conocía, si me permiten decirlo así, a su Compañero de viaje.
Abraham fue como el Señor Jesucristo mismo, quien, bajo la sombra de la cruz, y sabiendo que incluso sus discípulos más íntimos iban a dejarle y abandonarle por miedo y preocupación de salvar sus propias vidas, sin embargo pudo decir esto: “He aquí la hora viene, y ha venido ya, en que seréis esparcidos cada uno por su lado, y me dejaréis solo; mas no estaré solo, porque el Padre está conmigo” (Jn. 16:32). Según la Biblia, esto es lo único que importa; nuestro Señor no nos promete cambiarnos la vida; no nos promete quitar dificultades y pruebas y problemas y tribulaciones; no dice que va a arrancar todas las espinas y dejar sólo las rosas con su aroma maravilloso, no; se enfrenta con la vida de forma realista, y nos dice que estas son cosas que la carne hereda, y que tienen que suceder. Pero nos garantiza que podemos conocerlo hasta tal punto que, sea lo que fuere lo que suceda, nunca tenemos que asustarnos, nunca tenemos que alarmarnos. Dice todo esto en esta promesa tan grande y comprensiva: “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá”. Ésta es una de las formas bíblicas de repetir este mensaje que se encuentra a lo largo de la Biblia, como espina dorsal, desde el principio hasta el fin.
Para sacar todo el provecho de palabras tan maravillosas y llenas de gracia, debemos examinarlas con más detalle. No basta con repetir una frase como ésta. La Biblia nunca debe utilizarse como una especie de tratamiento psicológico. Hay personas que así lo hacen. Hay personas que piensan que la mejor forma de pasar por la vida triunfalmente es leer y repetir maravillosos versículos. Desde luego que eso puede ayudar hasta cierto punto; pero no es el mensaje bíblico ni el método bíblico. Esa especie de tratamiento psicológico alivia sólo de forma temporal. Es como la enseñanza que nos dice que no hay enfermedades, y que uno no puede estar enfermo, y que como no hay enfermedad no hay dolor. Esto parece muy útil y puede conducir a mejoras temporales; pero sí hay enfermedades, y enfermedades que llevan a la muerte, como incluso llegan a descubrir por sí mismos los seguidores de tales ideas. Esta no es la forma bíblica. La Biblia nos transmite la verdad, y quiere que examinemos esta verdad. Así pues, cuando llegamos a una frase como ésta, no nos contentamos con decir, ‘está bien’. Debemos saber qué significa, y debemos aplicarla con detalle en nuestra vida.
Al comenzar a analizar esta gran afirmación, debemos recordar esa norma de interpretación que hemos oído a menudo y que nos pone sobre aviso contra el peligro de sacar un texto de su contexto. Tenemos que evitar el terrible peligro de torcer la Biblia, para perdición nuestra, al no tomarla en su contexto, o al no observar específicamente lo que dice, o al no prestar atención tanto a las limitaciones como a las promesas. Esto es sobremanera importante en el caso de una afirmación como ésta. Hay personas que dicen, “La Biblia dice, ‘Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá’. Muy bien” —prosiguen— “¿acaso esto no dice en forma explícita, y no quiere decir necesariamente, que todo lo que desee o quiera, Dios me lo va a dar?” Y porque creen que dice esto, y porque piensan que esa es la enseñanza bíblica, prescinden de las demás enseñanzas y van a Dios con todas sus peticiones. Estas peticiones no se les conceden, y entonces se hunden en la depresión y la desesperanza. Su situación es todavía peor de lo que era antes; y dicen: “Al parecer Dios no cumple sus promesas”, y se sienten amargados e infelices. Tenemos que evitar esto. La Biblia no es algo que funciona automáticamente. Nos hace un gran cumplido al considerarnos como personas inteligentes, y le presenta la verdad a nuestra mente por medio del Espíritu Santo. Nos pide que la tomemos como es, y como un todo, con todas sus promesas. Por esta razón, como se advertirá, no examinamos solamente los versículos 7 y 8. Vamos a examinar los versículos 7-11 porque debemos tomar esta afirmación como un todo, si no queremos desviarnos gravemente al examinar sus distintas partes.
No es difícil mostrar que esta afirmación, lejos de ser una promesa universal por la que Dios se ha comprometido a darnos todo lo que le pedimos, es de hecho algo mucho mayor que eso. Doy gracias a Dios —permítaseme decirlo con toda claridad — doy gracias a Dios de que no esté dispuesto a darme todo lo que se me pueda ocurrir pedirle, y digo esto como resultado de mi propia experiencia. En mi vida pasada yo, al igual que todos los demás, he pedido a menudo a Dios cosas, y he pedido a Dios que haga cosas, que en esos momentos deseaba mucho y que creía que eran lo mejor para mí. Pero ahora, situado en este punto concreto de mi vida y al mirar hacia atrás, digo que me siento profundamente agradecido a Dios de que no me concediera ciertas cosas que pedía, y de que me cerrara la puerta en la cara. En aquel momento no entendí, pero ahora sé, y estoy agradecido a Dios por ello. Por ello doy gracias a Dios de que esto no sea una promesa universal, y de que Dios no me vaya a dar todo lo que deseo y pido. Dios tiene cosas mejores para nosotros, y ahora lo veremos.
La forma adecuada de ver esta promesa es la siguiente. Ante todo preguntémonos lo obvio. ¿Por qué nuestro Señor pronunció estas palabras en este momento específico? ¿Por qué están en esa fase determinada del Sermón del Monte? Recordamos que hay personas que dicen que este capítulo séptimo de Mateo, esta porción final del Sermón del Monte, no es sino una colección de afirmaciones que nuestro Señor emite a medida que se le ocurren. Pero ya hemos convenido en que este análisis es muy falso, y que hay un tema que constituye la espina dorsal del capítulo. El tema es el del juicio, y se nos recuerda que en esta vida vivimos siempre bajo el juicio de Dios. Nos guste o no, la mirada de Dios nos sigue, y esta vida es una especie de escuela preparatoria para la gran vida que nos espera más allá de la muerte y del tiempo. En consecuencia todo lo que hacemos en este mundo tiene un significado tremendo, y no podemos permitirnos el lujo de dar nada por sentado. Éste es el tema, y nuestro Señor lo aplica de inmediato. Comienza con la cuestión de juzgar a los demás. Debemos tener cuidado acerca de esto porque nosotros mismos estamos bajo juicio. Pero, ¿por qué entonces nuestro Señor pronuncia esta promesa de los versículos 7-11 a estas alturas? La respuesta es ésta: En los versículos 1-6 nos ha mostrado el peligro de condenar a los demás como si fuéramos nosotros los jueces, y albergar amargura y odio en el corazón. También nos ha dicho que debemos procurar quitar la viga de nuestro propio ojo antes de extraer la paja del ojo ajeno. El efecto de todo esto en nosotros es revelarnos quiénes somos y mostrarnos nuestra tremenda necesidad de gracia. Nos ha colocado frente a frente de esa norma tremendamente elevada con la que seremos juzgados —”Con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medís, os será medido”. Ésta es la situación al final de versículo sexto.
De inmediato, caemos en la cuenta de que hemos sido humillados y comenzamos a preguntar, “¿Quién podrá vivir así? ¿Cómo puedo vivir de acuerdo con tales normas?” Y no sólo esto; caemos en la cuenta de la necesidad de purificación. Nos percatamos de lo indignos y pecadores que somos. Y el resultado de todo esto es que nos sentimos completamente desesperanzados e impotentes. Decimos, “¿Cómo podemos vivir el Sermón del Monte? ¿Cómo puede alguien alcanzar semejante nivel? Necesitamos ayuda y gracia. ¿Dónde podemos conseguirlos?” He aquí la respuesta “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá”. Este es el nexo, y deberíamos agradecérselo a Dios, porque al situarnos frente a frente de este glorioso evangelio, todos debemos sentirnos poca cosa, indignos. Esas personas necias que piensan en el cristianismo sólo en función de una cierta moralidad que realmente pueden alcanzar por sí mismos, nunca lo han entendido de verdad. La norma que se nos plantea es la que se encuentra en el Sermón del Monte y, según ella, quedamos aplastados hasta el suelo y caemos en la cuenta de nuestra incapacidad total y de nuestra necesidad desesperada de gracia. He aquí la respuesta; el suministro está disponible, y nuestro Señor lo repite para ponerlo más de relieve.
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Extracto del libro: «El sermón del monte» del Dr. Martyn Lloyd-Jones