Jesucristo no ha merecido nada para sí mismo, porque solamente nos ha tenido a nosotros en consideración
Preguntar si Cristo ha merecido algo para sí mismo – como lo hacen el Maestro de las Sentencias’ y los escolásticos – es una loca curiosidad; y querer determinar esta cuestión, como ellos hacen, un atrevimiento temerario. Porque, ¿qué necesidad había de que el Hijo de Dios descendiese al mundo para adquirir para sí mismo no sé qué de nuevo?
Además, Dios al exponer el propósito de por qué ha enviado a su Hijo, quita toda duda; no pretendió el bien de Cristo por los méritos que pudiera tener, sino que lo entregó a la muerte y no lo perdonó, por el grande amor que tenía al mundo (Rom.8:32).
Hay que notar también el modo de expresarse que usaron los profetas a este propósito: «un niño nos es nacido, hijo nos es dado» (Is.9:6). Y: 11 alégrate mucho, hija de Sión; he aquí tu rey vendrá a ti» (Zac.9:9). Todo esto demuestra que Jesucristo solamente ha pensado en nosotros y en nuestro bien.
Ni tendría fuerza la alabanza del amor de Cristo que tanto encarece san Pablo, al decir que murió por sus enemigos (Rom. 5:10); de lo cual concluimos que no pensó en sí mismo. Y el mismo Cristo claramente lo dice con estas palabras: «por ellos yo me santifico a mí mismo» (Jn. 17:19), mostrando con ello que no busca ninguna ventaja para sí mismo, pues transfiere a otros el fruto de su santidad. Es éste un punto muy digno de ser notado, que Jesucristo, para consagrarse del todo a nuestra salvación, en cierto modo se ha olvidado de sí mismo.
Los teólogos de la Sorbona alegan sin razón el texto de san Pablo: «Por lo cual (por haberse humillado) Dios lo exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre» (Flp. 2:9). Porque, ¿en virtud de qué méritos pudo Cristo, en cuanto hombre, llegar a tan gran dignidad como es ser Juez del mundo, Cabeza de los ángeles, gozar de aquella suma autoridad y mando que Dios tiene, de tal manera que no hay criatura alguna, ni celestial ni terrenal, ni hombre ni ángel, que pueda llegar por su virtud ni a la milésima parte de lo que Él ha llegado? La solución de las palabras de san Pablo es bien fácil y clara. El Apóstol no expone allí la causa de por qué Jesucristo ha sido ensalzado, sino que únicamente muestra un orden, que debe servirnos de ejemplo: que el engrandecimiento ha seguido a la humillación. Evidentemente no ha querido decir aquí más que lo que en otro lugar se afirma; a saber, que era necesario que Cristo padeciera estas cosas, y que entrara así en su gloria (Lc. 24:26).
Luc 24:26 ¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas, y que entrara en su gloria?
Luc 24:27 Y comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían.
—
Extracto del libro: “Institución de la Religión Cristiana”, de Juan Calvino