En BOLETÍN SEMANAL

Así como la autoridad debe ser correctamente sostenida, tiene que ser bien manejada. Para esto, son necesarias dos cosas:

1) que el esposo respete tiernamente a su esposa y
2) que la cuide y se ocupe de su mantenimiento.

Veamos entonces…

1) Que el esposo respete tiernamente a su esposa

El lugar de ella es, efectivamente, de sujeción, pero lo más cerca posible a la igualdad. Su lugar es uno de igualdad en muchos sentidos en que esposo y esposa son fraternales compañeros. De esto se desprende que el hombre debe considerar a su esposa compañera de yugo y colaboradora (1 P. 3:7). En este punto, corresponde honrar a la esposa, ya que la razón para crear una esposa (Gn. 2:18) fue, según es traducido a nuestro idioma: Ser una “ayuda idónea” para él, literalmente “como frente a él”, es decir, como él mismo, uno en quien se puede ver reflejado.

Así como la esposa reconoce que el papel de su esposo es la base de todos los deberes de ella, la de él es reconocer el compañerismo entre él y su esposa que hará que se conduzca con mucha más amabilidad, confianza, cariño y todos los demás tratos hacia ella que corresponden a un buen esposo.

Acerca de la opinión errada de los maridos hacia sus esposas: Es contrario a los preceptos bíblicos lo que muchos piensan: Que, aparte de los lazos familiares, no hay ninguna diferencia entre una esposa y una sirvienta, de modo que las esposas son tenidas como sirvientas de sus maridos porque ellos requieren sujeción, temor y obediencia. Por eso muchas veces sucede que las esposas son tratadas apenas un poco mejor que las sirvientas. Esto es soberbia, una conducta desmedidamente pagana y una gran arrogancia. ¿Acaso al crearla del costado del hombre tomó Dios a la mujer y la puso bajo los pies de Adán? ¿O la puso a su lado, por encima de todos los hijos, siervos y demás familiares, para atesorarla? Porque nadie puede estar más cerca que una esposa y nadie debe ser más querida que ella.

Acerca del afecto absoluto de los maridos hacia sus esposas: El afecto del esposo por su esposa será según la opinión que él tenga de ella. Por lo tanto, debe deleitarse totalmente en su esposa o sea, deleitarse solamente en ella. En este sentido, la esposa del profeta es llamada “el deleite [placer] de tus ojos” (Ez. 24:16), en quien él más se deleitaba. Un deleite así sintió Isaac por su esposa, quien le quitó la gran tristeza que sentía por la partida de su madre. La Biblia dice que la amó y que esto lo consoló después de la muerte de su madre (Gn. 24:67).

El sabio expresó con elegancia este tipo de afecto, diciendo: “Alégrate con la mujer de tu juventud, como cierva amada y graciosa gacela” (Pr. 5:18, 19). Nótese aquí las metáforas, al igual que las hipérboles usadas para describir el deleite de un esposo en su esposa. En las metáforas, notad las criaturas que dice que se parecen a la esposa y los atributos que les da. Las criaturas son dos: Una cierva y una gacela, que son las hembras del venado y el corzo, respectivamente. Aquí cabe mencionar que, de todas las bestias, el ciervo y el corzo son los más apasionados con sus hembras.

Estas comparaciones aplicadas a la esposa muestran cómo el marido debiera disfrutar de su esposa… Tanto que le haga olvidar las faltas de su esposa; esas faltas que otros pueden notar o aborrecer, él no ve, ni por ellas se deleita menos en ella. Por ejemplo, un hombre puede tener una esposa, no muy guapa ni atractiva, con alguna deformación en el cuerpo, alguna imperfección en su hablar, en su vista, en sus gestos o en cualquier parte de su cuerpo, pero tanto la ama que se deleita en ella como si fuera la mujer más hermosa y, en todo sentido, la mujer más perfecta del mundo y además, tanto la estima, con tanto ardor la ama, con tanta ternura la trata, al punto que los demás piensan que es tonto. El afecto de un marido por su esposa no puede ser demasiado grande, siempre y cuando sea sincero, sobrio y decente.

Acerca de la paciencia de los esposos por exigir todo lo que corresponde: Tanto la cortesía de la esposa como su obediencia deben ser correspondidas por la cortesía del esposo. Como testimonio, el marido tiene que estar listo para aceptar todo aquello en que su esposa está dispuesta a obedecerle. Tiene que ser moderado y no exigirle demasiado. En este caso, debe decidirse a tener una buena disposición hacia ella. Es preferible que la obediencia de ella sea por su propia voluntad con una conciencia limpia ante Dios, porque Dios la ha puesto en una posición de sujeción, y lo hace por amor matrimonial, no por la fuerza porque su marido se lo ordena.

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Extracto del libro “Teología para la familia”. Artículo de William Gouge (1575-1653)

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