»No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medís, os será medido. ¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo? ¿O cómo dirás a tu hermano: Déjame sacar la paja de tu ojo, y he aquí la viga en el ojo tuyo? ¡Hipócrita! saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano. No deis lo santo a los perros, no echéis vuestras perlas delante de los cerdos, no sea que las pisoteen, y se vuelvan y os despedacen» (Mateo 7:1-6).
Prosigamos con la exposición más en detalle, porque debemos recordar que esta afirmación se hizo para nosotros. No es algo que fue pertinente sólo para ese tiempo concreto, o para algún reino futuro. Hemos visto que va dirigida, al igual que todo el Sermón del Monte, a los cristianos de hoy y en consecuencia es una exhortación que se nos hace. Se nos dice: “No deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras perlas delante de los cerdos, no sea que las pisoteen, y se vuelvan y os despedacen”. ¿Cómo interpretamos esto? ¿Qué significa para nosotros?
Primero y sobre todo, quiere decir que debemos reconocer los diferentes tipos y personas, y que debemos aprender a discernir entre ellos. No hay nada tan trágico y antibíblico como el testificar a los demás de forma mecánica. Hay cristianos que son reos de esto. Dan testimonio, pero lo hacen en una forma totalmente mecánica. Nunca piensan en la persona con la que tratan; nunca tratan de evaluarla ni de descubrir exactamente en qué posición está. Fallan completamente en poner en práctica esta exhortación. Presentan la verdad exactamente en la misma forma a todos y cada uno. Aparte del hecho de que su testimonio suele ser bastante inútil, y de que lo único que consiguen es un gran sentimiento de autocomplacencia, ese testimonio es totalmente antibíblico.
No hay mayor privilegio en la vida que ser testigo de Jesucristo. Según entiendo, en nuestros días, los que quieren ser vendedores de comercio tienen que asistir a un curso de entrenamiento en la psicología de la venta. Se considera necesario e importante para vender una mercancía específica, conocer algo acerca de la gente. Deben saber cómo acercarse a la gente. Somos todos muy diferentes, y en consecuencia la misma cosa debe presentarse en forma diferente a personas distintas. Aunque la mercancía es la misma, han descubierto que es importante que el vendedor sepa algo acerca de la gente y de la psicología de las ventas. No nos corresponde a nosotros juzgar si un curso así es necesario o no, pero sí podemos utilizar esto para subrayar el hecho de que el Nuevo Testamento siempre ha enseñado la necesidad de la preparación. ¡No es que necesitemos un curso de psicología! No; pero sí necesitamos conocer nuestro Nuevo Testamento. Si lo conociéramos sabríamos que las personas son todas diferentes; y si deseamos de verdad ganar almas, y no sólo dar nuestro testimonio, entonces caeremos en la cuenta de la importancia que tiene discernir y comprender. No debemos decir, “Bueno, yo soy así, es mi temperamento, y así es como hago las cosas”. No; con el apóstol Pablo debemos hacernos ‘todo a todos’ a fin de poder salvar a algunos. Al judío se hizo judío, al gentil se hizo gentil, a los que estaban bajo la ley se hizo como bajo la ley, precisamente con este propósito.
Este es el primer punto, y debemos estar de acuerdo en que a menudo hemos caído en esta trampa respecto al dar testimonio. Tiende a hacerse mecánico, y quizá incluso nos sentimos casi complacidos cuando alguien se comporta con nosotros como el perro y el cerdo, porque entonces sentimos que hemos sido perseguidos por Cristo, cuando en realidad no ha sido así, sino simplemente que no hemos conocido bien la Biblia y no hemos dado testimonio en la forma adecuada.
El segundo principio es que debemos no sólo aprender a distinguir entre diferentes tipos de personas; también debemos volvernos expertos en saber qué ofrecer a cada tipo. Uno no trata a un Herodes y a un Pilato exactamente de la misma manera; se contesta a las preguntas de un Pilato, pero no se le dice nada a un Herodes. Debemos ver a las personas tal cual son y ser sensibles a ellas. Hemos sacado la viga de nuestro ojo, nos hemos librado de todo lo que es espíritu de censura, y estamos realmente preocupados por ayudar a los demás. Según ese espíritu, tratemos precisamente de encontrar lo adecuado para esa persona. Es curioso darse cuenta de cuan fácilmente nos volvemos esclavos de las palabras. He conocido personas que, cuando predican acerca del texto de hacerse ‘pescadores de hombres’, tienen siempre mucho cuidado en decir que debemos saber qué cebo usar; pero cuando llegan a un texto como éste, parecen olvidar que se aplica el mismo principio, y que también es cierto aquí.
Debemos saber qué es apropiado para cada persona en cada situación específica. Esta es una de las razones del por qué es difícil que un recién convertido sea un buen testigo. Podemos entender más claramente, a la luz de este principio, por qué Pablo dice que no hay que darle a ningún recién convertido una posición prominente en la iglesia. ¡Cuánto nos hemos apartado del Nuevo Testamento en nuestra práctica! Tenemos la tendencia de imponer las manos en el recién convertido e inmediatamente colocarlo en alguna posición destacada. Pero la Biblia nos dice que no se debe empujar a ningún hombre de inmediato a la prominencia. ¿Por qué? En parte, por esta razón, porque el recién convertido quizás no sea experto en las cosas que estamos examinando.
Nuestro tercer principio es que deberíamos ser muy cuidadosos en cuanto a la forma en que presentamos la verdad. Aparte de la verdad misma, el método de presentación debe variar de persona a persona. Debemos aprender a evaluar a las personas. Para algunos ciertas cosas resultan ofensivas aunque no lo sean para otros. Debemos tener cuidado en no presentar la verdad de una forma que pueda resultar ofensiva para alguna clase de persona. Por ejemplo, ir a cualquier no creyente y decirle, “¿es usted salvo?” no es el método bíblico. Hay un cierto tipo de personas que, si se les dice eso se ofenderán, y no se dejarán conducir a la verdad. El efecto de una pregunta tal sobre esta persona será producir la respuesta que nuestro Señor describe, la reacción del perro y del cerdo, el pisotear y el destrozar, la blasfemia y la maldición. Y debemos tener siempre cuidado en no dar pie a nadie para que blasfeme o maldiga. Hay quienes, desde luego, lo harán por perfecto que sea nuestro método. Entonces no somos responsables y podemos decir con Pablo, “Vuestra sangre sea sobre vuestra propia cabeza”. Pero, si nosotros somos responsables de la ofensa, que Dios tenga misericordia de nosotros. El que predica la verdad puede hacerse reo de predicarla de una forma indigna. Ninguno de nosotros deber ser nunca causa de antagonismo; siempre debemos predicar la verdad en amor, y si ofendemos, debe ser siempre ‘la ofensa de la cruz’, y no algo ofensivo que haya en el predicador. Esto es lo que estaba enseñando nuestro Señor. Hay un último principio bajo este encabezamiento. Es que debemos aprender a conocer qué aspecto específico de la verdad es más apropiado en casos concretos. Esto significa que en el caso de un no creyente nada debemos presentarle sino la doctrina de la justificación por la fe. Nunca hay que discutir otras doctrinas con el no creyente. A menudo deseará hacerlo, pero no debemos permitirlo. El relato que se encuentra en Juan 4 acerca del encuentro de nuestro Señor con la mujer de Samaria es una ilustración perfecta a este respecto. La mujer deseaba discutir varios aspectos, tales como el Ser de Dios, cómo y dónde dar culto, y las diferencias que separaban a judíos de samaritanos. Pero nuestro Señor no lo permitió. Constantemente recondujo la conversación hacia ella misma, hacia su vida pecadora, hacia su necesidad de salvación. Y nosotros debemos hacer lo mismo. Discutir con alguien que no es creyente la elección y predestinación, y las grandes doctrinas de la iglesia, y la necesidad actual de la iglesia, es obviamente erróneo. El hombre que no ha nacido de nuevo no puede entender estas otras doctrinas y por consiguiente no hay que examinarlas con él. Nosotros somos quienes hemos de decidir qué es lo que queremos tratar con él.
Pero esto se aplica no sólo a los no creyentes; se aplica también a los creyentes. Pablo dice a la iglesia de Corinto que no les puede dar alimento sólido; disponía de él, pero no podía dárselo porque eran todavía niños. Dice que tenía que alimentarlos con leche porque todavía no estaban preparados para tomar carne. “Hablamos sabiduría”, dice “entre los que han alcanzado madurez”. Ofrecer esta sabiduría perfecta de Dios al que es niño en su entendimiento espiritual resulta obviamente ridículo, y en consecuencia se espera que ejerzamos este discernimiento en todas las direcciones. Si queremos ser realmente testigos y presentadores de la verdad, debemos prestar atención a estas cosas.
—
Extracto del libro: «El sermón del monte» del Dr. Martyn Lloyd-Jones