Algunos dispensacionalistas no van tan lejos como otros en el hecho de añadir cuadros de texto sobre bastas secciones de la Escritura, advirtiendo a los cristianos de que no se apropien de ciertas partes (del terreno) que les corresponde a otros, más aún existe un común acuerdo entre ellos de que el Evangelio de Mateo – el cual aparece al principio del Nuevo Testamento y no al final del Antiguo – pertenece no a aquellos que son miembros del cuerpo místico de Cristo, sino que es “enteramente judío” (para los judíos), que el Sermón del Monte es “legalista” y no evangelístico, y que su propósito y sus preceptos debilitadores de la carne no están sujetos (no son obligatorios) a los cristianos. Algunos van tan lejos como para insistir en que la Gran Comisión, con la cual cierra el libro (Mateo 28:19), no es para nosotros, sino que fue dada para un “piadoso remanente judío” después de que esta era presente haya concluido. En apoyo de esta salvaje y perversa teoría, se apela a poner un gran énfasis sobre el hecho de que Cristo es representado, más prominentemente, como “hijo de David” o Rey de los judíos; pero ellos ignoran otro hecho notable, a saber, que en su versículo de apertura el Señor Jesús es identificado como “el hijo de Abraham,” y éste era un Gentil. Lo que es aún más en contra de esta insustentable hipótesis, que el Espíritu Santo la refutó de manera intencionada y anticipada, es el hecho de que Mateo es el único de entre los cuatro Evangelios en donde la Iglesia es mencionada dos veces (16:18; 18:17) – aunque en el Evangelio de Juan sus miembros son representados como los pámpanos de la Vid, miembros del rebaño de Cristo, lo cual es figura de los santos que no tienen limitación dispensacional alguna.
Igualmente notable es el hecho de que la misma Epístola que contiene el versículo en el cual este sistema moderno se basa (2 Tim 2:15), enfáticamente declara:
“Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra.” (2 Tim 3:16-17).
Tan lejos de designar largas porciones de las Escrituras para otras gentes (pueblo), y de excluirlas de nuestro uso inmediato, toda la Escritura fue hecha, y es necesaria para nosotros.
Primero, todo de ella es “útil para enseñar (adoctrinar)”, lo cual no podría ser el caso si eso fuera verdad (como los Dispensacionalistas dogmáticamente insisten); que Dios posee métodos completamente diferentes para tratar con el hombre en períodos pasados y futuros respecto al tiempo presente.
Segundo, toda la Escritura está dada para “instruir en justicia,” o para andar en rectitud, pero estamos completamente perdidos para saber cómo dirigir (regular) nuestra conducta si los preceptos de una parte de la Biblia son ahora obsoletos (como los maestros del error aseveran) y son desplazados por instrucciones de carácter contrario, y si ciertos estatutos solo fueron hechos para otros que ocuparán este escenario después de que la Iglesia haya sido removida de la tierra.
Tercero, toda la Escritura es dada para que el hombre de Dios “sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” – cada porción (parte) de la Palabra es requerida en orden de equiparle con todas las enseñanzas necesarias para producir una vida de santidad (piedad) completa.
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Extracto del libro: “La aplicación de las Escrituras”, de A.W. Pink