En BOLETÍN SEMANAL
​Probando el fruto: Hay personas acerca de las que sólo se puede decir que, aunque no se encuentre en ellas nada específicamente malo, se percibe que hay algo básicamente malo. No se encuentra nada específico que condenar, pero, al mismo tiempo, se siente que toda su perspectiva es secular y no espiritual, que si bien nunca hacen nada totalmente mundano, toda su actitud es mundana.

​Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos? Así, todo buen árbol da buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos. No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos. Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y echado en el fuego. Así que, por sus frutos los conoceréis. (Mateo 7:15-20).

Veamos ahora algunas pruebas específicas. En esto debemos tener cuidado para no exponernos a que se nos acuse de espíritu de crítica; además debemos tener presente que lo que digamos nos juzga a nosotros mismos. Las pruebas específicas de esta vida son tanto negativas como positivas. Decimos negativas en cuanto que si alguien no es verdaderamente cristiano, si no posee la verdadera doctrina cristiana, encontraremos inevitablemente en su vida una cierta debilidad, un cierto fallo en conformarse al verdadero carácter cristiano. No hace nada totalmente malo. No cae ni en la embriaguez, ni en el homicidio, ni en ningún otro pecado grave. Pero a no ser que esa persona crea en los puntos esenciales de la fe cristiana que subrayamos antes, en su vida aparecerán puntos débiles. Si el hombre no es consciente de la santidad total absoluta de Dios y de la malicia extrema del pecado, si no ve que el verdadero mensaje de la cruz del Calvario es que la justicia del hombre nada vale y que el hombre es pecador, sin esperanza, todo esto se va a reflejar en su vida.  Este aspecto tiene que aparecer, y de hecho aparece, aunque su vida se conforme a un código moral general.

En el hombre que rechaza esta doctrina de la salvación siempre hay algún sector en el que hay fallos en cuanto al andar por el camino angosto, algún sector en el que se da conformidad con el mundo y sus puntos de vista. Su forma de vivir se puede parecer mucho a la del cristiano, pero si se observan los detalles, se descubrirá qué es lo que falla. Es muy difícil plantear esto en una forma clara y explícita. Hay personas acerca de las que sólo se puede decir que, aunque no se encuentre en ellas nada específicamente malo, se percibe que hay algo básicamente malo. No se encuentra nada específico que condenar, pero, al mismo tiempo, se siente que toda su perspectiva es secular y no espiritual, que si bien nunca hacen nada totalmente mundano, toda su actitud es mundana. Hay en ellos una falta de calidad y una ausencia de esa ‘atmósfera’ peculiar que siempre se encuentra en la persona verdaderamente espiritual.

Pero, para plantearlo de forma positiva, lo que hay que buscar en todo aquel que se dice cristiano es la prueba de las Bienaventuranzas. La prueba del fruto nunca es negativa, sino positiva. Ciertas manzanas pueden tener muy buen aspecto, pero en cuanto comenzamos a comerlas se ve que están malas. Esta clase de prueba es positiva. El verdadero cristiano debe vivir las Bienaventuranzas, porque no se recogen uvas de los espinos, ni higos de los abrojos. El árbol bueno da frutos buenos; no puede evitarlo, tiene que darlos. El hombre que posee la naturaleza divina en sí mismo, debe producir este fruto bueno, el fruto bueno que se describe en las Bienaventuranzas. Es pobre de espíritu, llora por su pecado, es manso, tiene hambre y sed de justicia, es pacificador, es puro de corazón, y así sucesivamente.

Estas son algunas de las pruebas, y su resultado es excluir al ‘buen pagano’. También excluye siempre a los falsos profetas y a los creyentes temporales, porque éstas son pruebas de la naturaleza íntima del hombre y de su verdadero ser.

También se puede expresar en función de los frutos del Espíritu que se describen en Gálatas 5. El fruto que se forma en nosotros y que se manifiesta es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza: —este es el fruto, y hay que buscarlo en la vida del hombre—. No se encuentra en el hombre que es sólo moralmente justo: este fruto sólo lo puede producir un árbol bueno. Al cristiano se le suele conocer por su mismo aspecto. El hombre que cree en la santidad de Dios y que conoce su propia condición pecadora y la oscuridad de su corazón, el hombre que cree en el juicio de Dios y en la posibilidad del infierno y el tormento, el hombre que realmente cree que es tan vil e impotente que nada lo puede salvar y reconciliar con Dios, sino la venida del Hijo de Dios del cielo a la tierra y su ascenso a la vergüenza, agonía y crueldad de la cruz, este hombre va a mostrar todo esto en su personalidad. Es un hombre que tiene que ejerce la mansedumbre, que será humilde. Nuestro Señor nos recuerda en este pasaje que si alguien no es humilde, hay que tener mucha cautela con él. Puede ir vestido de oveja, pero esto no es verdadera humildad, no es verdadera mansedumbre. Y si la doctrina de alguien es equivocada, se manifestará en esto. Será afable y agradable, resultará atractivo para el hombre natural y para aquello que es físico y carnal; pero no dará la impresión de ser alguien que se ha visto como pecador camino del infierno y que ha sido salvado sólo por la gracia de Dios. La verdad que hay dentro debe afectar necesariamente a la apariencia del hombre. El hombre del Nuevo Testamento es sobrio, humilde, manso. Posee el gozo del Señor en el corazón, sí, pero no es efusivo, no es ruidoso, no es carnal en su vida. Es alguien que dice con Pablo, “Los que estamos en este tabernáculo gemimos con angustia” (2ª Cor. 5:4).

Decir y creer esto afectará al hombre entero, incluso la misma forma de vestir y el porte. No se interesa por la pompa y lo externo, no se interesa por causar impresión; es manso y se preocupa de Dios y de su relación con Él, de la verdad de Dios. La prueba definitiva, sin embargo, es la humildad. Si en nosotros está el orgullo de la vida y del mundo, por necesidad, no sabemos gran cosa de la verdad; y deberíamos examinarnos de nuevo para asegurarnos de que poseemos la nueva naturaleza. Lo que tenemos dentro se manifestará. Si soy de mente mundana, aunque predique una gran doctrina, aunque haya renunciado a ciertas cosas, se manifestará en mis ‘palabras ociosas’. Nuestro Señor dice que seremos juzgados por nuestras ‘palabras ociosas’ (Mt. 12:36). Mostramos realmente lo que somos cuando no estamos sobre aviso. Podemos dar la impresión de que somos cristianos; pero nuestra verdadera naturaleza se manifiesta en lo que sale espontáneamente de uno. En consecuencia, todo lo que rodea a este hombre proclamará lo que es. La forma en que alguien predica suele ser mucho más significativa de lo que dice, porque la forma en que habla revela lo que realmente es.

Los métodos de una persona a veces desmienten el mensaje que se predica. El que predica el juicio y la salvación y, sin embargo, ríe, y bromea, niega lo que está predicando. La confianza en sí mismo, el depender de la habilidad humana y de la ‘personalidad’, proclaman que el hombre posee una naturaleza muy alejada de la del Hijo de Dios, quien fue “manso y humilde de corazón”. Un hombre así no es como el apóstol Pablo, quien al ir a predicar a Corinto, no fue con confianza en sí mismo y con su sabiduría, sino “con debilidad, y mucho temblor y temor”. ¡Cómo nos traicionamos, cómo manifestamos lo que realmente somos con nuestros actos espontáneos!

Finalmente, debemos recordar que, sea lo que fuere lo que pensemos de estas cosas, y por equivocados que estemos en nuestros juicios, y por mucho que nos engañen los falsos profetas, Dios es el juez y a Dios nunca se le engaña. “Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y echado en el fuego”. Que Dios tenga misericordia de nosotros. Que nos abra los ojos a estos principios vitales y nos capacite para ejercer este discernimiento respecto a nosotros mismos y respecto a todos los que pueden resultar peligrosos para nuestra alma y están falsificando gravemente la causa de nuestro bendito Señor en este mundo pecador y necesitado. Concentrémonos en asegurarnos de que poseemos la naturaleza divina, que participamos de la misma, que el árbol es bueno; porque si el árbol lo es, el fruto también lo será por necesidad.

Extracto del libro: «El sermón del monte» del Dr. Martyn Lloyd-Jones

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