«Los decretos de Dios,» dice el Catecismo Menor, «son su propósito eterno, según el consejo de su voluntad, por el cual, para su propia gloria, ha preordenado todo lo que sucede.» La palabra de la que les hablé fue «todo.» ¿Ha preordenado Dios todo lo que sucede, o ha preordenado sólo algunas cosas, mientras que otras las que dependen de la elección de seres personales las ha dejado fuera de su plan eterno? Defendí el primer punto de vista, y demostré que sólo ése está en armonía con la Biblia. Sostuve, de acuerdo con la Biblia, que no algunas cosas que suceden sino todas las cocas incluso las decisiones libres de seres personales incluso las acciones malas de hombres y demonios suceden según el propósito eterno de Dios.
No todas las cocas suceden de la misma forma según el plan de Dios. Dios no hace que las decisiones libres de seres personales sucedan de la misma forma en que hace que sucedan los acontecimientos del mundo físico. Hace que las acciones de los seres personales sucedan de una forma que resguarda por completo la libertad de elección, y que no destruye en absoluto la responsabilidad. Las acciones malas de seres personales hace que sucedan en una forma que no lo hace a El autos del pecado. Pero esto no debería confundir en lo más mínimo el hecho de que Dios hace que sucedan todas las cosas. Suceden en cumplimiento del propósito de Dios.
Quizá los hombres malos no piensen que están cumpliendo el propósito de Dios, pero con todo lo están cumpliendo, incluso con los actor más perversos. La crucifixión de Jesucristo nuestro Señor, el pecado más terrible que se haya cometido sobre la tierra, se llevó a cabo, según la Biblia «por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios.» No hay nada que sorprenda a Dios ; todo lo que sucede es absolutamente cierto desde la eternidad porque todo entra en el plan eterno de Dios.
La gente a veces llama a eso fatalismo. Sería más correcto decir que se opone diametral-mente al fatalismo. La diferencia entre eso y el fatalismo es la diferencia entre el destino y Dios, y es evidente que no hay diferencia mayor que era. El fatalismo basa la certeza de todas las cosas en algo ciego a impersonal llamado destino; el punto de vista que hemos presentado basa la certeza de todo en el propósito canto de un Dios vivo.
Pero la diferencia va más allá del fundamento último de todas las cocas. Sería del todo incorrecto decir que estamos de acuerdo con el fatalista en sostener que la libertad humana es un espejismo y que todo funciona en forma mecánica, y que diferimos de él en sostener que más allá de ere automatismo está el propósito de un Dios personal. No, de ninguna manera. Diferimos del fatalista en forma mucho más radical que la mencionada. Sostenemos que precisamente porque el Dios que está actuando en todas las cosas es un Dios personal, hay una diferencia maravillosa en la forma en que ejecuta sus decretos. Sostenemos que cuando trata con personas trata con ellas como con personas, y que la certeza con la que por medio de ellas realiza lo que se ha propuesto no destruye la libertad de las mismas ni su responsabilidad sino que la resguarda por completo.
Frente a esa certeza con que Dios realiza su propósito, no cabe duda que el temor se apodera de nosotros. «¡Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo! » dice la Biblia. Sí, es realmente algo horrendo. Pero es algo muy diferente de hallarse en las garras de un destino ciego a impersonal. El teísmo bíblico y el fatalismo son en realidad polos radicalmente opuestos.
Además, si el punto de vista que hemos presentado es el polo diametralmente opuesto al fatalismo, es también el único contrincante realmente formidable del fatalismo. Teologías chapuceras, puntos de vista acerca del mundo que no son más que centones, que sostienen que el plan de Dios no se cumple a menudo debido a las acciones de seres personales, no son en modo alguno contrincantes serios del fatalismo. Ostentan demasiado a la vista las señales de no ser sino componendas y expedientes.
Supongo que esto es lo que un científico eminente quiso decir si llegó realmente a decir, como me refirieron, que desde el punto de vista científico el calvinismo es «la única teología respetable.» Sólo el calvinismo hace justicia a la unidad del mundo, y es ciertamente el único que hace justicia a la enseñanza de la Biblia.
Si, pues, sostenemos el punto de vista de la Biblia, si sostenemos que todo lo que sucede está en armonía con el propósito eterno de Dios, ¿sabemos algo acerca de ese propósito eterno?
Sí, algo podemos llegar a saber acerca del mismo. No todo, desde luego. Lo que podemos conocer es muy poco comparado con lo que no conocemos. Pero con todo, algo conocemos acerca del mismo, y ese algo es muy importante en realidad.
No conocemos ese algo porque lo hayamos descubierto nosotros mismos, sino porque Dios se ha complacido en revelárnoslo en su Palabra.
¿Qué conocemos entonces acerca del propósito de Dios? ¿Por qué creó Dios el universo? ¿Por que lo ordenó en la forma que lo hizo?
Creó y ordenó el universo por algún propósito que se halle en el universo mismo? Desde luego que no. Esto haría que el mundo fuera un fin en sí mismo ; lo elevaría a una posición que pertenece sólo a Dios. No, la creación del mundo debe haber tenido como propósito algo que existió antes de que el mundo fuera. Pero antes del mundo no existía más que Dios. Por tanto el propósito del mundo debe hallarse en Dios.
Así podríamos razonar, y sería un razonamiento legítimo ; se basaría en lo que Dios nos ha revelado respecto a sí mismo. Pero no nos vemos obligados a depender sólo de tales razonamientos, por Buenos que sean. Dios también nos ha dicho en forma directa cuál es su propósito. Nos ha dicho en la Biblia que hace que las cosas sucedan para gloria suya.
Esta verdad penetra de tal modo toda la Biblia que no sé si hace falta citar pasajes concretos. Podría citar algún pasaje espléndido, por ejemplo, el capítulo primero de Efesios. En él se nos da una de las visiones más vastas, quizá, de los consejos de Dios. Se nos hace ver la perspectiva general del plan divino a partir de la elección que Dios hace de su pueblo antes de la fundación del mundo. Pero si el maravilloso drama comienza ahí, ¿dónde concluye? ¿Concluye tan sólo con la bienaventuranza del pueblo redimido o con la de las criaturas de Dios? De verdad que no. Esta bienaventuranza es gloriosa. Pero no es el fin de todo. Hay algo más elevado que esto, al¬go para lo cual esa bienaventuranza de las criaturas de Dios no es más que un medio. ¿Por qué son bienaventuradas las criaturas? E1 pasaje lo dice bien claramente. «Para alabanza de su gloria.» Este es el fin último. E1 fin último de todo lo que sucede y sucederá incluyendo el fin último del gran drama de la redención se halla en la gloria del Dios eterno.
Esta verdad aparece repetidas veces en la Biblia. La Biblia difiere de los libros humanos religiosos no sólo en algún que otro punto sino en el eje mismo alrededor del cual todo gira. Los libros humanos tienden a hallar el eje en el hombre ; la Biblia lo pone en Dios.
A los hombres no les gusta esta característica fundamental de la Biblia. Prefieren pensar que la meta es la felicidad de la criatura ; interpretan mal el texto «Dios es amor» en el sentido de que Dios es sólo amor y que existe para el bien de sus criaturas. En oposición al Catecismo Menor, sostienen que el fin principal de Dios es glorificar al hombre. Pero la Biblia está claramente de acuerdo con el Catecismo Menor ; la Biblia enseña con toda claridad que el fin principal del hombre y el fin de todas las cosas es glorificar a Dios.
La gente tiene una especie de idea vaga de que eso es hacer de Dios un egoísta. Sería egoísta y odioso que uno de nosotros hiciera que el fin de todas sus actividades fuera su propia gloria, y por ello se apresuran a concluir que lo que sería egoísta en nuestro caso lo es también en el de Dios. Por ello tratan de hallar algún fin de las actividades de Dios que no esté en Dios mismo.
Esta forma de razonar, sin embargo, hace caso omiso del abismo infinito que existe entre el Creador y la criatura. Dios es infinitamente su¬perior a todo lo creado. Si hiciera de las criaturas finitas el fin supremo de sus acciones, esto sería poner un fin más bajo en el lugar que corresponde sólo al más elevado. No hay nada más elevado que la gloria de Dios. Por tanto esa debe ser el fin supremo de todas las cosas.
Pero, ¿qué queremos decir con la gloria de Dios? Creo que es muy importante que respondamos con claridad a esta pregunta. No queremos decir nada que sea semejante a la gloria del hombre. No, queremos decir algo que es infinitamente comprensivo, que lo abarca todo. En la gloria de Dios entra la majestad toda de las perfecciones divinas sabiduría infinita, poder infinito, bondad infinita, amor infinito. Este es este esplendor pleno del ser de Dios y sus acciones y el reconocimiento del mismo en alabanza sin fin este es el fin supremo de todo. No puede haber otro más elevado; el poner algún otro en su lugar sería una abominación.
Sostenemos, por consiguiente, con todo nuestro corazón la gran definición de los decretos de Dios que se halla en el Catecismo menor de nuestra iglesia. «Los decretos de Dios son su propósito eterno, según el consejo de su voluntad, por el cual para su propia gloria ha preordenado todo lo que sucede.»
Hemos expuesto en forma general la gran verdad que se contiene en esta definición. Queda ahora por tratar una esfera específica a la que se aplica esta verdad. Me refiero a la esfera de la salvación. La doctrina de los decretos divinos, cuando se aplica en forma específica a la esfera de la salvación, se llama «predestinación.»
A1 pronunciar esta palabra, quizá algunos de mis oyentes se estremezcan. Se piensa que la «predestinación» es una doctrina muy espinosa. Por lo menos se cree que es una idiosincrasia de una secta sumamente estricta. Incluso los que la aceptan a menudo piensan que es una doctrina que es mejor descartar en la predicación ordinaria algo para exponer en las aulas teológicas, pero no algo que vaya a ser jamás aceptable para los cristianos corrientes.
Así tienden a considerar este punto los hombres. Pero tomen la Biblia, amigos míos, y léanla sin prejuicios. Si lo hacen se verán obligados a confesar que la Biblia considera el problema en una forma del todo diferente. En lugar de relegar la doctrina de la predestinación a un lugar secundario, la Biblia la sitúa en la médula misma de toda su enseñanza.
Hoy sólo dispongo de tiempo para decir unas breves palabras acerca de esta gran doctrina. Es¬pero volver a tocar este punto; pero ahora sólo podré indicar con brevedad en qué consiste esta doctrina, tal como la Biblia la enseña.
Me parece que puedo hacerles ver con claridad en qué consiste la doctrina de la predestinación poniéndola en relación con lo que he expuesto en las dos últimas charlas.
He hablado del propósito eterno de Dios, por el cual y para su propia gloria ha preordenado todo lo que sucede. Pues bien, entre las cosas que suceden, según la Biblia, está la salvación de algunos hombres y la condenación de otros. Si el propósito de Dios ha preordenado todas las cosas, entonces también esas dos cosas han sido preordenadas. E1 proclamar el hecho de que han sido preordenadas se llama doctrina de la predestinación. Esta doctrina no es más que una aplicación especialmente importante, por tanto, de la doctrina de los decretos divinos.
Si esta doctrina de los decretos divinos es verdadera, entonces esta aplicación especial de la misma también es verdadera. Esto está claro.
Pero la Biblia no se deja en manos de una argumentación lógica como ésta, por buena a irrefutable que sea. No deja que deduzcamos tan sólo la doctrina de la predestinación de la doctrina general de la universalidad de los decretos divinos. No, enseña expresamente esa doctrina de la predestinación y la enseña en la forma más clara posible. La Biblia enseña con claridad que cuando algunos hombres se salvan y otros se pierden, ninguna de estas dos cosas representa una sorpresa para Dios, porque ambas suceden porque forman parte del plan eterno de Dios.
La Biblia insiste más en la primera de estas dos cosas ; insiste más en el hecho de que los salvos son predestinados a la salvación que en el hecho de que los perdidos son predestinados a la condenación eterna.
¿Por qué hace esto? ¿Será porque trata en cierto modo de oscurecer la predestinación de los perdidos? Ciertamente que no. Por el contrario, enseña esta doctrina en ciertos pasajes con la mayor claridad posible. ¿Por qué entonces insiste más en la predestinación de los salvos a la salvación?
Creo que puedo ofrecerles por lo menos una razón. Lo hace porque considera la salvación de los salvos y no la perdición eterna de los condenados como lo verdaderamente sorprendente. Nosotros propendemos más bien a considerar esta realidad en la forma exactamente contraria. Lo que nosotros consideramos sorprendente es que algunos miembros de la raza humana, algunas de esas criaturas excelentes llamadas hombres, que se supone que actúan lo mejor que saben y que son culpables cuando más de algunas menudencias y de faltas del todo excusables, vayan a caer bajo el desagrado divino. Pero lo que la Biblia considera sorprendente es que alguna de esas criaturas caídas llamadas hombres, todos los cuales sin excepción merecen la ira y maldición de Dios, vayan a ser recibidos en la vida eterna. Nosotros consideramos como sorprendente que algunos se pierdan; la Biblia considera como sorprendente que algunos se salven. Naturalmente es en lo sorprendente o inesperado en lo que se insiste. Por esta causa, o al menos en parte por esta causa, la doctrina bíblica de la predestinación se ocupa sobre todo de la predestinación de los salvos a la salvación más que de la predestinación de los no salvos a la perdición eterna. El segundo aspecto del tema se expone con menos extensión porque se presupone en todas partes. Constituye el tenebroso telón de fondo sobre el cual adquiere un re¬lieve glorioso la maravilla del propósito de Dios para los que ha escogido para la salvación.
¿Por qué algunos hombres son salvos? ¿Es porque han hecho algo especial, porque son menos culpables ante Dios que los otros? La Biblia toda se ocupa de desmentir tal cosa. Dios escogió a Israel, según la Biblia, de entre todos los pueblos de la tierra. ¿Por qué? ¿Fue porque Israel mereciera más el favor divino, o porque poseyera cualidades excelentes que Dios vio que podía utilizar? Quien crea tal cosa, quien crea que éste es el significado del Antiguo Testamento, no hace sino demostrar con ello que jamás ha entendido para nada la médula de lo que enseña el Antiguo Testamento. En la conciencia del pueblo de Dios del Antiguo Testamento, en la conciencia que se formó con la revelación divina dada por medio de un legislador y de profetas, forma como el sustrato de todo lo demás un sentido profundo de maravilla de que Dios hubiera escogido a un pueblo tan insignificante, a un pueblo ni más fuerte ni mejor que otros, para que fuera su propio pueblo. Sea lo que fuere lo que contenga el Antiguo Testamento, esto es la médula de todo. Y esto es predestinación. Israel fue el pueblo de Dios .no por razón de algo que hubiera hecho o pudiera hacer o podría hacer sino sencillamente por la elección soberana de Dios.
Cuando pasamos al Nuevo Testamento nos encontramos con lo mismo. En el Nuevo Testamento hay una revelación más clara de lo que conlleva la elección divina. Se revelan nuevas bendiciones que están reservadas para el pueblo de Dios. Hay una revelación más patente en cuanto a las personas que constituyen ese pueblo de Dios. Es un pueblo escogido de entre todas las naciones de la tierra. Pero no hay cambio alguno en la revelación básica en cuanto a la soberanía de la elección divina. Según el Nuevo Testamento, al igual que según el Antiguo, los que constituyen el pueblo de Dios, los que están destinados a la salvación, son escogidos para formar el pueblo de Dios no por algo que hayan hecho o harían sino sencillamente por la soberanía del beneplácito de Dios.
Esta soberanía del beneplácito de Dios. es lo básico ; todo lo demás procede de ello. Aquellos a quienes Dios ha escogido creen en Cristo. Pero Dios no los escogió porque previó que creerían, exactamente lo contrario. Dios no los escogió porque creyeron; sino que pudieron creer porque los escogió. El que no entiende esto no ha entendido algo que está en la mismas entrañas de la Biblia; no ha entendido el verdadero significado de la gracia de Dios.
Extracto del libro: «el hombre» de J. Gresham Machen