En la primitiva iglesia post-apostólica estos dos lados de la verdad [esto es, que la cultura yace bajo el pecado pero que al mismo tiempo es la creación de Dios, por tanto buena] no siempre fueron mantenidos en un perfecto equilibrio. La iglesia era, en realidad, pequeña y sin fuerza, despreciada por un mundo hostil. Debido a la fuerte persecución y a la expectativa del pronto retorno de Cristo para redimirles del poder de sus enemigos, eran profundamente conscientes de la antítesis con el mundo. La cultura pagana era vista como una obra del diablo, de manera que los creyentes, en la batalla desigual por permanecer puros en una sociedad impura, rechazaron no solamente el circo y la arena, sino también la ciencia y la filosofía. Aunque el matrimonio no era condenado, el estado de no casado era considerado como preferible, y la tendencia hacia el ascetismo era inconfundible. Esto vino a expresarse de forma marcada cuando Constantino proclamó la Cristianización del Imperio Romano, lo que hizo mundial a la iglesia, pero por esa causa muchos creyentes de mente seria se retiraron del mundo.
Movimientos tales como los Montanistas, los Novacionistas y los Donatistas testificaban contra la creciente ola de mundanalidad, pero no se les prestó atención. Esto era debido, en parte, a su énfasis en una sola dirección pero también a la creciente mundanalidad de la iglesia. La iglesia tuvo éxito en convertirse en una iglesia mundial, contestando así superficialmente, al menos, a sus afirmaciones católicas, pero en el proceso se perdió su santidad y unidad. Sin embargo, otorgó, por vía de concesión, el derecho de existencia al ascetismo y al monasticismo dentro de sus paredes, con la condición de que los separatistas no reclamaran ser la única iglesia verdadera. El resultado fue que la antítesis cualitativa entre la iglesia y el mundo, lo santo y lo no santo, desapareció y se cambió en un rasgo cuantitativo de cristianismo bueno y cristianismo mejor. En consecuencia, el «mundo» perdió la connotación ética que conlleva en la Escritura, a saber, su rebelión y separación de Dios, y se convirtió simplemente en la esfera secular fuera de la iglesia.
El mundo en esta perspectiva no es corrupto debido a la caída de Adán, sino que simplemente ha perdido la donum superadditum, el don sobrenatural de la gracia de Dios, ahora suplido por la iglesia, en cuya custodia se hallan los canales de la gracia. La naturaleza como creación no está caída, ni es malvada, sino solamente es la segunda mejor. El cristianismo es algo añadido piramidalmente a lo natural, pero no entra en la vida como la levadura para transformarlo. La teología natural nos enseña acerca de Dios el Creador, el Proveedor y el Juez (ciertamente Platón y Aristóteles llegan hasta aquí) pero la Escritura es necesaria para conocer a Dios en la faz de Jesucristo. De esta forma Roma, que reclama para sí misma el apelativo de «Católica» ha cambiado la catolicidad del Nuevo Testamento, que purifica y santifica el todo de la vida del hombre como su dominio propio, y ha colocado en su lugar un dualismo, que separa lo sobrenatural de lo natural. La salvación permanece siempre al lado de o por encima de lo natural, pero no entra en ello para transformarlo; la creación y la re-creación permanecen como dos entidades separadas. De esta forma se alcanza un compromiso entre lo natural y lo sobrenatural, entre el cuerpo y el alma, el mundo y la iglesia, el saber y el creer, la mortalidad y la religión. El Catolicismo Romano es el gran sistema que complementa, que provee el marco para este compromiso. La imagen de Dios complementa a una naturaleza neutral (algo como la idea pagana del anima rationale, el alma racional); las exhortaciones evangélicas complementan los preceptos morales comunes a toda la humanidad; la tradición complementa a la Escritura. La iglesia es la esfera de la religión, el mundo es el área de lo profano. Puesto que los miembros de la iglesia no pueden vivir en este mundo sin moverse en la esfera secular, se hace un intento para traer todo lo secular bajo el paraguas de la gracia dirigido por la iglesia, para asegurar la salvación de sus miembros desde el vientre hasta la tumba, por el bautismo, la confirmación, la eucaristía, la penitencia, las órdenes, el matrimonio y la extrema unción.
La Reforma Protestante no buscó meramente limpiar la Iglesia y liberarla de los errores doctrinales, sino que también buscó la restauración del todo de la vida. Esto conllevaba liberar la vida natural del hombre y las distintas esferas en la sociedad, del señorío de la iglesia. Mientras el Humanismo era un intento por proclamar la libertad del hombre respecto a Dios y a toda autoridad, enfatizando la autonomía versus la heteronomía, los Reformadores estaban unidos en su pasión por la libertad para el hombre cristiano, lo que significaba servicio sujeto a la Palabra del Señor. Solamente Cristo era considerado Señor de la conciencia.
Para los Reformadores lo natural era santo lo mismo que lo espiritual, y la obra del Padre en la creación era considerada de igual significado como la del Hijo en la redención. Cristo era para ellos un Redentor cósmico, aquel a través de quien todas las cosas son restauradas para con el Padre. Pues Dios amó tanto al mundo, este cosmos creado, que dio a su único Hijo (Juan 3:16). Los Reformadores eran partidarios de un cristianismo sensato, saludable y robusto; no eran ni excéntricos, ni seres extraños, ni les era extraña alguna cosa humana. En realidad, tomaban el pecado más seriamente que la iglesia medieval, creyendo que todo el hombre había sido corrompido por la Caída y que el mundo estaba bajo maldición por causa del pecado. Sin embargo, no cometieron el error de condenar las cosas naturales como si fuesen impuras; creían en la restauración, la purificación y la consagración de lo natural, no en su negación o castigo. Por medio de la Reforma la relación mecánica de la naturaleza y la gracia fue suplantada por una relación ética, de manera que la restauración de la ley de Dios en todas las esferas de la vida se convirtió en el punto de interés del creyente.
Trágicamente, la Reforma no estaba unida en todos estos asuntos relacionados con la cultura, sino que hizo su apariencia una grave incoherencia. Por un lado, los Anabaptistas, en su búsqueda de la salvación personal y de inmunización contra el mal, se mostraron apasionados por erigir un reino de Dios sobre la tierra totalmente separado del mundo. Por otro lado, Lutero les dijo a sus discípulos que Cristo no había venido a cambiar alguna cosa externamente, sino solamente a cambiar los corazones de los hombres. Para él, el Evangelio no tenía nada que ver con los asuntos mundanos y el creyente no necesita el Espíritu Santo para cosas tan naturales como los negocios. De esta forma Lutero pone límites al poder del Evangelio y minimizó la gracia de Dios. La re-creación permanece al lado de la creación, puesto que solamente la vida interior del hombre es cambiada por el Evangelio. Este típico dualismo Luterano ha continuado en Alemania hasta la actualidad, siendo Barth y Brunner sus más elocuentes representantes.
Calvino, sin embargo, vio más claramente que la religión y la cultura no pueden ser separadas sin sufrir pérdida. Para Calvino, la gracia no era un complemento de la naturaleza como en el Catolicismo, no era meramente un poder espiritual al lado de la naturaleza dejando a esta última intacta, sino que para él la salvación era la renovación del todo del hombre y la restauración de todas las obras de Dios. Al mismo tiempo, nadie podía acusar a Calvino de optimismo cultural, pues las virtudes negativas de llevar la cruz y la auto-negación reciben amplio énfasis en su exposición de la responsabilidad del cristiano en este mundo. Pero mientras la Reforma Alemana fue principalmente una restauración de la verdadera adoración y del oficio del ministro, Calvino buscaba la restauración de toda la vida, en el hogar, en la escuela, en el estado y en la sociedad. Para Lutero la Biblia era ciertamente la fuente de la verdad de la salvación, pero para Calvino la Escritura era la norma para toda la existencia.
No es necesario presentar una historia de la batalla del cristianismo contra la cultura o de la relación entre el cristianismo y la cultura tal y como es concebida por los grandes pensadores dentro de la iglesia. El objetivo de este libro está más bien restringido a la consideración de la crisis cultural contemporánea a la luz de la vocación del cristiano de amar a Dios con todo su corazón, alma, mente y fuerzas. Las crisis culturales registradas en las Santas Escrituras fueron siempre el resultado de la apostasía. Esto es obvio si analizamos el tiempo de los jueces, cuando no había rey en la tierra y cada hombre hacía lo que consideraba bueno en su propia opinión. Israel estaba tan limitado que no tenía armas de guerra; no había espíritu para pelear por la libertad. Pero la verdadera causa de esta degradación cultural fue el alejamiento del servicio a Dios (cf. Jueces 17-21; I Sam. 2:12-36). Una referencia a la cautividad Babilónica en realidad está de más, y la decadencia cultural en los tiempos de Cristo estuvo asociada con el fariseísmo y el legalismo.
Es la presuposición del presente autor de que lo que fue bueno en la cultura Greco-Romana, fue salvado por el cristianismo en un punto cuando esto bueno estaba amenazado con la decadencia y la disolución en la plenitud del tiempo. Cristo salvó verdaderamente al mundo, incluyendo la cultura humana. Él inyectó nueva vida, nueva sangre, nueva vitalidad en la corriente de vida de la humanidad. Cristo hizo completo al hombre, redimió los agentes culturales, transformando también así la cultura. Es más, la Reforma Protestante fue la más grande revolución en la historia humana desde la introducción del cristianismo. Este también llegó en un tiempo cuando la cultura estaba en crisis, y le dio a Europa un nuevo vigor. Y fue el calvinismo el que salvó a la Reforma, el que la hizo efectiva en Europa Occidental y en América. El calvinismo tuvo el coraje, en contraste con el Arminianismo y el Catolicismo, para mantener el consistente carácter sobrenatural de las Escrituras Cristianas, es decir, de confesar el cristianismo en su forma más pura, sin compromiso. Al hablar de cultura, la forma adjetival del término «Calvinismo» se usa con el propósito de dirigir la atención del lector desde el principio a una formulación específica del cristianismo, puesto que este último término ha perdido bastante significado en nuestros días. Si al Neo-naturalismo de la Escuela de Divinidad de Chicago se le llama cristiano, o si el credo del Dr. Littlefair de la Iglesia Bautista de la Calle Fountain en Grand Rapids, Michigan, puede llamarse cristiano, entonces este término ha perdido toda connotación histórica y uno tendrá, preferiblemente, que identificarse al principio. De más está decir que el adjetivo no es un genitivo; no indica la fuente de una cultura dada, sino que es cualitativo, indicando aquí la naturaleza de la cultura bajo discusión.
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Extracto del libro El Concepto calvinista de la Cultura, por Henry R. Van Til (1906-1961)