​Jesús dijo que conoceríamos la verdad sobre Él sólo si hacemos Su Voluntad, si permitimos que las verdades que encontramos en las Escrituras nos transformen. Él dijo: "El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta" (Jn. 7:17). 

Tercero, la Biblia nos fue entregada por Dios para provocar una respuesta personal en nosotros. Si no permitimos que esto suceda, inevitablemente la estaremos usando mal (aun cuando la estudiemos) y podremos malinterpretarla.

En cierta oportunidad Cristo les dijo a los líderes judíos de su día: «Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí; y no queréis venir a mí para que tengáis vida. Gloria de los hombres no recibo. Más yo os conozco, que no tenéis el amor de Dios en vosotros. …Cómo no podéis vosotros creer, pues recibís gloria los unos de los otros, y no buscáis la gloria que viene del Dios único? (Jn. 5:39-42,44).

Nadie podría acusar a los judíos en la época de Cristo de tener una baja opinión sobre las Escrituras, ya que las tenían en muy alta estima. Tampoco se les podría culpar de una falta de estudio meticuloso. Los judíos estudiaban las Escrituras. Las apreciaban. Sin embargo, su alto aprecio por las Escrituras había pasado por alto la intención de las Escrituras: sus vidas no habían sido transformadas. Si bien gozaban del aplauso humano por su conocimiento detallista de la Biblia, no habían obtenido la salvación.

En el evangelio de Juan se nos narra sobre la curación de un hombre que había nacido ciego. La historia gira sobre el hecho de que, como todos, también estaba espiritualmente ciego antes de que Cristo lo tocara. Después, adquirió la vista espiritual.

Cuando el hombre fue sanado, tuvo un conflicto con las autoridades judías. Estas conocían a Jesús, pero no le creían. Es más, no creían en Él por su actitud hacia las Escrituras. Para ellos, la revelación registrada en el Antiguo Testamento era un fin en sí misma. Nada podía ser añadido y nada era necesario. Ellos decían: «Nosotros sabemos que Dios ha hablado a Moisés; pero respecto a ése, no sabemos de dónde es» (Jn. 9:29). El hombre que había sido sanado no intentó competir con ellos en materia de dominio del Antiguo Testamento, pero les señaló el hecho incuestionable de su curación, y concluyó diciéndoles que «si éste no viniera de Dios, nada podría hacer» (vs. 33). Al tratar al Antiguo Testamento como un fin en sí mismo, los judíos lo estaban pervirtiendo en realidad y el verdadero significado se les escapaba. No podían entender que la ley del Antiguo Testamento (que vino por medio de Moisés) estaba testificando precisamente sobre Jesús.

Lo mismo vuelve a suceder cuando una persona compra una hermosa Biblia para colocarla en un lugar de honor en su casa, pero no la lee. ¿Por qué hacen las personas tales cosas? En sus mentes, la Biblia es algo especial. Tienen reverencia por la Biblia. Pero su creencia no es más que superstición. Como resultado, nunca la leen y nunca entran en contacto con su Autor.

Jesús dijo que conoceríamos la verdad sobre Él sólo si hacemos Su Voluntad, si permitimos que las verdades que encontramos en las Escrituras nos transformen. Él dijo: «El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta» (Jn. 7:17). No podemos suponer que seremos capaces de comprender en su totalidad un pasaje de las Escrituras si no estamos dispuestos a ser transformados por él.

Extracto del libro «Fundamentos de la fe cristiana» de James Montgomery Boice

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