En BOLETÍN SEMANAL
"Todo aquel que invocare el Nombre del Señor, será salvo". ​Aquí no hay una incómoda maquinaria, nada complejo ni misterioso. No se necesita ayuda sacerdotal, salvo la ayuda del gran Sumo Sacerdote, que intercede por nosotros desde dentro del velo. Un pobre corazón quebrantado derrama su angustia en el oído de Dios, y le invoca para que cumpla su promesa de ayuda en el tiempo de necesidad, eso es todo. Gracias a Dios, nada más se menciona en nuestro texto. La promesa es: "Todo aquel que invocare el nombre del Señor será salvo."

​II. Ahora, en segundo lugar, observamos atentamente EL MÉTODO POR EL CUAL ESTA SALVACIÓN HA DE OBTENERSE. Ayúdanos, bendito Espíritu, en esta meditación nuestra. Según el texto, debe obtenerse invocando el nombre del Señor.

Sin embargo el texto contiene una medida de enseñanza específica: la oración debe ser dirigida al Dios verdadero. «Todo el que invocare el nombre de Jehová será salvo.» Aquí hay algo distintivo; porque uno podría invocar a Baal, otro a Astarot y otro a Moloc, pero estos no serían salvos. La promesa es especial: «Todo el que invocare el nombre de Jehová será salvo.» Vosotros conocéis ese nombre Trino: «Padre, Hijo y Espíritu Santo»— ¡invocadle! Vosotros sabéis que el nombre de Jehová se revela en forma más conspicua en la persona del Señor Jesús, ¡invocadle! Invocad al Dios verdadero, No invoquéis un ídolo. No invoquéis a la virgen María, ni a los santos, estén vivos o muertos. No invoquéis imágenes. ¡No invoquéis impresiones de vuestra mente! Invoca al Dios vivo -invoca a aquel que se revela a sí mismo en la Biblia— invoca a aquel que se manifiesta en la persona de su querido Hijo, porque todo aquel que invocare el nombre de este Dios será salvo. Puedes invocar ídolos, pero no te oirán: «Tienen ojos mas no ven; orejas tienen, mas no oyen.» No puedes invocar a los hombres porque son pecadores como tú mismo. Los sacerdotes no pueden ayudar no a sus más fervientes admiradores, pero «Todo aquel que invocare el nombre de Jehová será salvo.» Entonces, cuidado, porque no es la pura repetición de una oración como una especie de encantamiento, o brujería religiosa, sino que debes hacer una oración directa a Dios, una apelación al Altísimo para que os ayude en el momento de la necesidad. Al presentar una verdadera oración al Dios verdadero serás salvo.
Además, la oración debe ser presentada en forma inteli¬gente. Leemos, «todo el que invocare el nombre del Señor.» Ahora bien por la palabra «nombre» entendemos la persona, el carácter del Señor. Entonces, mientras más sabes acerca del Señor, y mejor conoces su nombre, podrás invocar su nombre con mayor inteligencia. Si conoces su poder, invocarás su poder para que te ayude. Si conoces su misericordia, le invocarás en su gracia para que te salve. Si conoces su sabiduría entiendes que El sabe cuáles son tus dificultades, y te puede ayudar a salir de ellas. Si entiendes su inmutabilidad, le invocarás como el mismo Dios que ha salvado a otros pecadores, para que venga y te salve. Así que será bueno que estudies mucho las Escrituras, ores al Señor y te manifieste para que puedas conocerle, puesto que en proporción al conocimiento que de él tengas, con mayor confianza podrás invocar su nombre. Pero, en lo poco que le conoces, invócale de acuerdo con ese poco que de él conoces. Échate sobre él, sea que esta noche tu angustia sea externa o interna, pero especialmente si es interna, si es problema de pecado, si es la carga de la culpa, si es el peso del horror y el temor debido a la ira venidera, invoca el nombre del Señor y serás salvo. Allí está la promesa. No dice «quizás sea salvo» sino «será.» Nótese bien el eterno «será» de Dios, irrevocable, inalterable, incuestionable, irresistible. Su promesa permane¬ce eternamente la misma. El ha dicho y ¿no hará? «Todo el que invocare el nombre del Señor será salvo.»
Este camino de salvación en que se invoca el nombre del Señor glorifica a Dios. El no pide nada de ti, pero tú lo pides todo de El. Tú eres el mendigo, El es el benefactor. Tú estás metido en el problema, él es el que te salva. Todo lo que tienes que hacer es confiar en él y pedirle. Esto es bastante fácil. Esto pone las cosas en las manos del Señor, y las saca de tus manos. ¿Te gusta el plan? ¡Ponlo en práctica inmediatamente! Demostrará ser gloriosamente efectivo.
Queridos amigos, me dirijo a algunos de vosotros que estáis bajo grave tribulación. No os atrevéis a mirar a lo alto. Parece que os habéis dado por vencidos; os habéis derrotado a vosotros mismos; sin embargo, os suplico, invocad el nombre del Señor. No podéis perecer orando; a nadie le ha ocurrido eso antes. Si perecéis orando serías una nueva maravilla en el universo. Un alma que ora en el infierno es un absoluto imposible. ¡Un hombre que invoca a Dios y que es rechazado por Dios! Tal suposición ne se puede soportar. «Todo el que invocare el nombre del Señor será salvo.» Dios mismo debe mentir, debe abandonar su naturaleza, perder su profesión de misericordia, destruir su carácter de amor, si fuera a dejar a un pobre pecador invocar su nombre y se negara a oírle. Vendrá un día pero no es todavía, vendrá un día en el nuevo estado cuando El dirá: «yo llamé, pero vosotros rechazasteis;» pero no es así ahora. Mientras haya vida, hay esperanza. «Si oyereis hoy su voz no endurezcáis vuestros corazones;» invocad a Dios de inmediato, porque esta garantía pasa por todas las regiones de la mortalidad: «todo el que invocare el nombre del Señor será salvo.» Recuerdo un tiempo cuando si hubiera oído un sermón sobre este tema, presentado claramente, yo hubiera saltado hacia el consuelo y a luz en un solo instante. ¿No ha llegado ese momento para ti? Yo pensaba, yo debo hacer algo, yo debo en alguna forma prepararme yo mismo para la misericordia de Dios. No sabía que el invocar a Dios, e confiarme a sus manos, una invocación de su sagrado nombre, me llevaría a Cristo, el Salvador. Pero así permanece y así estaba cuando lo descubrí. El cielo se regala. La salvación se puede tener con solo pedirla. Espero que muchos corazones cautivos que están aquí de inmediato den un vuelco para librarse de sus cadenas y clamen: «Todavía es así. Si Dios lo ha dicho, debe de ser verdad. Está en su santa Palabra. Le he invocado y debo ser liberado.»

C.H. Spurgeon

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