El diablo no solo decide cuándo tentar, sino que también escoge el mejor método para atacarte con sus tentaciones.
Una estrategia es el disfraz. Se acerca al cristiano vestido de amigo, de forma que se le abren las puertas antes de descubrir su verdadera identidad. Pablo dice que no nos sorprenda encontrar falsos maestros haciendo de apóstoles de Cristo, “porque el mismo Satanás se disfraza como ángel de luz” (2 Co. 11:13-14).
De todas sus tretas, tal vez sea esta la más peligrosa para los cristianos: cuando aparece bajo el manto de un profeta y adorna su lengua corrupta con un lenguaje hermoso. De esta manera corrompe a algunos en su juicio, interpretando la verdad del evangelio de forma que Dios parezca aceptar los comportamientos cuestionables. Estos creyentes se ven envueltos en la moralidad del mundo bajo el manto de libertad cristiana.
No todos se dejan engañar por estas herejías; por ello Satanás les tienta con otras cosas, hasta disfrazándose de cristiano. Profana la Palabra magnificando la fe hasta excluir toda otra virtud. O bien, obra para minar el arrepentimiento y exaltar las buenas obras. Simula apartarse horrorizado por la corrupción de los administradores de la iglesia, alejando a las almas inestables de la comunidad de los creyentes. Fingiendo celo, enciende la ira en el corazón del cristiano y hace que su espíritu hierva con deseos de venganza en situaciones en las que Dios quiere que perdone. Lucas relata una ocasión cuando los discípulos deseaban que descendiera “fuego del cielo” (Lc. 9:54,55). Pensaban que su celo estaba encendido por una llama santa, hasta que Cristo les dijo: “Vosotros no sabéis de qué espíritu sois”. Hace falta estudiar mucho la Palabra, nuestro corazón y las artimañas de Satanás, para no dar entrada a este enemigo pensando que es Cristo el invitado.
Otro método del enemigo es vigilar los asuntos del cristiano. Satanás es el mayor espía del mundo. Se ocupa en investigar tus costumbres, pensamientos, sentimientos y planes. Entonces obra en consecuencia: viendo hacia dónde fluye el río, abriendo paso a la tentación y cavando una trampa para tus sentimientos. Casi no puedes salir del aposento interior de tu corazón sin que Satanás conozca a dónde vas. Alguna que otra pasión corrupta traicionará tu alma e informará a Satanás, diciendo: “Si quieres sorprenderlo, lo encontrarás en el bosque del empleo mundano, metido hasta las orejas en los deseos y afanes de la vida”.
¿Es el corazón propenso a la ambición? ¡Entonces le propondrá proyectos enormemente placenteros! Es muy fácil, una vez que le haya soplado con esperanza vana, llevarlo a cometer pecados terribles. Así estimuló a Amán —dispuesto a todo por ganar el favor del príncipe— a urdir el complot contra los judíos, resultando este finalmente mortal para sí mismo (cf. Est. 7: 9,10).
Al acercarse al alma sensible, Satanás utiliza una estrategia especialmente sutil. Cuando llega a tentarlo, es modesto y pide poca cosa. Sabe que puede conseguir con varias peticiones lo que se le negaría pidiéndolo todo de golpe. Así se insinuó en el corazón de Eva. No la animó a comer del fruto al principio. Sabía que la asustaría con un desafío tan audaz. En su lugar le hizo una pregunta provocadora que prepararía la escena para su debut como archienemigo del hombre: “¿Con que Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto?”. Esto es: “¿Seguro que no te has equivocado? ¡Tú sabes lo generoso que es Dios! Te deja comer de todo lo demás del huerto, ¿por qué iba negarte lo mejor de todo?”. Así socava y mina la raíz de tu fe, y el árbol cae más fácilmente con el siguiente viento de tentación.
Es sumamente peligroso conversar con Satanás. Muchos han accedido a acompañarlo una milla, si bien no pensaban andar con él dos. Pero una vez en camino, se han dejado llevar cada vez más lejos, hasta perderse y confundirse tanto que no saben cómo abandonar su compañía. Si cedes al principio, renuncias a tu fuerza para resistir en lo demás. Así Satanás hace bajar a sus víctimas por escaleras tortuosas hasta el abismo del pecado, de escalón en escalón. Estas corren el peligro de perderse eternamente si no escuchan la voz de Dios y dan la espalda enseguida al pecado.
Tal vez tú eres de los fuertes, capaz de rechazar todo amago de una cierta tentación. No bajes la guardia; Satanás no ha terminado tan fácilmente contigo. Llamará a su reserva. Como sabio capitán que siempre tiene tropas nuevas para los apuros, a Satanás pocas veces le falta personal. Cuando se rechaza una tentación, él manda rápidamente otra para cubrir la brecha y reforzar la línea. De esta manera tentó a Cristo a dudar de la providencia divina, mandándole transformar piedras en pan. Insinuó que ya era hora de que Jesús se defendiera solo. A fin de cuentas, su Padre le había dejado cuarenta días abandonado, sin alivio visible. Ante esto, Cristo respondió tranquilamente: “Escrito está: No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. (Mt. 4:4).
Pero en cuanto nuestro Señor apagó ese dardo, Satanás ya estaba empuñando otro: la tentación a la presunción. “Le puso sobre el pináculo del templo, y le dijo: Si eres Hijo de Dios, échate abajo; porque escrito está: A sus ángeles mandará acerca de ti…” (v. 6). He aquí un argumento muy perspicaz: “Si tienes tanta confianza en Dios y en su Palabra como dices, demuéstralo tirándote abajo, porque hay una palabra entre ti y la tierra, si es que confías en Dios”. Cristo ya tenía preparada la respuesta, y estaba listo para recibir la carga de Satanás por la derecha y por la izquierda, tan bien armado que ninguna tentación penetraba su armadura.
Satanás utiliza el mismo método con nosotros. Cuando hemos resistido de una manera, ataca de otra. De hecho, planta la siguiente tentación sobre nuestra resistencia misma a la anterior. Has de tener buena vista y habilidad en la gracia para guardarte.
Otra estrategia del enemigo es una retirada inteligente. No solo leemos acerca de cómo fue expulsado Satanás, sino también acerca de la huida voluntaria de los espíritus malignos con el fin de volver con peores compañeros (Mt. 12:43-45).
Satanás no siempre se ve derrotado por el uso y el poder de la gracia vencedora; a veces se retira voluntariamente para poner su propio asedio. Espera a que el cristiano salga de la trinchera con la idea de devorarlo en el valle, si no puede vencerlo en su fortificación. Cuando Satanás parezca haber reconocido la derrota, no des por sentado que la batalla está ganada: su huida debe fortalecer tu fe, sin que por ello bajes la guardia.
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Extracto del libro: “El cristiano con toda la armadura de Dios” de William Gurnall