En BOLETÍN SEMANAL

Semejante a esto es que hayan llamado pecado venial a la impiedad oculta, que va contra la primera Tabla, como a la manifiesta transgresión del último mandamiento. He aquí cómo lo definen ellos: «Pecado venial es un mal deseo sin consentimiento deliberado, que no arraiga mucho en el corazón».

Pero yo digo, al contrario, que ningún mal deseo puede entrar en el corazón, sino por falta de alguna cosa que la Ley de Dios requiere. Se nos prohíbe que tengamos dioses ajenos. Cuando el alma tentada de desconfianza pone sus ojos en otra cosa diferente de Dios; cuando se siente impulsada por un deseo repentino a colocar su bienaventuranza en otro que en Dios, ¿de dónde proceden estos movimientos, por ligeros que sean, sino de que hay algún vacío en el alma para admitir tales tentaciones? Y para no alargar más este argumento, se nos manda que amemos a Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma, con todo nuestro entendimiento. Por tanto, si todas las facultades y potencias de nuestra alma no se aplican a amar a Dios, ya nos hemos apartado de la obediencia de la Ley. Porque las tentaciones – las cuales hacen la guerra contra Dios – que se levantan en el alma e impiden que se lleven a efecto los mandamientos que nos ha dado, muestran que el Reino de Dios no está aún bien establecido en nuestra conciencia. Y ya hemos probado que el último mandamiento se refiere precisamente a esto. ¿Ha punzado algún mal deseo nuestro corazón? Ya somos culpables de concupiscencia, y por consiguiente, transgresores pe la Ley; porque el Señor no solamente prohíbe considerar e inventar algo en perjuicio del prójimo, sino incluso que seamos instigados e incitados por la codicia. Ahora bien, donde quiera que hay transgresión de la Ley, está preparada la maldición de Dios. No hay, pues, fundamento para excluir de la sentencia de muerte a los deseos, por pequeños que sean. Cuando se trata de pesar los pecados, dice san Agustín, no pongamos balanzas falsas, para pesar lo que queramos y conforme a nuestro antojo, diciendo: esto es pesado; esto, ligero; sino pesémoslo con la balanza de Dios, que son las santas Escrituras, que son el tesoro del Señor; pesemos con esta balanza, para saber cuál es más pesado o más ligero; o por mejor decir, no lo pesemos, sino admitamos el peso que Dios le ha asignado.

   Testimonio de la Escritura:

 ¿Y qué es lo que dice la Escritura? Ciertamente que cuando Pablo llama a la muerte «paga del pecado» (Rom. 6:23), muestra bien claramente que ignoraba esta distinción. Además, que estando nosotros más inclinados de lo que conviene a la hipocresía, no estaba bien atizar el fuego con tales distinciones, para adormecer las conciencias torpes.

¡Ojalá se preocuparan en considerar bien lo que quiere decir esta sentencia de Cristo:       «Cualquiera que quebrante uno de estos mandamientos muy pequeños, y así enseñe a los hombres, ¡muy pequeño será llamado en el reino de los cielos”! (Mt. 5:19).

¿No pertenecen ellos a este número, al atreverse a debilitar la transgresión de la Ley hasta el punto de no considerarla digna de muerte? Ciertamente deberían considerar no sólo lo que se manda, sino quién es el que lo manda, porque en la mínima transgresión de la Ley que Él ha establecido, es derogada su autoridad. ¿Es que ellos tienen en poco violar la majestad divina, aunque sea en lo más mínimo del mundo? Además, si Dios ha declarado en la Ley su voluntad, todo cuanto es contrario a esta Ley no le puede agradar. ¿Es que piensan que la ira de Dios se encuentra tan desarmada, que no se ha de seguir al momento la venganza? Pues el mismo Dios lo ha manifestado bien claramente, si es que quieren oír sus palabras, en vez de empañar con sus necias sutilezas la clara verdad. «El alma que pecare morirá» (Ez. 18:20). Y lo que acabo de citar de san Pablo, que «la paga del pecado es la muerte» (Rom. 6:23). Ellos confiesan que es pecado, pues no lo pueden negar; pero afirman que no es pecado mortal. Ya que tanto tiempo han mantenido esta falsa opinión, que al menos ahora aprendan a cambiar de parecer. Mas si todavía persisten en su locura, que los hijos de Dios no les hagan caso, y estén ciertos de que es pecado mortal, porque es una rebeldía contra la voluntad de Dios, lo cual necesariamente provoca la ira, pues es una prevaricación de la Ley, contra la cual sin excepción alguna se ha pronunciado sentencia de muerte. En cuanto a los pecados que cometen los santos y los fieles, sepan que son veniales, no por su naturaleza, sino porque por la misericordia de Dios son perdonados.

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Extracto del libro: “Institución de la Religión Cristiana”, de Juan Calvino

 

    

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