«Creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo» (2 Pedro 3:18).
La humildad es una nota que evidencia un crecimiento espiritual. La persona que espiritualmente crece experimenta cada vez más su pecaminosidad y su indignidad. Con Job está dispuesto a decir: «He aquí que soy vil»; con Abraham: «Soy polvo y ceniza»; con Jacob: «Menor soy que todas tus misericordias»; con David: «Mas yo soy gusano»; con Isaías: «Soy hombre inmundo de labios»; y con Pedro: «Soy hombre pecador». Cuanto más se acerca a Dios, y más se da cuenta de Su santidad y perfección, más consciente se vuelve de sus incontables imperfecciones. A medida que progresa más en su jornada al cielo, más comprende la manera de sentir del apóstol Pablo cuando dijo: «No que ya sea perfecto». «No soy digno de ser llamado apóstol». «Soy menos que el más pequeño de todos los santos». «Soy el primero de los pecadores» (Filipenses 3:12; 1 Corintios 15:9; Efesios 3:8; 1 Timoteo 1:15). Cuanto más maduro está para la gloria, al igual que la mazorca de maíz madura que se inclina hacia abajo, más baja el creyente su cabeza en humildad. Cuanto más brillante y clara es la luz espiritual de su vida, más puede percatarse de la depravación y enfermedad de su corazón. En comparación con el día de su conversión, ¡qué poco veía entonces! Para saber si crecemos realmente en la gracia, miremos en nuestro interior para ver si hemos crecido en humildad.
Otra característica del crecimiento en la gracia es el aumento de la fe y el amor hacia el Señor Jesús. A medida que transcurre el tiempo, el creyente que crece en la gracia encuentra en Cristo mayor descanso y más motivos de gloria y gozo. Sin duda, mucho fue lo que descubrió en Cristo al creer, y su fe se asió fuertemente a la cruz y a los méritos del Salvador; pero a medida que crece en la gracia descubre un sinfín de cosas en Cristo que al principio de su conversión no había ni soñado. El amor de Jesús, su poder, su corazón, sus intenciones, sus oficios como Sustituto, Intercesor, Abogado, Médico, Pastor y Amigo, se revelan e incrementan en su alma; descubre en Jesús al manantial perfecto para todas las necesidades de su alma. Para saber si crecemos realmente en la gracia, observemos si nuestro conocimiento de las perfecciones de Jesús se ha incrementado.
Otra característica del crecimiento en la gracia es el progreso del creyente en la santidad de vida. El alma del creyente que crece recibe más dominio sobre el mundo, el pecado y la carne. Muestra extremo cuidado en no perder el control de su temperamento, de sus palabras y de sus acciones; vigila más su conducta en todas las cosas; se esfuerza para conformarse a la imagen de Cristo en todo y en imitar su ejemplo; no se contenta con los éxitos obtenidos al principio de su vida cristiana, sino que «olvidando lo que queda atrás» se afana por «lo que está delante» (Filipenses 3:13). Su lema continuo es el de ir adelante, hacia el cielo, y siempre progresando. En su peregrinar sobre la tierra desea ansiosamente conformar su voluntad con la de Dios, y anhela estar en el cielo, no sólo para estar con Cristo, sino para verse ya definitivamente libre del pecado. Para saber si crecemos realmente en la gracia, observemos si crecemos realmente en la santidad.
Otra señal de que se crece en la gracia es el incremento de la apetencia por las cosas espirituales. No es que el creyente descuide sus obligaciones en el mundo; antes por el contrario las desempeña fielmente, con diligencia y a conciencia. Pero las cosas que ama más son las cosas espirituales. En la proporción en que aumenta su amor por las cosas espirituales, decrece su estimación por las cosas del mundo. Y no es que condene todas las cosas del mundo como radicalmente pecaminosas, de manera que los que en ella participan se hallen en el camino del infierno. ¡No! Su experiencia es que las modas, diversiones y pasatiempos pierden valor ante sus ojos, dejan de ser queridas, y se convierten en bagatelas insignificantes. Todo lo que sea espiritual -la compañía del creyente espiritual, las ocupaciones espirituales, la conversación espiritual, etcétera- adquiere una creciente significación y valor para él. Para saber si realmente crecemos en la gracia, observemos si nuestros gustos espirituales se incrementan.
Otra evidencia del crecimiento en la gracia es el aumento de la caridad. El creyente que crece da muestras de un constante aumento en su amor para con todos, pero especialmente para con los hermanos. Habrá en él una constante disposición a la amabilidad, a la generosidad, a la consideración, al sacrificio por los demás. Mostrará una creciente predisposición a ser manso, humilde, paciente, a soportar la provocación, a no hacer valer sus derechos, a llevar y sobrellevar las cargas de los demás antes que altercar con ellos. Un alma que crece no pensará el mal con respecto a la conducta ajena, sino que creerá todas las cosas y esperará todas las cosas. Es señal infalible de que una persona está en peligro de naufragio espiritual cuando da muestras de una creciente disposición a encontrar faltas, debilidades y defectos en los demás. Para saber si realmente crecemos en la gracia, observemos si nuestra caridad aumenta.
Otra señal de un crecimiento en la gracia es el incremento del celo y de la diligencia en el bien de las almas. El creyente que crece en la gracia mostrará gran interés en la salvación de los pecadores. Apoyará la causa misionera y contribuirá en cualquier esfuerzo y actividad que tienda a disipar las tinieblas espirituales en cualquier lugar. No se «cansará de hacer el bien», aunque a veces sus esfuerzos no se vean coronados por el éxito. Trabajará por la obra misionera con sus donativos, oraciones, mensajes y testimonio personal. Una señal evidente de declive espiritual es cuando los que profesan ser creyentes abandonan todo interés por las almas que se pierden. ¿Deseamos saber si realmente crecemos en la gracia? Entonces examinémonos para ver si nuestro interés por las almas que se pierden aumenta.
Estas son, pues, las señales más reveladoras de todo verdadero crecimiento espiritual. Estudiémoslas cuidadosamente, y examinemos nuestra profesión a la luz de las mismas. Bien sé que esto no será del agrado de aquellos que profesan un cristianismo superficial. También sé que aquellos religiosos -cuya sola noción del cristianismo parece consistir en un estado de perpetuo gozo y éxtasis, y que pretenden haber dejado atrás toda lucha espiritual- no dudarán en calificar las señales que he dado de legalistas y carnales, pero no puedo evitarlo. No llamo a nadie maestro en estas cosas. Lo que yo deseo es que lo que he dicho se examine y juzgue a la luz del testimonio de las Escrituras.
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Extracto del libro: «El secreto de la vida cristiana» de J.C. Ryle