En BOLETÍN SEMANAL
​Correctamente entendida, cada Palabra de Dios lleva a Cristo, y ni una sola palabra hace retroceder al pecador que está buscando. Si eres una buena persona, llena de tu justicia propia, cada verdad del evangelio te parecerá negra; pero si eres un pecador que nada merece sino la ira de Dios; si en tu corazón confiesas que mereces la condenación, eres el tipo de persona que Cristo vino a salvar, tú eres el tipo de hombre que Dios eligió desde antes de la fundación del mundo, y tú podrás sin ninguna vacilación, venir y poner tu confianza en Jesús, que es el Salvador de pecadores. Creyendo en Él recibirás una salvación inmediata.

​Texto: «Y ella dijo: Sí, Señor; pero…”   Mateo 15:27.
 
 Y ahora mi segundo punto es este: aunque no debes poner reparos a Cristo, puedes ARGUMENTAR CON ÉL. «Sí, Señor,» dijo ella, y agregó: «pero…»
Esta es mi primera lección: pon una verdad enfrente de otra. No contradigas con una verdad de reprobación, más bien trae una agradable para enfrentarla. Recuerda como fueron salvados los judíos en los días de Aman y Mardoqueo. El rey emitió un decreto que cierto día, el pueblo podía levantarse contra los judíos y asesinarlos, tomando como botín sus bienes. Ahora bien, de acuerdo con las leyes de Medos y Persas esto no podía ser alterado. El decreto debía permanecer. ¿Entonces, qué? ¿Cómo podría anularse? Enfrentando esa ordenanza con otra. Se emitió, un nuevo decreto por el cual, aunque el pueblo podía levantarse contra los judíos, los judíos podrían defenderse, y si alguien se atrevía a dañarlos, ellos podrían matarlo y tomar como botín sus posesiones. Así un decreto neutralizó al otro.
Con cuánta frecuencia podemos usar el arte sagrado de pasar de una doctrina a otra. Si una verdad la veo demasiado negra para mí, no sería sabio que me mantenga siempre pensando en ella. Será sabio que examine todo el aspecto de la verdad, y vea si no hay alguna otra doctrina que me dé esperanzas. David puso esto en práctica cuando dijo: «Tan torpe era yo, que no entendía; era como una bestia delante de ti.» Y entonces, con toda confianza añade: «Con todo yo siempre estuve contigo; me tomaste de la mano derecha.» Él no se contradice a sí mismo, sin embargo, con la segunda declaración quita toda la amargura que la primera oración deja en el paladar. Las dos oraciones juntas exponen la suprema gracia de Dios, que permitió que un ser semejante a una bestia pudiera tener comunión con Él. Te suplico que aprendas  este santo arte de poner una verdad junto a la otra, para que de ese modo puedas tener una visión justa de toda la situación y no desesperes.
Por ejemplo, me encuentro con un hombre que dice: «Señor, el pecado es una cosa terrible; me condena. Creo que nunca podré responder al Señor por mis iniquidades, ni permanecer en Su presencia.» Ciertamente esto es verdad; pero recordemos otra verdad: «Jehová cargó en Él el pecado de todos nosotros.» «El que no conoció pecado fue hecho pecado por nosotros;» «Ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús.» Pon la verdad de nuestro Señor cargando nuestros pecados en frente de la verdad de la culpa y la maldición del pecado que pende sobre ti, si estás aparte de su gran Substituto.
«El Señor tiene un pueblo elegido,» exclama uno, «y esto me desalienta.» ¿Por qué habría de ser así? No contradigas esa verdad; créela como la lees en la Palabra de Dios. Pero escucha como la expresa Jesús: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños.» Para ti, que eres débil, sencillo y confiado como un bebé, la doctrina está llena de consuelo. Si el Señor va a salvar un número de personas que nadie puede contar, ¿por que no podría salvarme a mí? Es verdad que está escrito: «Todo lo que el Padre me da vendrá a mí»; pero también está escrito: «Y al que a mí viene no le echo fuera.» La segunda parte del dicho debe ser aceptada al igual que la primera.
Algunos tropiezan en la soberanía de Dios: Tendrá misericordia de quien quiera tener misericordia. Y podría preguntar con justicia: «¿No haré lo que quiero con lo que es mío?» Amados, no disputéis los derechos del Dios eterno. Es el Señor: que Él haga como bien le parezca. No disputes con el Rey, antes, ven humildemente a Él y argumenta de este modo: «Oh, Señor, solamente tú tienes el derecho del perdón, pero tu Palabra declara que si confesamos nuestros pecados, Tú eres fiel y justo para perdonar nuestros pecados; y Tú has dicho que todo el que cree en el Señor Jesucristo será salvo.» Este argumento prevalecerá. Cuando leas, «Es necesario nacer de nuevo» también dice: De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito para que todo el que cree en Él no se pierda mas tenga vida eterna.» Así, es claro que el que cree en Cristo ha nacido de nuevo.
Esto me lleva a una segunda recomendación: recibe consuelo aun de una verdad dura. Recibe este consejo dándole preferencia sobre el que ya he dado. La traducción de nuestras versiones es muy buena, pero debo confesar que no refleja todo el sentido de lo que la mujer quería decir. Ella no dijo: «Sí, Señor, pero,» como si estuviera levantando una objeción, como ya hemos explicado, sino «Sí, Señor porque…» He usado la traducción tradicional, porque expresa la forma en que nuestra mente generalmente mira las cosas. Pensamos que ponemos una verdad frente a otra cuando todas las verdades concuerdan y no puede haber conflicto. De la verdad que parece más oscura podemos recibir consolación. Ella dijo: «Sí, Señor; porque los perrillos comen las migajas que caen de la mesa de sus amos.» Ella no recibió consuelo de otra verdad que pareciera neutralizar a la primera, sino, como la abeja succiona la miel de la ortiga, ella obtuvo ánimo de la severa palabra de Dios —»No es bueno tomar el pan de los hijos y darlo a los perrillos.» Ella dijo: «Es verdad, Señor, porque aun los perrillos comen la migajas que caen de la mesa de sus amos.» Ella no tenía que dar vuelta las palabras de Cristo. Las tomó como estaban y descubrió el consuelo que había en ellas. Sinceramente os exhorto a que aprendáis el arte de derivar consuelo de cada afirmación de la Palabra de Dios, no necesariamente trayendo a colación una segunda doctrina, sino creyendo que aun la verdad presente que tiene un aspecto amenazador es vuestra amiga.
Te oigo decir: «¿Cómo puede tener esperanza? “Porque la salvación es de Jehová”. Pues bien, esa es la razón por la que debes llenarte de esperanza y buscar la salvación en Dios solamente. Si fuera de vosotros mismos, tendríais que desesperar; pero como es de Jehová, podéis tener esperanza.
¿Gimes, «¡Ay! Nada puedo hacer? Y, ¿qué importa? El Señor todo lo puede. Puesto que la salvación es de Jehová solamente, pídele que sea el Alfa y Omega para ti.  Gimes, «yo sé que debo arrepentirme, pero no siento que pueda alcanzar una medida correcta de sensibilidad».  Es verdad, y por eso el Señor Jesús está exaltado en lo alto para dar arre¬pentimiento. No puedes arrepentirte para vida, porque este también es un fruto del Espíritu.
Amados amigos, cuando estaba bajo convicción de pecado oí la doctrina de la soberanía divina: «Tendrá misericordia de quien Él tenga misericordia,» pero no me atemorizó, porque sentí más esperanzas de gracia a través de la voluntad soberana de Dios que por cualquier otro medio. Si el perdón no es una cuestión de méritos humanos, sino una prerrogativa divina, entonces hay esperanza para mí. ¿Por qué no podría yo ser perdonado como los demás? Si el Señor tuviera solamente tres elegidos, y estos fueran escogidos según su beneplácito, ¿por qué no podría yo ser uno de ellos? Me puse a sus pies y deseché toda esperanza que no fluyera de Su misericordia. Sabiendo que Él salvaría a un número que nadie puede contar, y que Él podría salvar a cada alma que creyese en Jesús, por tanto creí y fui salvado. Fue bueno para mí que la salvación no fuera por méritos, porque no tenía mérito alguno. Si quedaba en manos de la gracia divina, entonces podía pasar por aquella puerta, porque el Señor podría salvarme a mí al igual que a cualquier otro pecador y puesto que leí: «Al que a mí viene no le echo fuera»,  vine y Él no me echó fuera.

C.H. Spurgeon

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