Es verdad que Dios se manifestó a veces con ciertas señales, de modo que la Escritura dice que fe visto cara a cara; pero cuantos signos quiso tomar para manifestarse a los hombres se adaptaban muy bien a su manera de enseñar y a la vez advertían a los hombres sobre lo incomprensible de su esencia. Porque la nube, el humo y la llama (Dt. 4: 11), aunque eran señales de la gloria celestial, no dejaban de ser como un freno para detener al entendimiento y que no intentase subir más alto. Por lo cual ni aun Moisés, con el cual Dios se comunicó mucho más familiarmente que con ningún otro, pudo lograr, por más que se lo suplicó, ver su rostro; antes bien, le respondió que el hombre mortal no era capaz de resistir tanta claridad (Éx. 33:13-23).
Se apareció el Espíritu Santo en forma de paloma (Mt.3,16), pero viendo que luego desapareció, ¿quién no cae en la cuenta de que con esta manifestación fugaz se advierte a los fieles que debían creer que el Espíritu Santo es invisible, a fin de que, descansando en su virtud y en su gracia, no buscasen figura externa alguna? En cuanto a que algunas veces apareció Dios en figura de hombre, esto fue como un principio o preparación de la revelación que en la persona de Jesucristo se había de hacer; por lo cual no fue lícito a los judíos, so pretexto de ello, hacer estatuas semejantes a hombres. También el propiciatorio, desde el cual Dios en el tiempo de la Ley mostraba claramente su poder, estaba hecho de tal manera, que daba a entender que el mejor medio de ver a Dios es levantar el espíritu a lo alto lleno de admiración (Éx. 25:18-21). Porque los querubines con sus alas extendidas lo cubrían del todo; el velo lo tapaba; el lugar mismo donde estaba era tan escondido y secreto, que no se podía ver nada. Por tanto, es evidente que los que quieren defender las imágenes de Dios o de los santos con este ejemplo de los querubines son insensatos y carecen de razón. Porque, ¿qué hacían aquellas imágenes en aquel lugar, sino dar a entender que no había imagen visible alguna apropiada y capaz de representar los misterios de Dios? Pues con este propósito se hizo de modo que al cubrir con sus alas el propiciatorio, no solamente impidiesen que los ojos viesen a Dios, sino también los demás sentidos; y esto para refrenar nuestra temeridad.
También está conforme con esto lo que los profetas cuentan, que los serafines que ellos vieron tenían su cara cubierta (ls. 6:2); con lo cual quieren dar a entender que el resplandor de la gloria de Dios es tan grande, que incluso los mismos ángeles no la pueden ver perfectamente, y que los pequeños destellos que en ellos refulgen nosotros no los podemos contemplar con la vista corporal. Aunque, como quiera que los querubines, de los cuales al presente tratamos, según saben muy bien los que tienen alguna idea de ello, pertenecían a la antigua doctrina de la Ley, sera cosa absurda tomados como ejemplo para hacer lo mismo hoy, pues ya pasó el tiempo en el que tales rudimentos se enseñaban; y en esto nos diferencia san Pablo de los judíos.
Ciertamente es bien vergonzoso que los escritores profanos e infieles hayan interpretado la Ley mucho mejor que los papistas. Juvenal, mofándose de los judíos, les echa en cara que adoran a las puras nubes y a la divinidad del cielo’. Es verdad que miente maliciosamente con ello; pero al declarar que entre los judíos no existía imagen alguna, está más conforme con la verdad que los papistas, los cuales quieren hacer creer lo contrario. En cuanto a que este pueblo, luego, sin consideración alguna, se precipitó y se fue tras los ídolos tan prontamente y con tanto ímpetu como lo suelen hacer las aguas cuando en gran abundancia brotan del manantial, precisamente podemos aprender cuán grande es la inclinación que en nosotros existe hacia la idolatría, en vez de atribuir a los judíos un vicio del que todos estamos tocados, a fin de perseverar de este modo en el sueño de los vanos halagos y de la licencia para pecar.
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Extracto del libro: “Institución de la Religión Cristiana”, de Juan Calvino