¿Qué podemos decir sobre el amor de Dios para con sus criaturas, un amor que no sólo las creó, sino que a algunas de ellas las redimió y las guardó para una eternidad en comunión con Él? Sin duda, nada que podamos decir podría abarcar la medida de su amor. El amor de Dios siempre será infinitamente más profundo que la conciencia que tengamos de Él o de cómo lo expresemos.
La Biblia es muy sencilla cuando habla sobre el amor de Dios, y una de las cosas simples que dice es que el amor de Dios es un gran amor. «Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó…» (Ef. 2:4). Juan 3:16 implica lo mismo con la frase de tal manera: «Porque de tal manera amó Dios al mundo que…». Significa: «Dios amó tanto al mundo que…». Por supuesto, cuando Dios dice que su amor es grande no está usando esta palabra de la misma manera que la usamos nosotros cuando decimos que algo relativamente normal es grande: un gran concierto, una gran cena, o algo similar. Dios es un maestro en el arte de subestimarse. Cuando dice que su amor es un gran amor en realidad está diciendo que su amor es superlativo, tanto que trasciende nuestras ideas de grandeza y nuestro propio entendimiento.
Una persona cierta vez imprimió Juan 3:16 de manera que pudiera expresar de alguna forma esta idea. Ordenó las partes del versículo de manera tal que fuera evidente la grandeza de todas sus partes. De la siguiente manera:
Dios, el Amante más grande
de tal manera amó, la medida más grande
al mundo, la compañía más grande
que ha dado, el acto más grande
a Su Hijo unigénito, el regalo más grande
para que todo aquel, la oportunidad más grande
que en Él, la atracción más grande
cree, la simplicidad más grande
no se pierda, la promesa más grande
mas, la diferencia más grande
tenga, la certeza más grande
vida eterna, la posesión más grande
El título era: «Cristo: el regalo más grande».
Una manera aun mejor de reconocer la grandeza del amor de Dios es ver como los escritores bíblicos posiblemente inventaron, o al menos elevaron a niveles nuevos, una nueva palabra para el amor —tal era la necesidad que tenían de un superlativo que expresara el singular amor que habían descubierto a través de la revelación bíblica.
La lengua griega es rica en palabras para el amor.
La primera de las palabras del griego antiguo es storgé. Se refiere al afecto en general, en especial dentro del entorno familiar. El equivalente en español más cercano sería «querer». Los griegos dirían: «Amo (quiero) a mis hijos».
La segunda de las palabras griegas es philia, de donde provienen las palabras filantropía y Filadelfia. Se refiere a la amistad. Jesús utilizó esta palabra cuando dijo que el «que ama a su padre o madre más que a mí, no es digno de mí» (Mt. 10:37).
La tercera palabra griega es eros, la palabra para el amor sensual. De esta raíz proviene la palabra erótico. Esta palabra había sido tan desvalorizada en los tiempos del Nuevo Testamento que nunca se la utiliza en la Biblia, si bien los escritores bíblicos hablaron bien del amor sexual.
Sin embargo, cuando se tradujo el Antiguo Testamento al griego y cuando los escritores del Nuevo Testamento escribieron en griego, se encontraron con que ninguna de estas palabras era adecuada para transmitir el verdadero concepto bíblico. Tomaron otra palabra completamente distinta, una sin fuertes asociaciones, y la usaron casi exclusivamente. Había sido muy poco utilizada con anterioridad. Fue así como la pudieron llenar con un carácter enteramente nuevo. Al hacerlo, crearon una palabra que con el tiempo transmitió el tipo de amor que ellos querían: ágape.
Era vaga, pero podía transmitir las ideas correctas. ¿Ama Dios con un amor justo y santo? Sí. Ese amor es ágape. ¿El amor de Dios es soberano, eterno y lleno de gracia? Sí, también. «Con amor eterno te he amado» le dijo Dios a Jeremías (Jer. 31:3). Ese amor es ágape. Así fue como ágape se convirtió en la palabra suprema para hablar del amor de Dios, un nuevo amor revelado inicialmente por Dios a través del judaísmo, y luego desvelado en toda su plenitud en Jesucristo a través del cristianismo bíblico.
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Extracto del libro «Fundamentos de la fe cristiana» de James Montgomery Boice