En BOLETÍN SEMANAL
​Un interés indebido: Diría que, si descubrimos en nosotros mismos y en otros esta tendencia de quedar absorbidos en el interés por los medios de gracia y en los fenómenos especiales, y no en nuestra relación con el Señor, nos encontramos ya en el camino que conduce, en última instancia, a este temido autoengaño.

No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad (Mateo 7:21-23).

Otro síntoma de la misma condición [de autoengaño] es un interés indebido por las manifestaciones especiales. Hay muchas de estas manifestaciones en relación con la vida cristiana por las que debemos dar gracias a Dios; ciertas cosas que vienen como bendiciones en relación con el evangelio… Estas cosas forman parte del mensaje cristiano; pero si descubrimos que nuestro interés principal está en estos fenómenos, nos encontramos en una situación que puede conducir al autoengaño. Nunca debemos estar más interesados en lo que podríamos llamar productos secundarios de la fe que en la fe misma. Debemos examinarnos a nosotros mismos respecto a cada una de estas cosas. Lo que decimos, claro está, revela nuestro interés fundamental.

Al escuchar a otras personas descubrimos sus intereses principales y reales. Y lo mismo es aplicable a nosotros. De ahí que debemos preguntarnos: “¿Cuál es mi interés principal?” O, quizá, sería más prudente conseguir que alguna otra persona nos examinara y observara. Diría que, si descubrimos en nosotros mismos y en otros esta tendencia de quedar absorbidos unicamente por el interés por los medios de gracia y en los fenómenos especiales, y no en nuestra relación con el Señor, nos encontramos ya en el camino que conduce, en última instancia, a este temido autoengaño. Otra señal de esto es un interés indebido por las organizaciones, denominaciones, iglesias específicas o algunos movimientos o comunidades. Todos sabemos exactamente qué quiere decir esto. El hombre es un ser social y a todos nos gusta tener alguna salida para nuestro instinto gregario y la parte social de nuestra personalidad. Es lo más sencillo del mundo encontrar una salida para ese instinto natural, social, gregario, en el campo de las cosas cristianas. El peligro radica en asumir que, porque tenemos interés en estas cosas, somos necesariamente cristianos. Esto es lo que nuestro Señor precisamente dice. Si exclama, “Señor, Señor”; si echa fuera demonios, si hace milagros en el nombre de Cristo, o trabaja esforzadamente en el campo de la iglesia, y debido a esto asume que es cristiano, está en un error.

 Cristo dice que quizá no lo seas. ¡Cuán fácilmente puede ocurrir esto! Hay personas que por naturaleza prefieren formar parte de sociedades morales y no de las inmorales, pero que no son para nada cristianos. Como seres humanos, les gustan las personas morales y éticas y su deseo natural de tener una salida social, una salida para su naturaleza moral activa, se ve satisfecha en alguna clase de organización relacionada con el cristianismo. Entran en el autoengaño porque asumen que, por desarrollar esta actividad en el campo cristiano, deben ser cristianos. Pero su verdadero interés está en la actividad y en la organización, no en el Señor, no en su propia relación con el Señor. Se trata de una posibilidad terrible. Hay personas cuyo interés último y real está en su iglesia específica, no en la salvación cristiana, no en el Señor. Les gusta la iglesia, les gusta la gente, han sido educados en esa atmósfera, y esto es lo que realmente los sostiene —esa iglesia específica, esa denominación específica o ese grupo determinado de personas—. También esto se revela en su forma de hablar;  uno ve que están muy interesados cuando se habla de la organización o de las personas o del predicador, pero que se vuelven extrañamente silenciosos si uno quiere tener una conversación espiritual con ellos acerca de su alma o del Señor. Debemos examinarnos a nosotros mismos con esta prueba. ¿En qué estamos realmente interesados? ¿Estamos interesados en nuestra relación con Él y en su gloria o solo en una de esas otras cosas?

Extracto del libro: «El sermón del monte» del Dr. Martyn Lloyd-Jones

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