Cuando llegamos al avivamiento de la piedad evangélica en la Reforma, nos encontramos en medio de tal corriente de autoridad y ejemplo que debemos contentarnos con declaraciones generales. Cualquiera que pudiera ser la práctica de sus hijos degenerados, los Reformadores primitivos son universalmente conocidos por haber dado gran valor a los devocionales familiares. Los contemporáneos de Lutero y sus biógrafos, recogen sus oraciones en su casa con calidez. Las iglesias de Alemania fueron bendecidas, en mejor época, con una amplia prevalencia de la piedad familiar. Se recogen hechos similares en Suiza, Francia y Holanda.
Pero en ningún país ha brillado la luz hogareña con mayor resplandor que en Escocia. La adoración familiar en toda su plenitud fue simultánea con el primer periodo reformador. Es probable que ningún territorio tuviera jamás tantas familias orando en proporción a sus habitantes; tal vez ninguno tenga tantas hoy. En 1647, la Asamblea General emitió un Directorio para la adoración familiar en la que hablan como sigue:
“Los deberes corrientes abarcados en el ejercicio de la piedad que deberían llevarse a cabo en las familias cuando se reúnen a tal efecto son estos: Primero, la oración y las alabanzas realizadas con una referencia especial, tanto a la condición de la Iglesia de Dios y su Reino, como al estado presente de la familia y cada miembro de la misma. A continuación, la lectura de las Escrituras, con la instrucción en la doctrina de una forma clara para posibilitar de la mejor manera la comprensión de los más simples y que se beneficien bajo las ordenanzas públicas y se les pueda ayudar a ser más capaces de entender las Escrituras cuando estas se lean; junto con conferencias piadosas que tiendan a la edificación de todos los miembros en la fe más santa; así también la amonestación y la reprensión por razones justas de quienes tengan la autoridad en la familia. El cabeza de familia debe tener cuidado de que ninguno de los miembros se retire de ninguna parte de la adoración en familia y, viendo que el ejercicio ordinario de todas las partes de esta adoración le pertenecen al cabeza de familia, el ministro debe instar a los que son perezosos y formar a los que son débiles para que sean adecuados en la realización de estos ejercicios”.
“Tantos como puedan concebir la oración, deberían hacer uso de ese don de Dios, aunque los que sean toscos y más débiles pueden comenzar con una forma establecida de oración; esto se hace con el fin de que no sean perezosos en despertar en sí mismos (según sus necesidades diarias) el espíritu de la oración que han recibido todos los hijos de Dios en cierta medida; a este efecto, deberían de ser más fervientes y frecuentes en la oración secreta a Dios para que capacite sus corazones para concebir y expresar peticiones legítimas a favor de sus familias”. “Estos ejercicios deberían llevarse a cabo con gran sinceridad, sin demora, dejando a un lado todos los asuntos mundanos o estorbos, a pesar de las burlas de los ateos y de los hombres profanos, teniendo en cuenta las grandes mercedes de Dios sobre esta tierra y las correcciones mediante las cuales Él nos ha disciplinado últimamente. Y, a este efecto, las personas de eminencia y todos los ancianos de la Iglesia, no sólo deberían estimularse ellos mismos y sus familias a la diligencia en todo esto, sino también contribuir de forma eficaz para que en todas las demás familias que estén bajo su influencia y cuidado, se realicen estos ejercicios mencionados con plena consciencia”.
La fidelidad del cristiano individual con respecto a este deber se convirtió en cuestión de investigación por parte de los tribunales de la Iglesia. Mediante el Acta de Asamblea de 1596, ratificado el 17-18 de diciembre de 1638, entre otras estipulaciones para la visitación de las iglesias por parte de los presbíteros, se propusieron las siguientes preguntas para que les fueran formuladas a los cabezas de familias:
“¿Visitan los ancianos a las familias dentro del barrio y de los límites que se les ha asignado a cada uno de ellos? ¿Son cuidadosos de que se establezca la adoración de Dios en las familias de sus zonas? Se le sugiere al ministro que también pregunte, en sus visitas pastorales, si se adora a Dios en la familia mediante oraciones, alabanzas y la lectura de las Escrituras. En cuanto a la conducta de los siervos hacia Dios y hacia los hombres, ¿se aseguran de que también participen de la adoración en familia y en público? ¿Catequizan a su familia?”
Cuando la Iglesia de Escocia adoptó la Confesión de Fe de la Asamblea de Teólogos de Westminster, contenía esta estipulación que sigue siendo válida entre nosotros: “Dios ha de ser adorado en todo lugar, en espíritu y en verdad, tanto en las familias a diario como también en secreto, cada uno por sí mismo”.
En conformidad con estos principios, la práctica de la adoración en familia se convirtió en algo universal por todo el cuerpo presbiteriano de Escocia y entre todos los disentidores de Inglaterra. Especialmente en Escocia, las personas más humildes de las chozas más lejanas honraban a Dios mediante la alabanza diaria y no hay nada más característico de las personas de aquella época que esto. “En ocasiones he visto la adoración en familia en grandes casas —dice el Sr. Hamilton—, pero he sentido que Dios estaba igual de cerca cuando me he arrodillado con una familia que oraba, sobre el suelo de tierra de su choza.
He conocido la adoración en familia entre los segadores en un granero. Solía ser algo común en los barcos de pesca en los estuarios y en los lagos de Escocia. He oído que esto se observaba incluso, en las profundidades de un pozo de carbón”.
Los padres de Nueva Inglaterra, habiendo bebido del mismo espíritu, dejaron el mismo legado a sus hijos.
La adoración en familia es altamente honorable, especialmente cuando el servicio espiritual languidece y decae en tiempos en los que el error y la mundanalidad hacen incursiones en la Iglesia. Éste ha sido el caso notable entre algunas comunidades protestantes del continente europeo. En términos generales, debemos decir que la adoración en familia no se practica tan extensamente allí y, por supuesto, no se le valora tan altamente como en las iglesias de Gran Bretaña y de los Estados Unidos. Esto es cierto, incluso cuando se hace la comparación entre las que están en los respectivos países, cuyo apego al evangelio parece ser el mismo. Hay muchas, sobre todo en Francia y Suiza, que le dan tan alto valor y mantienen con regularidad la adoración diaria a Dios como muchos de sus hermanos en Inglaterra o en los Estados Unidos. Sin embargo, constituyen excepciones a la declaración anterior sin ser una refutación de la misma.
Los viajeros cristianos observan, no obstante, que las mejores opiniones sobre este tema, como en la observancia del Día de reposo, están creciendo decididamente en Francia y Suiza, y, probablemente, en cierta medida también en Alemania y en otros países del Continente. Esto se le debe atribuir a la traducción de muchas obras excelentes del inglés al francés y a su circulación en esos países en los últimos años.
De lo que se ha dicho, queda de manifiesto que, la voz universal de la Iglesia en sus mejores épocas, se ha pronunciado a favor de la adoración en familia. El motivo de esto también se ha manifestado. Es un servicio que se le debe a Dios con respecto a su relación abundante y misericordiosa para con las familias como tales, algo que se ha hecho necesario por las carencias, las tentaciones, los peligros y los pecados del estado de la familia y, en los más altos niveles, es algo adecuado y correcto, dadas las oportunidades que ofrece la misma condición de la familia.
Tomado de Thoughts on Family Worship (Pensamientos sobre la adoracion familiar), reeditada por Soli Deo Gloria, una división de Reformation Heritage Books, www.heritagebooks.org.
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James W. Alexander (1804-1859): Hijo mayor de Archibald Alexander, el primer catedrático del Seminario Teológico de Princeton. Estudió tanto en la Universidad de Princeton como al Seminario de Princeton y, más tarde, enseñó en ambas instituciones. Su primer amor, sin embargo, fue el pastorado y trabajó en iglesias de Virginia, Nueva Jersey y Nueva York, EE. UU., hasta su muerte.