En este capítulo hemos considerado al hombre como Dios lo creó y cómo fue su intención que el hombre fuera -es decir, antes de la Caída-, o como será en Cristo. Sin embargo, no sería correcto ignorar el hecho de que, aunque los hombres fueron hechos a imagen de Dios, esa imagen ha sido, sin embargo, empañada y hecha añicos como resultado de su pecado. Es cierto, todavía quedan vestigios de la imagen. Pero hoy no somos lo que Dios quiso que fuésemos. Somos seres caídos y los efectos de la Caída pueden verse en cada uno de los niveles de nuestro ser: el cuerpo, el alma y el espíritu.
Cuando Dios puso a Adán y a Eva frente a la prueba del árbol prohibido, que debía servir como una medida de su obediencia y responsabilidad hacia Aquel que los había creado, Dios dijo: «De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás» (Gn. 2:16-17). Adán y Eva comieron del árbol prohibido, y murieron. Su espíritu, esa parte que podía establecer una comunión con Dios, murió instantáneamente. Su muerte espiritual es obvia en el hecho de que huyeron de Dios cuando Dios vino a ellos en el huerto. Los seres humanos han estado huyendo y escondiéndose desde entonces. Además, también comenzó a morir el alma, el asiento del intelecto, los sentimientos y la voluntad. Es así como los seres humanos comenzaron a perder el sentido de su propia identidad, a dar rienda suelta a los malos sentimientos y a sufrir la descomposición de su intelecto. Al describir este tipo de corrupción, Pablo nos dice que, habiendo rechazado a Dios, las personas inevitablemente «se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles» (Ro. 1:21-23). Como consecuencia, el cuerpo también muere. Así está escrito: «Polvo eres, y al polvo volverás» (Gn. 3:19).
Donald Grey Barnhouse ha comparado este resultado con un edificio de tres plantas que ha sido bombardeado durante la guerra y severamente dañado. La bomba ha destruido todo el último piso. El escombro se ha acumulado sobre el segundo piso, dañándolo a éste. El peso de las dos plantas derrumbadas más la detonación ha producido grietas en las paredes del primer piso, el cual ha de derrumbarse tarde o temprano. Esto fue lo que sucedió con Adán. Su cuerpo era la habitación del alma, y el espíritu estaba por encima de esta habitación. Cuando cayó, el espíritu fue totalmente destruido, el alma se arruinó y el cuerpo quedó destinado al derrumbe y a la ruina posterior.
Sin embargo, es precisamente aquí donde podemos apreciar la gloria y la plenitud del evangelio cristiano. Porque cuando Dios salva a un individuo, salva a toda la persona, comenzando por el espíritu, continuando con el alma y terminando con el cuerpo. La salvación del espíritu está en primer lugar; Dios establece contacto con la persona que se había rebelado contra Él. Esto es lo que se llama la regeneración o el nuevo nacimiento. A continuación, Dios comienza su obra con el alma, renovándola para que se asemeje a la imagen del hombre perfecto, el Señor Jesucristo. Esta obra se conoce como la santificación. Por último, tendrá lugar la resurrección, donde hasta el mismo cuerpo será redimido de la destrucción.
Pero además, como lo señala Pablo en 2a Corintios 5:17, Dios hace de la persona redimida una nueva creación. No se trata solamente de poner parches al espíritu viejo, al alma vieja y al cuerpo viejo; como si fuera posible reparar la casa, en proceso de derrumbe, poniendo parches por aquí y por allá y dándole una mano de pintura. Lo que sí hace es crear un nuevo espíritu, una nueva alma (conocida como el nuevo hombre) y un nuevo cuerpo. Este cuerpo es del mismo orden que el cuerpo resucitado de nuestro Señor Jesucristo. Hoy ya hemos sido salvados como cristianos, pero también estamos en proceso de salvación, lo que implica que el presente también es importante. Y, además, mantenemos nuestra mirada hacia el futuro, porque sólo en la resurrección futura se completará la redención comenzada en esta vida y podremos levantarnos haciendo sido perfeccionados delante de la presencia de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo.
—
Extracto del libro «Fundamentos de la fe cristiana» de James Montgomery Boice