Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan (Mateo 7:13,14).
Volvemos a examinar de nuevo esta afirmación de los versículos 13 y 14 porque nuestro Señor en estas palabras no nos pide simplemente que consideremos la naturaleza del reino y de la vida cristiana en general. No es una invitación a venir a ver una perspectiva maravillosa, a sentarse, por así decirlo, en primera fila para contemplar el escenario. Debemos ser participantes; es un llamamiento a la acción. Advirtamos la palabra: “Entrad”; es al mismo tiempo invitación y exhortación. Una vez contemplado el panorama en general, nos corresponde hacer algo.
Éste es, pues, el primer principio que debemos tratar de elaborar. Es un llamamiento a la acción. ¿Qué significa esto? En primer lugar, significa que el evangelio de Jesucristo, este enunciado de los principios del reino, es algo que exige decisión y entrega. Esto es totalmente inevitable. Es algo que forma parte de la trama y urdimbre de la presentación que el Nuevo Testamento hace de la verdad. No es una filosofía que uno ve y compara y contrasta con otras filosofías. Nunca se puede adoptar una actitud de despego respecto a ello, y si nuestra preocupación respecto a estas cosas es puramente intelectual, y nunca ha afectado nuestra vida, entonces el Nuevo Testamento dice que no somos cristianos. Claro está que es una filosofía maravillosa, pero existe la tentación de considerarla sólo como eso. Como algo acerca de lo cual se lee y por lo que uno se interesa. Pero el evangelio no quiere que se tome así. Es esencialmente algo que viene a nosotros exigiendo el control de nuestra vida. Viene a nosotros de la misma manera como el Señor mismo se acercó a los hombres. Recordaremos cómo, hallándose de camino se encontró con un hombre como Mateo, y le dijo, “Sígueme”, y Mateo se levantó y le siguió. El evangelio hace algo así. No dice: “Considérame, admírame”. Dice: “Sígueme, créeme”. Siempre exige una decisión, una entrega.
Obviamente estamos frente a algo en extremo vital. De nada sirve describir las maravillas y bellezas de este camino angosto si seguimos mirándolo sólo desde lejos. Es un camino que hay que pisar, es algo en lo que hay que entrar. Nada hay más curioso que la forma en la que nos persuadimos por tanto tiempo de que es posible interesarse por el evangelio sin llegar a tomar una decisión y entrega que afecte a mi vida. Pero no es así.
En consecuencia, nos planteamos ahora una pregunta muy simple. La piedra de toque final acerca de mí mismo y de mi profesión de fe cristiana, puede plantearse así. ¿Me he entregado a esta forma de vida? ¿Es lo que controla mi vida? Hemos visto lo que nos dice que hagamos; ¿gobierna y controla nuestras decisiones y acciones? Claro está que esto implica un acto bien definido de la voluntad. Me pide que diga: “Reconociendo esto como la verdad de Dios y el llamamiento de Cristo, voy a entregarme a ello, suceda lo que suceda. No voy a pensar en las consecuencias. Lo creo, actuaré en consecuencia; esto va a ser mi vida de ahora en adelante”.
Hubo un tiempo en que algunos de nuestros antepasados solían enseñar que era bueno que cada cristiano hiciera un pacto con Dios. Una vez examinada la verdad, se sentaban para escribir solemnemente sobre el papel el pacto que hacían con Dios, y lo firmaban y le ponían la fecha, exactamente como si fuera una transacción comercial. Le ponían firma a la entrega de sí mismos, y al derecho a su propia persona y a todo lo que tenían, y al derecho de no vivir como quisieran. De entonces en adelante, se entregaban a Dios, como el hombre que se alista en el ejército renuncia al derecho de sí mismo y al control de su vida. Hacían un contrato como éste, como un pacto con Dios, lo firmaban, y sellaban. Esta práctica tiene aspectos recomendables. Algunos de nosotros sufrimos tanto de la tendencia a limitarnos a contemplar la vida cristiana sin tomar ninguna resolución respecto a ella, que sería bueno que de forma voluntaria y concreta realizáramos un acto de entrega como éste, y de esa forma entráramos por la puerta estrecha. Exige una decisión.
Esto a su vez conduce al segundo principio. Una vez vista la verdad y decidido el hecho de que tengo que hacer algo al respecto, ahora comienzo a buscar esta puerta estrecha. Advirtamos cómo lo dice nuestro Señor. Dice, “porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan”. ¿Por qué es así? Porque hay pocos que la buscan. Es una puerta que hay que buscar deliberadamente. En otras palabras, la esencia de la sabiduría en estos asuntos es pasar de lo general a lo particular. Sin duda, la experiencia de todos nosotros da fe de que uno de los peligros mayores con que nos enfrentamos es el de escuchar la verdad, leerla, asentir con la cabeza, pero nunca hacer nada acerca de ella. No buscamos la puerta estrecha.
Buscar la puerta estrecha significa algo así: Una vez vista la verdad, y habiendo expresado mi conformidad, entonces debería decirme, “¿Qué debo hacer exactamente para que se convierta en acción?” Esto es buscar la puerta estrecha. Hay una forma de buscar la verdad y debemos descubrir en detalle exactamente qué significa para nosotros. Eso es buscar la puerta estrecha: poner en acción la verdad. Quiero sobre todo recalcar el punto de que la puerta ha de buscarse realmente. No es fácil; es difícil. Hay que salirse del camino que uno sigue para encontrar esta puerta. Hay que analizarse a sí mismo y ser muy sincero consigo mismo y, habiéndose negado a detenerse, decir: “Voy a seguir con esto hasta que descubra exactamente qué tengo que hacer”. Hay muchos que no encuentran ese camino de vida porque nunca han buscado la puerta y entrado por ella. Si uno lee las biografías de algunos de los grandes santos de Dios en épocas pasadas, encontrará que buscaron esta puerta estrecha por largo tiempo. Miremos a Martín Lutero. Ahí está en su celda, ayunando, con sudores y oración. Leamos lo que se dice acerca de hombres como George Whitefield y John Wesley. Estos hombres buscaban esta puerta estrecha. No sabían qué tenían que hacer, tenían ideas equivocadas, pero al fin, gracias a una búsqueda diligente, la encontraron, y cuando lo hicieron entraron por ella. De una forma u otra todos nosotros debemos hacer esto. En otras palabras, no debemos darnos paz ni descanso hasta que sepamos con certeza que ya estamos en este camino. Esto es ‘entrar por la puerta estrecha’. Se entra sólo después de haberla buscado y de haberla encontrado.
El tercer paso es que, una vez decidido que vas a entrar y habiendo buscado la puerta y entrado por ella, se prosigue; no se entrega, y se dice ciertas cosas a sí mismo. Sin duda se puede decir con certeza, que la solución para muchos de nuestros problemas en esta vida cristiana es que deberíamos hablarnos más a nosotros mismos. Deberíamos recordarnos constantemente quiénes somos y qué somos. Esto es lo que quiere decir no sólo el entrar sino el proseguir por este camino. El cristiano debería recordarse a sí mismo todas las mañanas al despertar, “soy hijo de Dios; soy una persona única; no soy como los demás; pertenezco a la familia de Dios. Cristo ha muerto por mí y me ha trasladado del reino de tinieblas a su propio Reino. Voy al cielo, éste es mi destino. No estoy sino de paso por este mundo. Conozco las tentaciones y pruebas que conlleva; conozco las insinuaciones sutiles de Satanás. Pero yo no le pertenezco. Soy peregrino y extranjero; seguiré a Cristo por este camino”. Hay que recordar esto, entregarse, y repetirlo. Y el resultado será que uno se descubrirá caminando por este camino angosto. Éste es el primer principio general acerca del cual debemos hacer algo. Una vez vista la verdad debemos hacer algo respecto a ella, debemos ponernos en una relación práctica con ella.
El segundo principio se percibe con toda claridad. Es la consideración de algunas razones para obrar así. Una vez más, como hemos visto tan a menudo en nuestro estudio de este sermón, nuestro bendito Señor se hace cargo de nuestra debilidad. Hemos visto que casi invariablemente éste es su método, su técnica si prefieren; el establecer un principio o dar un mandato, y luego, una vez hecho esto, presentar algunas razones que justifican su cumplimiento. No necesita haberlo hecho. Pero en ello vemos algo de su gran corazón pastoral y de su compasión por nosotros como pueblo suyo. Él es el Sumo Sacerdote que sabe tener compasión de nosotros. Nos entiende. Sabe que somos tan falibles e imperfectos, como consecuencia del pecado, que no basta simplemente con mostrarnos el camino. Necesitamos que se nos den razones. “Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan”.
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Extracto del libro: «El sermón del monte» del Dr. Martyn Lloyd-Jones