En BOLETÍN SEMANAL
Una nueva creación:​ El hombre natural está dispuesto a admitir que quizá no es enteramente perfecto. Pero nunca encontraréis a un incrédulo que piense que todo está mal, que es un miserable. Nunca es 'pobre en espíritu,' nunca 'llora' por sentirse pecador. Nunca dice, 'Si no fuera por la muerte de Cristo en la cruz, no tendría esperanza de ver a Dios.' Nunca dirá con Charles Wesley, 'Soy vil y lleno de pecado.' El ser humano en general considera que esto es una ofensa, porque asume que siempre ha tratado de llevar una vida buena. Por esto no llega nunca a condenarse a sí mismo.

​Pasemos ahora al segundo principio, que aclarará el primero. Examinemos algunos de los modos o aspectos en que el cristiano manifiesta este carácter único, esta cualidad especial. Ocurre esto en toda su vida porque, según el Nuevo Testamento, es una nueva creación. ‘Las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas,’ de manera que va a ser una persona completamente diferente. Ante todo, el cristiano es diferente del hombre natural en el pensar. Tomemos, por ejemplo, su actitud respecto a la ley, a la moralidad y conducta. El hombre natural quizá observe la ley, pero nunca va más allá. La característica del cristiano es que se preocupa más por el espíritu que por la letra. El hombre moral, ético quiere vivir dentro de la ley, pero no piensa en el espíritu, que es la esencia misma de la ley. O, dicho de otra manera, el hombre natural obedece a regañadientes, mientras el cristiano se deleita ‘según el hombre interior… en la ley de Dios.’

O considerémoslo en función de la moralidad. La actitud del hombre natural frente a la moralidad es generalmente negativa. Se preocupa por no hacer ciertas cosas. No quiere ser deshonesto, injusto ni inmoral. La actitud del cristiano respecto a la moralidad es siempre positiva; tiene hambre y sed de una justicia positiva como la de Dios mismo.

O también, examinémoslo en función del pecado. El hombre natural siempre piensa en el pecado en función de hechos, de cosas que se hacen o no se hacen. El cristiano se interesa por el corazón. ¿No subrayó esto nuestro Señor en este Sermón, cuando dijo: ‘¿Pensáis que todo está bien siempre y cuando no hayáis cometido adulterio físico? Pero ¿qué me decís del corazón? ¿Y de los pensamientos?’? Así piensa el cristiano. No sólo hechos; llega hasta el corazón.

¿Qué decir de la actitud de estos dos hombres respecto a sí mismos? El hombre natural está dispuesto a admitir que quizá no es enteramente perfecto. Dice: ‘Es cierto que no soy del todo santo, que hay ciertos defectos en mi vida.’ Pero nunca encontrarán a un incrédulo que piense que todo está mal, que es miserable. Nunca es ‘pobre en espíritu,’ nunca ‘llora’ por sentirse pecador. Nunca dice, ‘Si no fuera por la muerte de Cristo en la cruz, no tendría esperanza de ver a Dios.’ Nunca dirá con Charles Wesley, ‘Soy vil y lleno de pecado.’ Considera que esto es una ofensa, porque asume que siempre ha tratado de llevar una vida buena. Por esto no llega nunca a condenarse a sí mismo.

¿Qué decir además de la actitud de estos dos hombres respecto a los demás? El hombre natural quizá mira a los demás con tolerancia; quizá llega a sentir compasión por ellos y se dice que no debe mostrarse demasiado duro con ellos. Pero el cristiano va más allá. Los ve como pecadores, como víctimas de Satanás, como víctimas del pecado. No sólo los ve como hombres con quienes hay que ser tolerante; los ve como dominados por ‘el dios de este mundo’ y cautivos de Satanás. Va más allá que el otro.

Lo mismo se puede decir de la idea que tienen de Dios. El hombre natural piensa en Dios, sobre todo como en Alguien al que hay que obedecer y temer. Esta no es la idea esencial del cristiano. El cristiano ama a Dios porque lo ha llegado a conocer como a su Padre. No piensa en Dios como en alguien cuya ley es pesada y dura. Sabe que es un Dios santo y misericordioso, y entra en una relación nueva con Él. Va más allá que cualquier otro en su relación con Dios, y desea amarlo a Él con todo su corazón, mente, alma, y fuerza, y al prójimo como a sí mismo.

Luego en el asunto de la forma de vivir, el cristiano lo hace todo de un modo diferente. El gran motivo para la vida del cristiano es el amor. Pablo lo expresa de una forma notable cuando dice: ‘el cumplimiento de la ley es el amor.’ La diferencia entre el hombre naturalmente bueno y moral, respecto al cristiano es que el cristiano posee un elemento de gracia en sus acciones; es un artista, en tanto que el otro hombre actúa de forma mecánica. ¿Cuál es la diferencia entre el cristiano y el hombre natural en hacer el bien? El hombre natural a menudo hace mucho bien en este mundo, pero espero no ser injusto con él cuando digo que en general le gusta llevar la cuenta de ello. Es bastante sutil a veces en la forma indirecta que tiene de referirse a ello, pero está siempre consciente de ello, y lleva la cuenta. Una mano siempre sabe lo que hace la otra. No sólo esto, lo que hace siempre tiene límite. Suele dar de lo que le sobra. El cristiano es el que da sin contar el costo, el que da con sacrificio y de una forma tal que una mano no sabe lo que hace la otra.

Pero veamos a esos dos hombres en la forma cómo reaccionan ante lo que les sucede en esta vida. ¿Qué hacen ante las tribulaciones que llegan, que sin duda llegarán, tales como enfermedades y guerras? El hombre bueno, natural, moral, a menudo se enfrenta a esas cosas con gran dignidad. Es siempre un caballero. Sí; con una fuerza de voluntad férrea, se enfrenta a ello con una especie de resignación estoica. No quiero desvirtuar para nada sus cualidades, pero es siempre negativo, simplemente se domina. No se queja, sino que se contiene. Pero… ¿Sabe lo qué es gozarse en la tribulación? El cristiano sí lo sabe. El cristiano se goza en las tribulaciones porque en ellas ve un significado oculto. Sabe que ‘a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien,’ y que Dios permite que a veces sucedan cosas para perfeccionarlo. Puede nadar en medio de la tempestad, regocijarse en medio de la tribulación. El otro hombre nunca llega a esto. Hay algo especial en el cristiano. El otro sólo mantiene la calma y tranquilidad. ¿Veis la diferencia?

Nuestro Señor lo expresa por fin en función de injurias e injusticias. ¿Cómo se comporta el hombre natural cuando las tiene que sufrir? Quizá con calma y voluntad férrea. Consigue no revolverse ni tomar represalias. Trata de pasarlo por alto, o con cinismo descarta a la persona que no lo entiende. Pero el cristiano toma voluntariamente la cruz, y sigue el mandato que Cristo le hace cuando le dice ‘niégate a ti mismo, y toma la cruz.’ ‘El que quiera seguirme,’ dice en efecto Cristo, ‘está seguro de ser perseguido y de sufrir injurias. Pero que tome la cruz.’ Y en este pasaje nos dice cómo hemos de hacer esto. Dice: ‘A cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele la otra; y al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, déjale también la capa; y a cualquiera que te obligue a llevar la carga por una milla, ve con él dos. Al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo rehúses.’ Y lo ha de hacer todo con alegría y voluntariamente. Así es el cristiano. Hay algo especial en él, siempre va más lejos que los demás.

Lo mismo se puede decir de nuestra actitud para con el prójimo, incluso si es nuestro enemigo. El hombre natural a veces puede ser pasivo. Decide no hacer daño, pero no con facilidad. Una vez más, nunca ha habido un hombre natural que haya sido capaz de amar a su enemigo, de hacer bien a los que lo odian, de bendecir al que lo maldice, de orar por el que lo ultraja o persigue. No quiero ser injusto en lo que digo. He conocido hombres que se llaman pacifistas y que no tomarían represalias ni matarían; pero a veces he conocido amargura en su corazón contra hombres que han estado en las Fuerzas Armadas y contra ciertos Primeros Ministros, lo cual era simplemente terrible. Amar al enemigo no quiere decir solamente que uno no pelea ni mata. Significa que uno ama positivamente a ese enemigo y ora por él y por su salvación. He conocido hombres que no lucharían, pero que no aman ni siquiera a sus hermanos. Sólo el cristiano puede elevarse tanto. La ética y la moralidad naturales lo pueden hacer a uno pacifista; pero el cristiano es alguien que ama positivamente a su enemigo, y se esfuerza por hacer el bien a los que lo odian, y ora por los que lo ultrajan y persiguen.

Finalmente veamos a esos dos hombres al morir. El hombre natural quizá muera con dignidad. Quizá muera en la cama, o en el campo de batalla, sin quejas. Mantiene la misma actitud general ante la muerte que tuvo en la vida, y sale del mundo con calma y resignación estoicas. Esta no es la forma en que el cristiano se enfrenta a la muerte. El cristiano es alguien que debería saber enfrentarse a la muerte como Pablo, y debería poder decir: ‘Para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia,’ y: ‘tiene deseo de partir y estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor.’ Entra en su hogar eterno, va a la presencia de Dios. Más aún, el cristiano no sólo muere con gloria y triunfo; hay un sentido de expectación. Hay algo especial en él.

Extracto del libro: «El sermón del monte» del Dr. Martyn Lloyd-Jones

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