En BOLETÍN SEMANAL
​La fe pide, la esperanza busca y el amor llama, y vale la pena repetir ese comentario. La fe pide porque cree que Dios dará; habiendo pedido, la esperanza espera, y en consecuencia busca la bendición; el amor llega más cerca aún, y no recibirá una negativa de Dios, antes bien desea entrar en su casa, cenar con Él, y por eso llama a su puerta hasta que se le abre. Pero, regresamos a nuestro punto original. No importa cuál es la gracia que se ejerce, una bendición corresponde a cada una. Si la fe pide, recibirá; si la esperanza busca, hallará; y si el amor llama, le será abierto.

​CERTIFICADO DE ÉXITO DE LA ORACIÓN

Texto: «Y yo os digo: Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá.” Lucas 11: 9-10

II. Ahora recordaremos que NUESTRO SEÑOR NOS OBSEQUIA UNA PROMESA.
Nótese que la promesa se da para diversas variedades de oración: «Yo os digo: Pedid y se os dará; buscad y halla¬réis, llamad y se os abrirá.» El texto claramente afirma que todas las formas de oración verdadera serán escuchadas, con la condición de que sean presentadas por medio de Jesucristo, y son para bendiciones prometidas. Algunas son oraciones que los hombres piden; no debemos jamás dejar de ofrecer la oración expresada por la lengua, porque la promesa es que el que pide será oído. Pero, hay otros que sin descui¬dar la oración activa, buscan por el uso humilde y diligente de los medios las bendiciones que necesitan. Sus corazones hablan a Dios por medio de sus anhelos, sus es¬fuerzos, sus emociones y sus trabajos. Que no cesen de buscar, porque ciertamente hallarán.  Hay otros que, en su ardor combinan las formas más apasionadas, actuando y hablando, porque llaman, y esto es una forma intensa de pedir y una forma vehemente de buscar. Así la oración crece desde el pedir —que es su vocalización, su declaración—, hacia el buscar, -que es suplicar-; y llamar -que es importunar. Para cada una de estas etapas de la oración hay una promesa clara. El que pide, tendrá aquello que más pidió. Pero en el que busca yendo más allá, encontrará, disfrutará, estrechará entre sus manos, sabrá que ha obtenido. Y el que llama, irá más lejos aún, porque entenderá, y se le abrirán las cosas preciosas. No solamente tendrá la bendición y la disfrutará, sino que la comprenderá, «entenderá con todos los santos cuáles sean las alturas y las profundidades.»

Sin embargo, quiero que notéis lo siguiente, que lo abarca todo: sea cual fuere la forma de oración,  tendrá éxito. Si solamente pedís recibiréis; si buscáis, hallaréis, si llamáis, os será abierto, pero en cada caso os será hecho conforme a vuestra fe. Las cláusulas de la promesa que tenemos ante nuestros ojos no se nos presentan colectivamente, como decimos en derecho: el que pide y busca y llama, recibirá, el que busca hallará y al que llama le será abierto. No es cuando combinamos las tres cosas que recibimos la bendi¬ción, aunque indudablemente si las combinamos recibiremos una respuesta combinada; pero si ejercemos solamente una de estas tres formas de oración, de todos modos tendremos lo que nuestra alma necesita.

Estos tres métodos de oración ejercitan una variedad de nuestra gracia. Los padres comentan en cuanto a este pasaje que la fe pide, la esperanza busca y el amor llama, y vale la pena repetir ese comentario. La fe pide porque cree que Dios dará; habiendo pedido, la esperanza espera, y en consecuen¬cia busca la bendición; el amor llega más cerca aún, y no recibirá una negativa de Dios, antes bien desea entrar en su casa, cenar con Él, y por eso llama a su puerta hasta que se le abre. Pero, regresamos a nuestro punto original. No importa cuál es la gracia que se ejerce, una bendición corresponde a cada una. Si la fe pide, recibirá; si la esperanza busca, hallará; y si el amor llama, le será abierto.

Estos tres modos de orar nos convienen en diferentes estados de angustia. Allí estoy, pobre mendigo, a la puerta de la misericordia; pido y recibiré. Pero me extravío, de modo que no puedo hallar a Aquel a quien una vez pedí tan exito¬samente; entonces puedo buscarlo con la certeza de que la hallaré. Y si estoy en la última de las etapas, no solamente pobre y confundido, sino también inmundo como para sentir¬me separado de Dios, como leproso que es echado fuera del campamento, entonces puedo llamar y la puerta se me abrirá.

Cada una de estas diferentes descripciones de las oraciones es enormemente sencilla. Si alguien dijese: «No puedo pedir,» nuestra respuesta sería: «no entiendes la pala¬bra.» Con toda seguridad toda persona puede pedir. Un niño pequeño puede pedir. Mucho antes que el bebé sepa hablar, ya puede pedir. No necesita palabras para pedir lo que nece¬sita, y no hay uno solo entre nosotros que estén incapacitados para pedir. No es necesario que las oraciones sean hermosas. Creo que Dios aborrece las oraciones hermosas. Cuando ora¬mos, mientras más sencilla nuestra oración mejor; el lenguaje más sencillo, el más humilde que expresa lo que queremos significar, es el mejor de todos.

La segunda palabra es buscad, y ciertamente no hay dificultades con buscar. Podría haber dificultades para encon¬trar, pero no las hay en el buscar. Cuando la mujer de la parábola perdió el dinero, ella encendió una luz y lo buscó. No creo que haya estado alguna vez en la universidad, o que fuera calificada como doctora en medicina, o que hubiera estado ante la Junta Escolar como mujer de rango superior, pero ella podía buscar. Todo el que desea hacerlo, puede buscar, sea hombre, mujer o niño; y para estimularles, no se da la promesa en alguna forma filosófica en particular en cuanto al buscar, sino establece simplemente «el que busca encuentra.» Luego tenemos el llamar: bueno, eso es algo que no reviste mayor dificultad. Nosotros lo hacíamos cuando éramos niños, lo que a veces era demasiado para la como¬didad de los vecinos. Y en casa, si el picaporte estaba dema¬siado elevado para nuestra estatura, siempre encontrábamos métodos y medios para llamar. Una piedra nos daba el mismo servicio, o el tacón de la bota. Cualquier cosa servía para golpear la puerta. De ningún modo estaba más allá de nuestra capacidad. Por tanto, Jesús lo pone de esta manera como para decirnos: «No necesitas tener escolaridad, prepa-ración, talento ni ingenio para orar. Pide, busca, llama, eso es todo, y hay una promesa para cada una de estas formas de orar.»

¿Creeréis la promesa? Es Cristo quien la da. Jamás ha salido de sus labios una mentira. Oh, no dudéis de El. Si has orado, sigue orando, y si nunca has orado, Dios te ayude para que comiences hoy.

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