Plata desechada (Jeremías 6 :30). Nada halló sino hojas (Marcos 11:1). No amemos de palabra ni de lengua, sino de obra y en verdad (1 Juan 3 :18). Tienes nombre de que vives, y estás muerto (Apocalipsis 3:1).
Si hacemos profesión de ser cristianos, asegurémonos bien de que nuestra profesión sea real. Esto lo digo enfáticamente y lo repito otra vez: cuidémonos bien de que nuestra religión sea real.
Cuando uso la palabra real, lo que quiero decir es que nuestra profesión cristiana ha de ser genuina, sincera, honesta y ha de afectar completamente nuestras vidas. Quiero decir que no ha de ser superficial, vacía, ritualista, falsa, nominal. Una profesión religiosa real va más allá de una mera apariencia o ficción de piedad; no consiste en algo pasajero y externo, sino que es algo íntimo, sólido, sustancial, intrínseco, que se vive y que perdura. Nosotros sabemos diferenciar una moneda falsa de una moneda verdadera, el oro sólido del oropel, la plata de los metales plateados, las piedras genuinas de las piedras de imitación. Pensemos en esto al estudiar este tema. ¿Cuál es la característica de nuestra profesión de fe? ¿Es una profesión real? Puede ser débil y flaca y adolecer de muchos defectos, pero no es a esto a lo que ahora nos referimos. La pregunta es ésta: ¿Es nuestra profesión real? ¿Es verdadera?
A causa de los tiempos en que vivimos, nuestro tema es de gran importancia. La religión de la mayoría de la gente de hoy en día se distingue por una carencia absoluta de realidad. Nos dicen los poetas que el mundo ha pasado por diferentes épocas: la edad del cobre, la edad del hierro, la edad de la plata, el siglo de oro, etcétera. Hasta qué punto esta clasificación responde a la realidad de los hechos, no pretendo discutirlo, pero mucho me temo que con respecto al carácter de la edad en que vivimos las opiniones no se dividen: es una edad de metal y de aleaciones del mismo. En lo que a cantidad se refiere, nuestra época tiene mucha religión; pero en lo que a calidad concierne, nuestros tiempos son de escasa calidad religiosa. En todo se nota la falta de realidad.
A primera vista parece ser que nadie pone en duda la veracidad de nuestra declaración y es que se parte de la base de que no hay persona que no esté plenamente convencida del importante papel que este elemento de realidad juega en todas las cosas. ¿Pero es esto cierto? ¿Aprecian todos los cristianos, en su profesión de fe, este elemento de realidad? Yo creo que no. La mayoría de la gente que admira todo lo real, comete la equivocación de creer que la religión de todas las personas también es real. Y así nos dicen que «en el fondo toda la gente tiene buen corazón»; que todas las personas por lo general son buenas y sinceras, pese a sus equivocaciones. Nos tildan de poco caritativos y de mostrar una actitud censurista y dura al dudar de la bondad de corazón de algunas personas. En resumen, estas personas, al alegar que toda la gente posee este elemento de realidad en sus corazones, no hacen otra cosa que negar el valor de todo lo que es verdaderamente real.
Y es precisamente porque son tantas las personas que se han formado este concepto en sus mentes, por lo que me propongo estudiar y desarrollar este tema. Deseo que la gente llegue a convencerse de que este elemento de realidad es algo muy raro y que abunda muy poco. Quiero también que la gente vea que uno de los peligros más grandes contra el cual debe prevenirse todo cristiano, es el de una profesión de fe que no responda a la realidad del Evangelio.
Para el estudio de este tema debemos apelar al testimonio de las Escrituras. En las páginas de la Biblia descubrimos la importancia de este elemento de realidad en nuestra profesión de fe, y el peligro que significa una profesión de fe falsa. Al estudiar las parábolas de nuestro Señor Jesucristo descubrimos de qué manera se contrasta la fe de los creyentes verdaderos, de la profesión nominal de los falsos discípulos. Las parábolas del sembrador, del trigo y la cizaña, de los dos hijos, de las diez vírgenes, de los talentos, de la gran cena, de los dos constructores, todas tienen un gran punto en común: todas nos presentan, con gran viveza la diferencia entre realidad e irrealidad en la religión. Todas muestran la inutilidad y peligro de una profesión religiosa que no es real, completa y verdadera.
También en las palabras del Señor Jesús dirigidas a los escribas y a los fariseos, nos damos cuenta de otra cosa: en un sólo capítulo del evangelio de Mateo y en un tono verdaderamente severo, el Señor Jesús usa ocho veces la palabra «hipócrita». «Serpientes, generación de víboras. ¿Cómo escaparéis de la condenación del infierno?» (Mateo 23:33). ¿Cómo es que nuestro bendito Salvador, tan lleno de gracia y de misericordia, se pronunció tan incisivamente contra unas personas que, después de todo, eran más morales y honestas que los publicanos y las rameras? La explicación no admite dudas: el Señor Jesús quería enseñar cuán abominable es a los ojos de Dios una profesión religiosa que no es real. Todo desenfreno moral y abandono a los deseos de la carne, a menos que no haya arrepentimiento, condenará el alma; pero aun con todo, ante los ojos de Cristo no hay nada tan detestable como la hipocresía y falsedad.
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Extracto del libro: «El secreto de la vida cristiana» de J.C. Ryle