Nuestra primera objeción al criticismo es que los usuarios del método crítico reclaman el derecho a realizar un análisis científico de la información bíblica. Pero se vuelven vulnerables, no cuando trabajan científicamente, sino cuando no trabajan de forma lo suficientemente científica. Los críticos literarios negativos parten de la base que tienen derecho a examinar la Biblia de manera idéntica a como lo harían con cualquier otra literatura secular. Pero, ¿es válido enfocar las Escrituras nada más que como una colección de escritos seculares? ¿Acaso es científico o inteligente desestimar el hecho de que los libros declaran ser el resultado de «la exhalación» de Dios? ¿Se puede posponer tomar una decisión sobre este asunto mientras se emprende el examen de los libros? Si los libros realmente provienen de Dios, ¿la naturaleza misma de ellos no limitará las opciones críticas?
Resulta tanto fútil como erróneo negarles a los críticos el derecho a examinar los textos bíblicos. Lo harán de cualquier modo, se les pida o no. Además, si las Escrituras son la verdad, deben permanecer firmes frente a los embates de cualquier método crítico; no debemos cometer el error de los fundamentalistas del Siglo XIX que reclamaban una exención para la Biblia. Por otro lado, debemos sostener que cualquier método crítico también tiene que tomar en consideración la naturaleza del material a su disposición. En el caso de la Biblia, la crítica debe aceptar su premisa de ser la Palabra de Dios o, de lo contrario, ofrecer razones satisfactorias para rechazarla. Si la Biblia es la Palabra de Dios, como dice serlo, entonces la crítica debe incluir un entendimiento de la revelación en su proceder metodológico.
El fracaso de la crítica para entender esto resulta evidente en su intento por divorciar el Jesús de la historia del Jesús de la fe. Si Jesús fuera sólo un ser humano y la Biblia no fuera más que un libro humano, esto sería posible. Pero si Cristo es divino y la Biblia es la Palabra del Padre sobre Él, entonces la crítica tiene la obligación de reconocer que la naturaleza de los Evangelios implica una interpretación divina y segura de la vida, muerte y resurrección de Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios. Con una firme apreciación de la Biblia como revelación, la crítica literaria estaría libre por un lado de cualquier acusación de irreverencia y abuso; y, por otro lado, de un optimismo gratuito e infundado que colocaría la solución a todos los problemas bíblicos al alcance de la mano.
Este mismo fracaso también resulta evidente en el tratamiento crítico de la Biblia como el resultado de un proceso humano evolutivo, según el cual una parte de las Escrituras puede fácilmente contradecir a otra. Si la Biblia realmente procede de Dios, éstas no serán contradicciones sino revelaciones complementarias y progresivas de una verdad.
Segundo, al no haber podido aceptar la Biblia por lo que verdaderamente es, los críticos negativos inevitablemente caen en el error cuando prosiguen basándose en las otras premisas. Es así como, finalmente, salen a relucir sus propias debilidades inherentes. Un ejemplo claro de esto es la vieja búsqueda por el Jesús histórico que, como ya lo señalamos, simplemente hizo que el intérprete moldeara al Jesús histórico a su imagen. Otro ejemplo lo constituye Bultmann quien, aunque una vez supo gozar de un renombre casi legendario, hoy ha sido abandonado por sus seguidores.
Ellos preguntan: Si, -como dice Bultmann-, lo único que necesitamos saber de la historicidad de la fe cristiana es sólo que Jesucristo fue «algo», su mera existencia, entonces, ¿por qué necesitamos saber siquiera eso? ¿Por qué fue necesaria la Encarnación? Y si no fue realmente necesaria, o si es imposible demostrar por qué fue necesaria, ¿qué impide que la fe cristiana se degenere y confunda con el reino de las ideas abstractas? Y, en dicho caso, ¿qué será lo que diferenciará su concepto de Encarnación del docetismo o de un mito de redención gnóstico? Ernst Kaesemann de Marburg, contra quien arremetía Bultmann, planteó estas tres preguntas en una ya famosa ponencia a los ex estudiantes de Marburg en 1953. El razonaba así: «No podemos desterrar la identidad entre el Señor exaltado y el Señor terrenal sin caer en el docetismo y privándonos de la posibilidad de trazar una línea entre la fe pascual de la comunidad y el mito». Unos años más tarde Joachim Jeremías expresó una advertencia similar. «Corremos el riesgo de renunciar a la afirmación ‘la Palabra se hizo carne’ y abandonar la historia de la salvación, la actividad de Dios en el Hombre Jesús de Nazaret y en Su Mensaje; corremos el peligro de acercamos al docetismo, en el que Cristo se convierte en una idea».
Aun los partidarios de Bultmann deben hallar algo incongruente en que su Theology of the New Testament asigne únicamente treinta páginas a las enseñanzas de Jesús, mientras le dedica más de cien páginas a un relato imaginario de la teología de las así llamadas comunidades helénicas, de las que nada sabemos.
Bultmann ha minimizado tanto la dependencia que la iglesia primitiva sentía hacia Jesús como maestro, como el interés por los hechos de la vida de Jesús. Si bien es cierto, como razona Bultmann, que los documentos bíblicos se centran principalmente en la identidad de Jesús como el Mesías y en la revelación que Él trae del Padre, no es menos importante notar que este entendimiento toma cuerpo en los evangelios, y no en tratados teológicos o mitologías cósmicas (tal el caso del gnosticismo). Su estructura es histórica. Es más, cada versículo de los evangelios parece declarar a voz en cuello que el origen de la fe cristiana yace, no en una iluminación repentina de los primitivos cristianos o en una experiencia religiosa evolutiva sino, en los hechos relativos a Jesucristo: su vida, su muerte, y, en especial, su resurrección. Incluso el kerigma declara los acontecimientos históricos, ya que fue Jesús de Nazaret quien murió por nuestros pecados, fue sepultado y resucitó al tercer día, de acuerdo con las Escrituras (1 Co. 15:3-4).
Una tercera objeción a este tipo de criticismo, y la más importante, es que estos críticos tienen un dios muy pequeño. No niegan la existencia de Dios, pero minimizan su habilidad y su presencia. Puede hablar a los individuos, pero no puede garantizar el contenido de esa revelación o preservarla de una forma escrita y fidedigna. Puede intervenir en la historia, pero no puede actuar milagrosamente. ¿Pueden ocurrir los milagros? Si pueden ocurrir, entonces gran parte de lo que los críticos tildan de mitológico puede haber sido histórico. Si pueden ocurrir, el Dios de los milagros es capaz de brindarnos una revelación con autoridad e infalible.
A pesar de toda su pretendida objetividad, la crítica moderna no puede eludir las preguntas más importantes: ¿Existe Dios? ¿El Dios de la Biblia es el Dios verdadero? ¿Se reveló Dios en la Biblia, y en Jesús de Nazaret como el punto focal de la revelación escrita? Si, como ha sido sugerido, es necesario que la crítica estudie la naturaleza del material, y que particularmente analice las afirmaciones de la Biblia cuando dice ser la Palabra de Dios, así como las palabras escritas por distintas personas, entonces también debe responder a la pregunta que involucra rechazar o responder a la fe.
Cuando la crítica se enfrenta al hecho que el retrato de Jesús que aparece en los evangelios convierte al hombre humilde de Nazaret en el Hijo de Dios, debe entonces preguntarse si esta interpretación es la correcta, y si lo es, debe aceptar sus enseñanzas. Cuando se enfrente con las afirmaciones que la Biblia hace con respecto a su propia naturaleza, debe preguntarse y responder si la Biblia constituye la revelación expresa de Dios. Si la respuesta a estas preguntas es «Sí», entonces surgirá un nuevo tipo de crítica. Esta nueva crítica analizará las afirmaciones bíblicas partiendo de la base que son ciertas y no equivocadas, buscará afirmaciones complementarias en lugar de contradicciones, y percibirá la voz de Dios (como también la voz de las personas) de principio a fin. Dicha crítica será juzgada por las Escrituras y no las Escrituras por la crítica.
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Extracto del libro «Fundamentos de la fe cristiana» de James Montgomery Boice