​¿Qué habríamos visto si hubiéramos estado en el preciso momento en el que Jesús resucitó de los muertos? ¿Lo habríamos visto moverse, abrir los ojos, sentarse y comenzar a tratar de quitarse los lienzos?


De acuerdo con el evangelio de Juan, la tumba no estaba del todo vacía. El cuerpo de Jesús había desaparecido pero los lienzos y el sudario habían quedado atrás. El relato sugiere que había algo en ellos tan llamativo que hizo que Juan los viera y creyera en la resurrección de Jesús.

Toda sociedad tiene sus propios modos de realizar los funerales, y eso era tan cierto en las culturas antiguas como lo es hoy en día. En Egipto, los cuerpos eran embalsamados. En Italia y Grecia, solían ser quemados. En Palestina, eran envueltos en bandas de lienzos con especies secas entre sí y eran colocados hacia arriba, sin un cajón, en sepulcros por lo general labrados en la roca de las montañas de Judea y Galilea. Muchos de esos sepulcros todavía existen en la actualidad y pueden ser vistos por cualquiera que visite Palestina.

Hay otro aspecto de la forma de entierro judía en el pasado que resulta de particular interés para comprender el relato que Juan hace de la resurrección de Jesús. En el libro The Risen Master («El Señor resucitado»), 1901, Henry Latham llama la atención sobre una característica propia de los entierros orientales, que apreció durante su estancia en Constantinopla en el siglo pasado. Dijo que los funerales a los que asistió variaban en muchos aspectos, dependiendo de si la persona era pobre o rica. Pero todos tenían una característica en común. Latham observó que los cuerpos eran envueltos en lienzos de manera que la cara, el cuello y los hombros quedaran al descubierto. La parte superior de la cabeza era cubierta por un lienzo que se enrollaba alrededor de la misma, a modo de un turbante. Latham concluyó que, como los estilos de entierros cambian tan lentamente, y en especial en el oriente, esta forma de entierro bien pudo también haber sido la utilizada en los tiempos de Jesús.

Lucas nos dice que cuando Jesús, durante su ministerio, se aproximaba a la población de Naín se encontró con una procesión funeraria que estaba dejando atrás la ciudad. El hijo único de una viuda había muerto. Lucas nos narra que cuando Jesús lo resucitó de los muertos dos cosas sucedieron. Primero, el joven se incorporó, o sea, estaba acostado sobre algo que no era un cajón. Y segundo, comenzó a hablar inmediatamente. Por lo tanto, los lienzos de la sepultura no cubrían su cara. También se utilizaron distintos lienzos para la cabeza y el cuerpo en la sepultura de Lázaro (Jn. 11:44).

José de Arimatea y Nicodemo deben haber enterrado a Jesús de manera similar. El cuerpo de Jesús fue retirado de la cruz antes del comienzo del día de reposo judío, fue lavado, y luego fue envuelto en lienzos. Cien libras de especies secas fueron cuidadosamente colocadas entre los pliegues de los lienzos. Una de estas especies, el áloe, era una madera, finamente molida como serrín, que tenía una fragancia muy aromática; otra, la mirra, era una goma fragante que se mezclaba con el polvo. El cuerpo de Jesús fue así envuelto. Su cabeza, su cuello y sus hombros quedaron sin cubrir. Un lienzo se envolvía alrededor de su cabeza como si fuera un turbante. El cuerpo fue luego colocado en la tumba, en donde permaneció hasta alguna hora de la noche del sábado o la mañana del domingo.

¿Qué habríamos visto si hubiéramos estado en el preciso momento en que Jesús resucitó de los muertos? ¿Lo habríamos visto moverse, abrir los ojos, sentarse y comenzar a tratar de quitarse los lienzos? Debemos recordar que habría sido bastante difícil sacarse los lienzos. ¿Es esto lo que habríamos visto? De ningún modo. Eso habría sido una «resucitación», no una resurrección. Habría sido lo mismo que si se hubiera recuperado de un desvanecimiento. Jesús habría resucitado con un cuerpo natural y no con un cuerpo espiritual, y eso no fue lo que sucedió.

Si hubiéramos estado presentes en la tumba en el momento de la resurrección, habríamos notado que de pronto el cuerpo de Jesús habría desaparecido. John Stott dice que el cuerpo fue «vaporizado», siendo transmutado en algo nuevo, diferente y maravilloso». Latham nos dice que el cuerpo había sido «exhalado», pasando «a una fase de existencia como la de Moisés y Elias en el monte». Sólo habríamos visto que ya no estaba.

¿Qué habría pasado entonces? Los lienzos, sin el sostén del cuerpo, habrían quedado sueltos y habrían caído por el peso de las especies, habrían quedado en el lugar donde había estado el cuerpo de Jesús. Los lienzos, que rodeaban su cabeza, sin el peso de las especies, podrían quizá haber mantenido su forma cóncava y haber permanecido algo separados de los demás lienzos por el espacio donde habían estado el cuello y los hombros.

Esto es exactamente lo que vieron Juan y Pedro cuando entraron en el sepulcro y el relato ocular así lo revela perfectamente. Juan fue el primero en llegar a la tumba y cuando llegó al sepulcro abierto, en la penumbra del amanecer, vio los lienzos. Algo en los lienzos le llamó la atención. Primero, era significativo que estuvieran puestos allí. Juan coloca la palabra griega para «puestos» en un lugar enfático de la oración griega. Podríamos traducirlo como: «Vio, puestos allí mismo, los lienzos» (Jn. 20:5). Además, habían permanecido intactos. La palabra que Juan utiliza (keimena) es usada en los papiros griegos con referencia a las cosas que han sido cuidadosamente puestas en orden. (Un documento habla de unos papeles legales diciendo: «Todavía no he obtenido los documentos, pero han sido puestos en orden colacionado». Otro habla sobre unas ropas que están «puestas (ordenadas) hasta que me escribas»). Juan, sin duda, observó que la tumba estaba intacta.

En ese instante llegó Pedro y entró en el sepulcro. Pedro también vio lo que había visto Juan, pero además otra cosa le llamó la atención. Los lienzos que habían rodeado la cabeza no estaban junto con los demás lienzos. Estaban en un lugar aparte (Jn. 20:7). Y además había retenido su forma de rollo. Juan dice que vieron «el sudario, que había estado sobre [su] cabeza… enrollado en un lugar aparte». Podríamos decir que estaban «enrollados sobre sí mismos». Y había un espacio entre estos lienzos y los que habían cubierto el cuerpo. El relato dice: «Luego llegó Simón Pedro tras él, y entró en el sepulcro, y vio los lienzos puestos allí, y el sudario, que había estado sobre la cabeza de Jesús, no puesto con los lienzos, sino enrollado en un lugar aparte» (Jn. 20:6-7). Por último, Juan también entró en el sepulcro y vio lo- que Pedro también había visto. Y cuando lo vio, creyó.

¿Qué fue lo que Juan creyó? Podría habérselo explicado a Pedro de esta manera. «¿No ves, Pedro, que nadie ha retirado el cuerpo ni tocado los lienzos? Están puestos exactamente como Nicodemo y José de Arimatea los dejaron en la tarde antes del día de reposo. Sin embargo, el cuerpo no está. No ha sido robado. No ha sido retirado. Resulta claro que atravesó los lienzos, dejándolos así como los vemos ahora. Jesús tiene que haber resucitado». Stott dice: «Una mirada a los lienzos probó la realidad, y señaló la naturaleza, de la resurrección”.

Extracto del libro «Fundamentos de la fe cristiana» de James Montgomery Boice

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