La décima razón para creer que la Biblia es la Palabra de Dios es su poder comprobado de transformar hasta los peores hombres y mujeres, convirtiéndolos en bendición para sus familias, sus amigos y su comunidad. La Biblia habla de este poder: «La ley de Jehová es perfecta, que convierte el alma; el testimonio de Jehová es fiel, que hace sabio al sencillo. Los mandamientos de Jehová son rectos, que alegran el corazón; el precepto de Jehová es puro, que alumbra los ojos. El temor de Jehová es limpio, que permanece para siempre; los juicio de Jehová son verdad, todos justos» (Sal. 19:7-9). Esta transformación tiene lugar por el poder del Espíritu Santo que obra a través de la Palabra.
¿La Biblia transforma en realidad a los hombres y las mujeres, convirtiéndolos en personas santas? Sí, lo hace. Hay prostitutas que han sido reformadas; borrachos que se han vuelto sobrios; arrogantes que se han vuelto humildes; personas deshonestas que se han vuelto íntegras; mujeres y hombres débiles que se han vuelto fuertes; y todo por la transformación que Dios ha obrado en ellos mientras escuchaban y estudiaban las Escrituras.
Tenemos una ilustración muy notoria sacada de la vida del doctor Harry A. Ironside. Cuando comenzó su ministerio este gran evangelista y expositor bíblico vivía en la Bahía de San Francisco y trabajaba con un grupo de creyentes llamados «Hermanos». Un domingo, caminando por la ciudad, se encontró con unos trabajadores del Ejército de Salvación que estaban teniendo una reunión en la esquina de las avenidas Market y Grant. Serían unos sesenta. Cuando reconocieron a Ironside, inmediatamente le pidieron que diera su testimonio. Y así lo hizo, hablando sobre cómo Dios lo había salvado mediante la fe en la muerte corporal y la resurrección literal de Jesús.
Mientras hablaba, Ironside se había percatado de un hombre, bien vestido, al borde de la multitud, que había tomado una tarjeta de su bolsillo y había escrito algo en ella. Cuando Ironside terminó de hablar, el hombre se adelantó, lo saludó levantando el sombrero, y amablemente le entregó la tarjeta. En un lado estaba su nombre, que Ironside inmediatamente reconoció. Se trataba de uno de los primeros socialistas que se había hecho famoso disertando no sólo a favor del socialismo sino también en contra del cristianismo. Al mirar la tarjeta del otro lado, Ironside leyó: «Señor: Lo desafío a debatir conmigo la cuestión «El gnosticismo versus el cristianismo en la Sala de la Academia de Ciencias, el próximo domingo a las cuatro de la tarde. Pagaré todos los gastos».
«Estoy muy interesado en este desafío…», contestó Ironside, después de releer la tarjeta en voz alta. Y siguió diciendo: “Por lo tanto, estoy de acuerdo en tener este debate si se dan las siguientes condiciones: el señor _____, para comprobar que está luchando por algo verdadero y por algo que vale la pena debatir, se compromete a llevar a la Academia el próximo domingo a dos personas, cuyos requisitos ya le daré, como prueba de que el gnosticismo es de real valor para cambiar las vidas humanas y para forjar un verdadero carácter”.
«Primero, debe prometerme llevar un hombre que haya sido durante años lo que comúnmente llamamos un «pordiosero». No me interesa demasiado la naturaleza exacta de los pecados que arruinaron su vida y lo convirtieron en un marginado de la sociedad -ya sea un borracho, o un criminal, o una víctima de su apetito sexual-, pero un hombre que durante años haya estado bajo el poder de esas costumbres sin poder librarse de ellas; y que en alguna ocasión haya ido a alguna de esas reuniones, y haya escuchado las loas al gnosticismo y las denuncias contra la Biblia y el cristianismo, y que mientras escuchaba la disertación su mente y su corazón hayan sido movidos de tal manera que haya salido de la reunión exclamando: «¡He aquí, yo también soy un agnóstico!», y como resultado de haberse permeado con esa filosofía en particular, haya encontrado un nuevo poder en su vida. Que los pecados que antes amaba, ahora los odia, y que la rectitud y la honradez son ahora los ideales de su vida. Es ahora una nueva persona, un crédito para sí y un activo para la sociedad -todo porque es un agnóstico «Segundo, me gustaría que el señor _____, me prometiera llevar a una mujer – y creo que tendrá más dificultad en encontrar a la mujer que al hombre – que haya sido una pobre y desamparada marginada, una esclava de viles pasiones, una víctima de la vida corrupta de los hombres… quizá una que haya vivido durante años en un antro de maldad… completamente perdida, arruinada y desdichada por su vida de pecado. Pero que esta mujer también haya entrado al auditorio donde usted estaba proclamando su gnosticismo y ridiculizando el mensaje de las Santas Escrituras. Y que mientras escuchaba, la esperanza haya brotado en su corazón, y haya dicho: «¡Esto es justamente lo que necesitaba para librarme de la esclavitud del pecado!» De manera que esa mujer siguió las enseñanzas y se convirtió en una inteligente agnóstica o librepensadora. Como resultado, todo su ser se sublevó contra la degradación de la vida que había llevado hasta ese momento. Huyó del antro de iniquidad donde había estado cautiva tanto tiempo; y hoy, rehabilitada, se ha ganado una posición respetable en la sociedad y lleva una vida feliz, limpia y virtuosa -todo porque es una agnóstica.
«Ahora bien», dijo, dirigiéndose al caballero que le había presentado la tarjeta y el desafío, «si me promete llevar estas dos personas como ejemplos de lo que puede hacer el gnosticismo, yo le prometo encontrarme con usted en la Sala de Ciencias el próximo domingo a las cuatro de la tarde, y yo traeré conmigo unos cien hombres y mujeres que durante años han vivido en tal degradación pecaminosa como he descrito, pero que han sido gloriosamente salvados al creer en el evangelio que usted ridiculiza. Estos hombres y mujeres estarán conmigo en la plataforma, como testigos del poder salvador milagroso de Jesucristo y como prueba real de la verdad de la Biblia».
«Capitán», dijo entonces el doctor Ironside, dirigiéndose a la capitana del Ejército de Salvación, «¿con cuántos podría contar para acompañarme a esa reunión?». «Habría cuarenta sólo de este cuerpo», contestó con entusiasmo la Capitana…
«Perfecto», contestó el doctor Ironside. «Ahora bien, señor _____, no tendré ningún inconveniente en conseguir otros sesenta de las distintas misiones, salas evangélicas e iglesias de esta ciudad; y si usted me promete llevar dos casos como le he descrito, yo entraré marchando al frente de dicha procesión, con la banda tocando «Firmes y adelante huestes de la fe», y estaré presto para el debate».
Parece ser que el hombre que había realizado el desafío tenía algo de sentido del humor, porque se sonrió y agitando su mano, como queriendo decir: «¡Así no hay trato!» se retiró, mientras los demás aplaudían a Ironside.
El poder del Cristo vivo operando por medio del Espíritu Santo a través de la Palabra escrita transforma las vidas. Esto ha sido cierto en el transcurso de toda la historia. Es una prueba poderosa de que la Biblia indudablemente es la Palabra de Dios.
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Extracto del libro «Fundamentos de la fe cristiana» de James Montgomery Boice