En BOLETÍN SEMANAL
Vivir el presente: No seamos necios, no malgastemos la energía, no pasemos el tiempo preocupándonos por lo que ha pasado, o por el futuro; aquí tenemos el día de hoy, vivámoslo al máximo hoy.

​Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal. (Mateo 6:34)

La gran pregunta es, ¿cómo hacer frente a las tribulaciones y pruebas? Según nuestro Señor, lo vital es no dedicar los días de nuestra existencia sobre la tierra a aumentar la suma total de todo lo que nos vaya a suceder durante toda la vida que pasemos en este mundo. Si uno hace esto, quedará aplastado. Esta no es la forma. 

 Hay, por así decirlo, una cantidad diaria de problemas y dificultades en la vida. Cada día tiene sus problemas; algunos de ellos son constantes día tras día; otros varían. Pero lo importante es caer en la cuenta de que cada día ha de vivirse por sí mismo y en sí mismo como una unidad. He aquí la cantidad asignada para hoy. Muy bien; debemos hacerle frente; ya nos ha dicho cómo debemos hacerlo. No debemos ir más allá y ocuparnos hoy de la cantidad asignada para mañana, porque así podría resultar demasiado. Debemos tomar las cosas día a día.

Recordaréis que nuestro Señor se enfrentó a sus discípulos cuando trataron de disuadirle para que no fuera a la poco amistosa Judea, a la casa en que Lázaro yacía muerto. Le indicaron las posibles consecuencias, y cómo podía conducirle a la muerte. La respuesta que les dio fue “¿No tiene el día doce horas?” Hay que vivir las doce horas y no más. He aquí la cantidad asignada para hoy; muy bien, hagámosle frente y ocupémonos de ello. No pensemos en el mañana. Mañana tendrá su propia cantidad asignada, pero entonces ya será mañana y no hoy.

Es muy fácil tratar esto solamente a este nivel y es muy tentador limitarse a ello. Esto es lo que se podría llamar, si se prefiere, psicología. No la así llamada nueva psicología sino la vieja psicología de la vida que el género humano ha venido practicando desde el principio. Es psicología muy profunda; es la esencia del sentido común y de la sabiduría, puramente en el nivel humano. Si uno quiere pasar por la vida sin paralizarse y agobiarse y quizá sin perder la salud y el control de los nervios, éstas son las reglas cardinales. No cargar con el ayer ni con el mañana; vivir para el día de hoy y para las doce horas en las que uno se encuentra. Es muy interesante advertir, al leer biografías, cuántos hombres han fracasado en la vida por no haber hecho esto. La mayor parte de los hombres que han triunfado en la vida se han caracterizado por esta capacidad magnífica de olvidarse del pasado. Han cometido errores. “Bien —dicen—, los he cometido y ya no tienen remedio. Si pensara en ellos por el resto de mi vida no cambiaría las cosas. No voy a ser un necio, voy a dejar que el pasado entierre sus propios muertos”. El resultado es que cuando toman una decisión no pasan la noche preocupándose acerca de ella después de haberla tomado. Por otra parte, el hombre que no puede evitar volver una y otra vez al pasado se mantiene despierto diciendo, “¿Por qué hice esto?” Y así mina su energía , y se despierta después de un sueño quebrantado, cansado e incapaz para nada. Como consecuencia de ello comete más errores, con lo cual completa el círculo vicioso de la preocupación, diciendo, “si cometo estos errores ahora, ¿qué pasará la semana próxima?” El pobre hombre ya está derrotado.

La respuesta de nuestro Señor a todo esto es la siguiente. No seamos necios, no malgastemos la energía, no pasemos el tiempo preocupándonos por lo que ha pasado, o por el futuro; he aquí el día de hoy, vivámoslo al máximo hoy. Pero claro que no debemos detenernos en ese nivel. Nuestro Señor no lo hace así. Debemos tomar esta afirmación en el contexto de su enseñanza. Por ello, una vez que se ha reflexionado acerca de ello en el ámbito natural, y una vez que se ha visto la sabiduría básica de eso, pasamos a ver que debemos aprender no sólo a confiar en Dios en general, sino también en particular. Debemos aprender a darnos cuenta de que el Dios que nos ayuda hoy será el mismo Dios mañana, y nos ayudará mañana. Esta es quizá la lección que muchos de nosotros necesitamos aprender, que no sólo debemos aprender a dividir nuestra vida en este mundo en estos períodos de doce a veinticuatro horas; debemos dividir toda nuestra relación con Dios exactamente de la misma manera. El peligro es que si bien creemos en Dios en general, y para toda nuestra vida, no creemos en Él para segmentos particulares de nuestra vida. En consecuencia muchos de nosotros andamos errados. Debemos aprender a llevar las cosas a Dios a medida que se presentan. Algunos fracasan gravemente en esto porque siempre están tratando de adelantarse a Dios; siempre se sientan, por así decirlo, para preguntarse: “¿qué me va a pedir Dios que haga mañana o la semana próxima o dentro de un año? ¿Qué me va a pedir Dios entonces?” Esto es algo completamente equivocado. Nunca hay que tratar de adelantarse a Dios. Así como uno no debe adelantarse al propio futuro, no hay que adelantarse al futuro de Dios. Vivamos de día en día; vivamos una vida llena de obediencia a Dios todos los días; hagamos lo que Dios nos pide que hagamos todos los días. Nunca nos permitamos dar rienda suelta a pensamientos como estos, “Me pregunto si mañana Dios querrá de mí que haga esto o aquello”. Nunca debe hacerse esto, dice nuestro Señor. Hay que aprender a confiar en Dios de día en día para cada ocasión específica, y nunca tratar de ir más rápido que Él.

Hay un aspecto en el que nos entregamos a Dios de una vez por todas; hay otro aspecto en el que tenemos que hacerlo cada día. Hay un aspecto en el que Dios nos lo ha dado todo en la gracia, de una vez por todas. Sí; pero también nos da gracia por partes y porciones de día en día. Debemos comenzar el día y decirnos, “He aquí un día que me va a traer ciertos problemas y dificultades; muy bien, necesitaré que la gracia de Dios me ayude. Yo sé que Dios hará que esa gracia abunde, estará conmigo según mi necesidad — “Y como tus días serán tus fuerzas”. Ésta es la enseñanza bíblica esencial respecto a este asunto; debemos aprender a dejar el futuro enteramente en las manos de Dios.

Tomemos, por ejemplo, esa grande afirmación a este respecto en Hebreos 13:8. Los cristianos hebreos estaban pasando por problemas y pruebas, y el autor de esa Carta les dice que no se preocupen, y por esta razón: “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy por los siglos”. En efecto, dice, no hay por qué preocuparse, porque lo que Él era ayer lo es hoy, y lo será mañana. No hay que adelantarse a la vida, el Cristo que te guiará en el día de hoy será el mismo Cristo mañana. Es inmutable, eterno, siempre el mismo; por ello no hay por qué pensar acerca del mañana; pensemos más bien acerca del Cristo inmutable. O consideremos también la forma en que Pablo lo dice en 1 Corintios 10:13: “No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar”. Esto es así respecto a la totalidad del futuro. No habrá prueba que caiga sobre nosotros sin que Dios nos suministre siempre la salida. La prueba nunca estará por encima de nuestra fortaleza; siempre habrá un remedio.

Podemos resumir todo esto diciendo que, al aprender con sabiduría a tomar los días de nuestra vida uno por uno a medida que vienen, y a olvidar el ayer y el mañana, también debemos aprender que es de vital importancia andar con Dios día tras día, de confiar en Él de día en día, y de recurrir a Él para las necesidades de cada día. La tentación a que todos estamos expuestos es la de tratar de almacenar gracia para el futuro. Esto significa falta de fe en Dios. Dejémosle a Él; dejémosle enteramente a Él, confiados y seguros de que Él siempre andará con nosotros. Como dice la Escritura, Él nos “saldrá al encuentro”. Estará ahí antes que nosotros para hacerle frente al problema. Vayamos a Él y encontraremos que está ahí, que lo sabe todo acerca de ello, y lo sabe todo acerca de nosotros.

Esta, pues, es la esencia de la enseñanza. Pero si queremos exponerla honesta y plenamente, nos vemos obligados a estas alturas a considerar un problema. Las personas corrientes al leer este versículo han tendido siempre a hacerse dos preguntas “Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal; ¿Está mal, por consiguiente, preguntan, que el cristiano ahorre, ahorre dinero, para tener reserva para tiempos difíciles? ¿Está bien o está mal que el cristiano saque una póliza de seguros? La respuesta es exactamente la misma que vimos al tratar la primera parte de esta sección. Ahí vimos que la respuesta es que ‘no os afanéis’ no quiere decir literalmente que uno no deba pensar en nada, sino que no hay que preocuparse. Esta expresión debería siempre traducirse como ‘No caigáis en la ansiedad por…’, ‘no os inquietéis por…’, ‘no os preocupéis por…’ el mañana. Vimos que nuestro Señor no nos dice que, debido a que las aves de cielo se alimentan sin arar, ni sembrar, ni cosechar, ni guardar en graneros, tampoco el hombre debería nunca arar, ni sembrar y nunca debería cosechar ni guardar en graneros. Esto es ridiculizar las cosas, porque Dios mismo es quien ordenó el tiempo de siembra y el tiempo de cosecha. Y el labrador, cuando ara, de hecho se ocupa adecuadamente del mañana porque sabe que la cosecha no va a crecer automáticamente. Tiene que arar la tierra y cuidarla, y cuando llega el tiempo, recoge la cosecha y la guarda en graneros. En un sentido todo esto es preparación para el futuro, y desde luego la Biblia no lo condena. Antes bien, la Biblia incluso lo recomienda. Así es como el hombre tiene que vivir su vida en este mundo según las ordenanzas de Dios mismo. Este versículo no debe tomarse en ese sentido tonto y ridículo. No tenemos que limitarnos a sentarnos y a esperar que la comida y la ropa nos lleguen; esto es ridiculizar la enseñanza.

Esto nos autoriza, creo, a dar el paso siguiente y decir que la enseñanza de nuestro Señor siempre es que tenemos que hacer lo justo, lo razonable, lo legítimo. Pero — y ahí es donde entra la enseñanza de este versículo— nunca debemos pensar demasiado acerca de estas cosas, o preocuparnos tanto por ellas que dejemos que dominen nuestra vida, o limiten nuestra utilidad en el día de hoy. Éste es el punto en el que cruzamos el límite entre el pensamiento y cuidado razonables y el cuidado y preocupación fruto de la ansiedad. Nuestro Señor no condena al hombre que ara la tierra y siembra la semilla, sino al hombre que, una vez hecho esto, se sienta y comienza a preocuparse acerca de ello y tiene la mente siempre centrada en ello, al hombre que está obsesionado con el problema de la vida y el vivir, y con el temor del futuro. Esto es lo que condena, porque ese hombre no sólo limita su utilidad  presente, no sólo paraliza el presente con temores del futuro, sino, sobre todo, permite que estos asuntos dominen su vida. Todo hombre en esta vida, como resultado del pecado y la caída, tiene sus problemas. Los problemas son inevitables; la existencia en sí misma es un problema. Por consiguiente, tengo que hacer frente a los problemas pero no he de permitir que me dominen y me agobien. En el momento en que un problema me domina, me encuentro en este estado de preocupación y ansiedad que es malo.  Puedo pensar y tener un cuidado razonable, tomar las medidas razonables, y después no debería pensar más acerca de eso. Incluso los asuntos necesarios no deben convertirse en mi vida. No debo dedicar todo el tiempo a los mismos, y no deben ocupar siempre mi pensamiento.

Extracto del libro: «El sermón del monte» del Dr. Martyn Lloyd-Jones

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