Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal. (Mateo 6:34)
Nunca debo permitir que el pensar acerca del futuro inhiba en ningún modo mi utilidad en el presente. Voy a explicarme. Hay muchas causas buenas en este mundo, que necesitan nuestra ayuda y colaboración, y hay que mantenerlas en marcha de día en día. Y hay ciertas personas que están tan preocupadas acerca de cómo van a poder vivir en el futuro que no tienen tiempo de ayudar en causas que lo necesitan en este momento. Esto es lo malo. Si yo permito que mi preocupación por el futuro me paralice en el presente, soy culpable de la preocupación; pero si tomo medidas razonables, de una manera legítima, y luego vivo mi vida plenamente en el presente, todo está bien. Además no hay nada en la Biblia que indique que está mal ahorrar o tener un seguro. Pero si siempre estoy pensando en este seguro, o en el balance bancario, o en si he ahorrado bastante y así sucesivamente, entonces esto es algo que le preocupa a nuestro Señor y que condena. Esto se podría ilustrar de muchas formas distintas.
El peligro que encierra este texto es que las personas tomen una de dos posiciones extremas. Hay quienes dicen que el cristiano debería vivir su vida plenamente y no debería tomar medidas para el futuro. Del mismo modo, hay quienes dicen que está mal recoger colectas en los servicios religiosos, que estas cosas sólo deben nacer de la fe. Pero no es tan fácil como sugieren porque el apóstol Pablo enseña a los miembros de la iglesia en Corinto no sólo a que recojan colectas sino que les dice que las separen el primer día de la semana. Les da instrucciones detalladas; y en el Nuevo Testamento se encuentran muchas enseñanzas sobre las colectas por los santos.
No debe haber malos entendidos a este respecto; la enseñanza de la Biblia es perfectamente clara y explícita. Hay dos formas de sostener la obra de Dios, y lo que se aplica a la obra de Dios se aplica a toda nuestra vida como cristianos en este mundo. Hay algunos hombres que sin duda han sido llamados a un ministerio especial de fe. Lean por ejemplo 1 Corintios 12, y entre los dones que el Espíritu Santo según su propia voluntad dispensa al hombre, encontrarán que hay el llamado don de fe. No es el don de milagros; es el don de fe, es un don especial. ¿Qué es esta fe? No es fe salvadora, porque todos los cristianos la tienen. ¿Qué es? Es evidentemente la clase de fe que recibieron por ejemplo, un George Muller y un Hudson Taylor. Estos hombres recibieron un don especial de Dios a fin de que pudiera manifestar su gloria por medio de ellos en esa forma particular. Pero estoy igualmente seguro de que Dios llamó al Dr. Barnardo para realizar la misma clase de labor y le dijo que recogiera colectas e hiciera llamamientos. El mismo Dios opera en los hombres santificados de distintas formas; pero es obvio que ambos métodos son igualmente legítimos. O tomemos otra ilustración. Sería muy difícil encontrar dos hombres más santos y dedicados que George Muller y George Whitefield. Muller recibió definitivamente el llamamiento de fundar un orfanato que iba a sostener por fe y oración, en tanto que Whitefield fue llamado a comenzar un orfanato en América y mantenerlo en funcionamiento con llamamientos al pueblo de Dios para que contribuyeran.
Esta es claramente la verdad respecto a la forma de vivir de la iglesia, según lo enseña la Biblia; y deberíamos aplicar exactamente los mismos principios a nuestra vida personal. Hay ciertas personas que pueden haber sido llamadas por Dios para vivir esta clase particular de vida que manifiesta ese don de fe. Hay personas para quienes ahorrar dinero o hacerse una póliza de seguros sería malo. Pero decir que todo el que se hace una póliza de seguros o que ahorra no es por ello cristiano, es erróneo. “Cada uno esté plenamente convencido en su propia mente”; que cada uno se examine a este respecto; que nadie condene a otro. Todo lo que debemos decir es esto: la Biblia ciertamente permite el cuidado razonable, a no ser que uno esté seguro de que Dios lo ha llamado a vivir la vida de otra forma. Es, por consiguiente, completamente erróneo y no bíblico condenar los ahorros y los seguros a la luz de este texto. Pero por otra parte, debemos tener siempre cuidado de mantener y guardar este equilibrio.
Resumamos esta enseñanza presentándola en forma de una serie de principios generales.
El primero es éste: todas las cosas de las que hemos tratado en los últimos cuatro o cinco capítulos se aplican sólo a los cristianos. Alguien me dijo una vez. “¿Cómo es posible que esta enseñanza acerca del cuidado de Dios por los hombres sea verdadera? Con todas las necesidades y pobreza que existe en el mundo, con todo el sufrimiento de hombres sin techo y desplazados, ¿cómo puede afirmar eso?” La respuesta es que las promesas son sólo para los cristianos. ¿Cuál es la causa más común de la pobreza? ¿Por qué andan los niños andrajosos y sin alimento? ¿No suele ser a causa de los pecados de los padres? El dinero se ha gastado en bebida o se ha malgastado en cosas vanas o malas. Analicen las causas de la pobreza y encontrarán que los resultados son iluminadores. Estas promesas se hacen sólo a los cristianos; no son promesas universales para todos. Tomemos esa gran afirmación de David, “Joven fui, y he envejecido, y no he visto justo desamparado, ni su descendencia que mendigue pan”. Aplicado al justo creo que es literalmente verdadero, pero tengamos cuidado en entender el significado de la palabra ‘justo’. No dice, “no he visto al que se profesa cristiano desamparado, ni su descendencia que mendigue pan”. Dice el ‘justo’. Creo que si uno examina su propia experiencia tendrá que estar de acuerdo con David en que no hemos visto nunca al justo desamparado ni a su descendencia mendigar pan. Ahora bien, la palabra importante es ‘descendencia’. ¿Hasta dónde se extiende? ¿Se extiende a la posteridad y a la descendencia de este hombre para siempre? No lo creo. Creo que se aplica sólo a su descendencia inmediata, porque el nieto puede ser un malvado, por tanto la promesa de Dios no se mantiene, Dios no dice que va a bendecir al hombre que vive una vida impía. Es para el justo y su descendencia —ésta es la promesa— y desafiamos a cualquiera que nos diera un ejemplo de lo contrario. Estas promesas son sólo para el pueblo de Dios. Siempre se basa en la doctrina cristiana; si uno no cree la doctrina, no se le aplica.
En segundo lugar; la preocupación es siempre un fracaso en captar y aplicar la fe. La fe no actúa automáticamente. Hemos visto esta enseñanza muy a menudo durante estos estudios. Nunca pensemos en la fe como en algo que se pone dentro de nosotros para que actúe automáticamente; debemos aplicarla. La fe tampoco crece automáticamente; debemos aprender a hablarle a nuestra fe y a nosotros mismos. Podemos pensar en la fe en función de un hombre que sostiene una conversación consigo mismo acerca de sí mismo y acerca de su fe. ¿Recuerdan cómo lo dice el salmista en el salmo 42? Veámoslo cómo se vuelve hacia sí mismo y se dice, “¿Por qué te abates, oh alma mía, y por qué te turbas dentro de mí?” Ésta es la forma de hacer crecer la fe. Uno debe hablar consigo mismo acerca de la fe. Uno debe hacerse la pregunta de cuál es el problema que tiene con la fe. Uno debe preguntar a su alma por qué está abatida, y despertarla. El hijo de Dios habla consigo mismo; razona consigo mismo; se sacude y recuerda su fe, e inmediatamente su fe comienza a crecer. No imaginemos que porque uno es cristiano todo lo que hay que hacer es seguir viviendo mecánicamente. La fe no crece mecánicamente, hay que cuidarla. Para emplear la analogía de nuestro Señor, hay que ahondar en torno a ella, y prestarle atención. Entonces veremos que crece.
Finalmente, una gran parte de la fe, en especial en relación con esto, consiste simplemente en apartar los pensamientos relativos a la ansiedad. Para mí, esto es quizá lo más importante y lo más práctico de todo. Fe significa negarse a pensar en cosas que preocupan, negarse a pensar en el futuro en el sentido equivocado. El diablo y todas las circunstancias adversas harán todo lo posible para que uno piense en ello, pero si uno tiene fe dirá: “No; me niego a preocuparme. He llevado a cabo mi esfuerzo razonable; he hecho lo que creía ser justo y legítimo, y no quiero pensar ya más en ello”. Esto es fe, y es verdad sobre todo respecto al futuro. Cuando el diablo llega con sus insinuaciones, tratando de introducirlas en uno —las flechas ponzoñosas del maligno— hay que decir, “No; no me interesa. El Dios en quien confío para el día de hoy, en Él también confiaré mañana. Me niego a escuchar, no quiero prestar atención a tus pensamientos”. La fe es negarse a verse agobiado por qué hemos descargado este peso en el Señor. Que Él, con su gracia infinita, nos dé sabiduría y gracia para poner en práctica estos principios sencillos y con ello gozarnos en Él, de día en día.
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Extracto del libro: «El sermón del monte» del Dr. Martyn Lloyd-Jones