En BOLETÍN SEMANAL
Vosotros -los creyentes- sois la luz del mundo.     Nuestro Señor no sólo afirma que el mundo está en un estado de tinieblas; llega a decir que nadie, sino el cristiano, pueden dar consejo y enseñanza respecto a ello.  Esto a pesar de la gran cantidad de filósofos, psicólogos y otros especialistas que se acercan al problema del hombre... sin dar solución a su estado.

Los mayores pensadores y filósofos se sienten desconcertados ante los
tiempos actuales y me sería muy fácil presentarles muchas citas de sus escritos
para demostrarlo. No importa que lo considere en el campo de la ciencia pura o
de la filosofía respecto a estos problemas definitivos; los escritores no
aciertan a explicar o entender su propio siglo. La razón está en que su teoría
básica es que lo que el hombre necesita es aumentar el saber. Creen que si el
hombre tuviera esos conocimientos los aplicaría por necesidad a la solución de
sus problemas. Pero es evidente que el hombre no lo está haciendo. Tiene los
conocimientos, pero no los aplica; y esto es lo que deja perplejos a los
‘pensadores.’ No entienden el problema verdadero del hombre; no son capaces de decirnos
dónde está la raíz del estado actual del mundo, y todavía menos, por tanto, son
capaces de decirnos qué se puede hacer por resolverlo.

 Recuerdo hace unos años, que leí la crítica de un libro que trataba de
estos problemas; la crítica la escribió un conocido profesor de filosofía de
este país. Se expresó así. ‘Este libro en cuanto a análisis es muy bueno, pero
no va más allá del análisis y por esto no ayuda gran cosa. Todos sabemos
analizar, pero la pregunta vital que queremos que se responda es, ¿Cuál es la
raíz última del problema? ¿Qué se puede hacer? En cuanto a esto nada dice,’
escribía, ‘aunque lleva el impresionante título de La Condición

Humana.’ Así es. Puede uno buscar una y otra vez en los mayores
filósofos y pensadores y nunca lo llevan a uno más allá del análisis. Son
excelentes en el planteamiento del problema y en presentar los distintos
factores que actúan. Pero cuando se les pregunta dónde está la raíz última de
ello, y qué piensan hacer, nos dejan sin respuesta. Es evidente que no tienen
nada que decir. Es obvio que en este mundo no hay luz ninguna aparte de lo que
ofrece el pueblo cristiano y la fe cristiana. Y no exagero. Quiero decir que si
somos realistas tenemos que darnos cuenta de ello, y de que cuando nuestro
Señor habló, hace cerca de dos mil años, no sólo dijo la verdad en cuanto a su
propio tiempo, sino que también la dijo respecto a todas las épocas siguientes.
No olvidemos que Platón, Sócrates, Aristóteles y todos los demás, habían
enseñado varios siglos antes de que se pronunciaran estas palabras. Fue después
de ese florecer sorprendente de la mente y el intelecto que nuestro Señor hizo
esta afirmación. Contempló a ese grupo de personas ordinarias e insignificantes
y dijo, ‘Vosotros y sólo vosotros sois la luz del mundo.’ Es una afirmación
tremenda y estremecedora; y repetiría que por muchas razones doy gracias a Dios
de estar predicando este evangelio hoy y no hace cien años. Si hubiera afirmado
esto hace cien años la gente se hubiera sonreído, pero hoy ya no sonríe. La historia
misma demuestra cada vez más la verdad del evangelio. Las tinieblas del mundo
nunca han sido más evidentes que hoy, y frente a ellas tenemos esta afirmación
sorprendente y profunda. Esta es la implicación negativa del texto.

 Consideremos ahora sus implicaciones positivas. Dice ‘vosotros.’ En
otras palabras afirma que el cristiano ordinario, aunque quizá no haya
estudiado nunca filosofía, sabe más de la vida y la entiende mejor que un gran
experto que no sea cristiano. Este es uno de los temas básicos del Nuevo
Testamento. El apóstol Pablo al escribir a los corintios lo dice bien
claramente cuando afirma, ‘el mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría,’ y
por tanto ‘agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la
predicación.’ Esto que parece ridículo para el mundo es sabiduría de Dios. Esta
es la paradoja extraordinaria que se nos plantea. La implicación de la misma
debe ser obvia; muestra que somos llamados a hacer algo positivo. Esta es la
segunda afirmación que hace nuestro Señor con respecto a la función del
cristiano en este mundo. Una vez descrito al cristiano en general en las
Bienaventuranzas, lo primero que dice luego es,

‘Vosotros sois la sal de la tierra.’ Ahora dice, ‘Vosotros sois la luz
del mundo,’ sólo vosotros. Pero recordemos siempre que esto se dice de los
cristianos ordinarios, no de ciertos cristianos solamente. Se aplica a todos
los que con derecho alegan este nombre.

 De inmediato surge la pregunta, ¿Cómo, pues, se cumplirá en nosotros?
Una vez más se nos conduce a la enseñanza referente a la naturaleza del
cristiano. La mejor manera  de
entenderlo, me parece, es ésta. El Señor que dijo, ‘Vosotros sois la luz del
mundo,’ también dijo, ‘Yo soy la luz del mundo.’ Estas dos afirmaciones deben
tomarse siempre juntas, ya que el cristiano es ‘la luz del mundo’ sólo por su
relación con el que es ‘la luz del mundo.’ Nuestro Señor afirmó que había
venido a traer luz. Su promesa es que ‘el que me sigue no andará en tinieblas,
sino que tendrá la luz de la vida.’ Ahora, sin embargo, dice también, ‘vosotros
sois la luz del mundo.’ Resulta, pues, que El y sólo El nos da esta luz vital
respecto a la vida. Pedro no se detiene ahí; también nos hace ‘luz’.

 Recuerdan cómo el apóstol Pablo lo dijo en Efesios 5, donde afirma,
‘Porque en otro tiempo erais tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor.’ Por
esto no sólo hemos recibido luz, hemos sido hechos luz; nos convertimos en
transmisores de luz. En otras palabras, es esta extraordinaria enseñanza de la
unión mística entre el creyente y su Señor. Su naturaleza entra en nosotros a
fin de que seamos, en un sentido, lo que El es. Es básico que tengamos
presentes ambos aspectos de este asunto. Como creyentes en el evangelio hemos
recibido luz, conocimiento e instrucción. Pero, además, ha pasado a ser parte
de nosotros. Se ha convertido en nuestra vida, a fin de que así podamos
reflejarlo. Lo notable, por tanto, y que se nos recuerda en este pasaje es
nuestra relación íntima con El. El cristiano ha recibido y se ha convertido en
partícipe de la naturaleza divina. La luz que es Cristo mismo, la luz que es en
último término Dios, es la luz que hay en el cristiano. ‘Dios es luz, y no hay
ningunas tinieblas en él.’ ‘Yo soy la luz del mundo.’ ‘Vosotros sois la luz del
mundo.’ La forma de entender esto es mediante la comprensión de la enseñanza de
nuestro Señor referente al Espíritu Santo en Juan 14-16 donde dice, de hecho,
‘La consecuencia de su venida será ésta; Mi Padre y Yo moraremos en vosotros;
estaremos en vosotros y vosotros estaréis en nosotros.’ Dios, quien es ‘el
Padre de las luces,’ es la luz que está en nosotros; El está en nosotros, y
nosotros en El, y por ello se puede decir del cristiano, ‘Vosotros sois la luz
del mundo.’

Extracto del libro: «El sermón del monte» del Dr. Martin Lloyd-Jones

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