«El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias.» (Apocalipsis 3:22)
En segundo lugar pido a mis lectores que observen que en cada una de las siete cartas el Señor Jesús dice: “YO CONOZCO TUS OBRAS.”
Esta expresión, tan repetida, llama poderosamente la atención; y es por algo que se repite siete veces. A una de las iglesias el Señor dice: “Yo conozco tu arduo trabajo y paciencia”; a otra: “Yo conozco tu tribulación y pobreza”; a todas, y a cada una en particular, el Señor dice: “Yo conozco tus obras.” El Señor no dice: “Yo conozco tu profesión, tus deseos, tus resoluciones, tus propósitos”, sino “tus OBRAS.” “Yo conozco tus obras.”
Las obras de todo aquel que profesa ser cristiano son de gran importancia. Es cierto que no pueden salvar el alma, que no pueden justificar, que no pueden lavar los pecados, que no pueden librar de la ira de Dios. Pero no porque no salven hemos de concluir que no son importantes. Cuídate bien de no mantener tal idea. La persona que pensase tal cosa se engañaría terriblemente.
Estaría dispuesto a morir por la doctrina de la justificación por la fe, sin las obras de la ley. Pero por otra parte, debo firmemente contender por el principio general de que las OBRAS son la evidencia de una verdadera profesión de fe. Si te llamas cristiano, debes demostrarlo en tu conducta diaria. Acuérdate de que las obras probaron la fe de Abraham y de Rahab (Santiago 2:21-25). De nada nos servirá el que hagamos profesión de conocer a Dios, si con nuestras obras le negamos. (Tito 1:16.): no te olvides de las palabras del Señor Jesús: “Cada árbol se conoce por su fruto.” (Lucas 6:44)
Sean cuales sean las obras de los que profesan ser cristianos, el Señor Jesús dice: “Yo las conozco.” “Los ojos de Jehová están en todo lugar, mirando a los malos y a los buenos.” (Proverbios 1.5:3). Ninguna de tus acciones, por secreta que sea, ha pasado desapercibida a los ojos de Jesús. Ninguna palabra que hablaste, aún en el más suave susurro, dejó de ser oída por Jesús. Ninguna de tus cartas, aun las que escribiste a tu amigo más íntimo, dejó de ser leída por Jesús. Ninguno de tus pensamientos, por secreto y fugaz que fuera, dejó de registrarse en la mente de Jesús. Sus ojos son como llama de fuego. Aún las mismas tinieblas, para Él no son tinieblas. Ante Él todas las cosas están abiertas. El Señor Jesús puede decir a toda persona: “Yo conozco tus obras.”
a) El Señor Jesús conoce las obras de todas las almas incrédulas e impenitentes, y un día las castigará. Aunque estén sobre la tierra, el cielo no las olvida. Cuando se levante el gran trono blanco y los libros sean abiertos, los malos serán juzgados “según sus obras.”
b) El Señor Jesús conoce las obras de Su pueblo, y las pesa. “A Él le toca el pesar las acciones.” (1 Samuel 2:3.) Él conoce las causas y los resultados de las acciones de los creyentes. En cualquier paso y decisión que toman, ve los motivos; y sabe hasta qué punto las acciones son motivadas por amor a Él o por amor a la alabanza propia. ¡Ay!, cuántas de las cosas que los creyentes hacen, a ti y a mí nos parecerán muy buenas, pero a los ojos de Cristo serán pobremente consideradas.
c) El Señor Jesús conoce las obras de Su pueblo, y un día las recompensará. Una palabra afable o una acción buena, hecha por amor a Él, nunca le pasará desapercibida. En el día de Su venida el Señor honrará ante el mundo el más insignificante fruto de la fe. Si amas y sigues al Señor Jesús, puedes estar seguro de que tu obra y labor no serán en vano. Las obras de aquellos que mueren en el Señor les seguirán (Apocalipsis 14:13). Estas obras no irán delante, ni a su lado, sino que seguirán a los redimidos, y el Señor las reconocerá en el día de su venida. La parábola de los talentos tendrá su cumplimiento. “Cada uno recibirá su recompensa conforme a su labor.” (1 Corintios 3:8) El mundo no te conoce, porque no conoce a tu Maestro. Pero Jesús ve y conoce todo. “Yo conozco tus obras.”
¡Qué solemne amonestación encierran estas palabras para todos aquellos que hacen una profesión mundana e hipócrita de la fe! ¡Qué bien haría a los tales el leer y meditar en estas palabras! Jesús te dice: “Yo conozco tus obras” Tú puedes engañar a cualquier ministro, es fácil hacer tal cosa. De mis manos quizá recibes el pan y el vino y quizá con tu corazón estás apegado a la iniquidad. Te sientas bajo el púlpito de un predicador evangélico semana tras semana, y con cara seria escuchas estas palabras, pero en tu corazón quizá no las crees. Acuérdate de esto: no puedes engañar a Cristo. El que descubrió el espíritu muerto de la iglesia de Sardis y la indiferencia de Laodicea, te conoce a ti tal cual eres, y si no te arrepientes, en aquel gran día Él pondrá al descubierto los secretos de tu corazón.
¡Oh, creedme!: la hipocresía es un juego condenado a perder. De nada servirá parecer una cosa y ser otra; tener el nombre de cristiano y no serlo en realidad. Estad ciertos de que si vuestra conciencia os aguijonea y condena en este asunto particular, algún día vuestros pecados os alcanzarán (Números 32:23.) Los ojos que vieron como Acán robaba el lingote de oro y lo escondía, están sobre ti (Josué 7:21). En el libro donde se anotaron las acciones de Giezi, Ananías y Safira, se anotan también tus obras y tu manera de proceder. En el día de hoy Jesús en su misericordia te envía unas palabras de aviso; te dice: “Yo conozco tus obras.”
¡Pero cuán alentadoras son estas palabras para el creyente sincero y de corazón! Jesús os dice: “Yo conozco tus obras.” Quizá no encontréis belleza en ninguna de vuestras acciones, todas os parecen imperfectas, impuras y sucias. A menudo os afligís como resultado de vuestras faltas, y pensáis que en todo estáis atrasados, y que cada día es un borrón. Sin embargo debéis de saber esto: Jesús puede ver algo de belleza en cualquier cosa que hagáis con el deseo verdadero de agradarle. Aún en el fruto más insignificante de su Espíritu en vuestro corazón, Jesús puede discernir algo que es excelente. En medio de la escoria de vuestras acciones, puede recoger pedacitos de oro; y en todas vuestras obras puede separar el trigo de la paja. Todas vuestras lágrimas están en su regazo. (Salmo 56:8.) Tus esfuerzos para hacer bien a los demás, por débiles que sean, están escritos todos en el libro de su memoria. El más pequeño vaso de agua fría dado en su Nombre, no dejará de tener recompensa. Aunque el mundo considere en poco vuestra labor y obra de amor, el Señor no la olvida.
Por maravilloso que esto suene a nuestros oídos, es cierto. Jesús se deleita en honrar la obra de su Espíritu en su pueblo, y en pasar por alto sus flaquezas. Tiene en cuenta la fe de Rahab, pero no su mentira. Jesús pasa por alto la ignorancia y falta de fe de sus discípulos, y los alaba por “haber permanecido con Él en sus pruebas.” (Lucas 22:28.) “Como el padre se compadece de los hijos, se compadece Jehová de los que le temen.” (Salmo 103:13.) Y de la manera como un padre se deleita en los actos más insignificantes de sus hijos así el Señor se deleita en nuestros pobres esfuerzos para servirle:
A la luz de lo dicho, bien se comprenderán aquellas palabras de los justos en el día del juicio: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te sustentamos, o sediento y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos forastero y te recogimos, o desnudo y te cubrimos? ¿O cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti?” (Mateo 25:37-39). En aquel gran día parecerá increíble a los justos el que en la tierra hicieran algo que mereciera ser mencionado. Sin embargo es así. Que tomen, pues, consuelo de todo esto todos los creyentes. El Señor dice: “Yo conozco tus obras.” Esto debe humillarnos, y llenarnos de temor.
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Extracto del libro: «El secreto de la vida cristiana» de J.C. Ryle